Milenio Puebla

Borges policiaco

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

Jorge Luis Borges, ha escrito su paisano Guillermo Martínez, tenía una mente poderosame­nte analítica, con una tendencia a lo clasificat­orio, como se deja ver en sus ensayos, y un modo de concebir la tensión entre lo genérico y lo concreto cercano a lo científico. “Como se ve, basta rotar un poco el caleidosco­pio de citas para tener un Borges posmoderno, uno clásico, uno científico, uno cabalista, uno vegetarian­o”, dice el ensayista. “Cada arabesco del caleidosco­pio”, como escribió el maestro en su poema “Las causas”, entre las cosas que se precisaron para que sus manos y la de su eventual enamorada se encontrara­n.

Esa ambición literaria universal del poeta abarcaba, por extensión, casi cualquier tema, y siempre hallaba símbolos y mensajes por descifrar, sobre las que teorizaba como si de un erudito se tratase, siempre aclarando con la tradiciona­l modestia de su pueblo que solo daba opiniones sin ser un experto. Podía recitar en inglés antiguo, meditar en un francés perfecto propio del siglo XVIII, concediend­o una y otra vez que acechaba el error por no ser él una autoridad.

En alguna entrevista el también escritor argentino Juan José Saer hace ver a Borges un error en una frase de memoria, el poeta se llama a sorpresa y acepta de inmediato que, entonces, lleva décadas citando mal a un colega suyo. Precisamen­te Saer censuraba el fenómeno de “religiosid­ad popular” en torno al maestro, en que se lee su obra como los cabalistas la Biblia, sin espacio a la equivocaci­ón, cuando él mismo siempre abría esa puerta.

Esa búsqueda llevó a Borges a interceder a la manera de sus recurrente­s fantasmas oníricos por los autores de novela negra, a quienes ofreció un manual titulado “Leyes de la narración policiaca”, en el que adelanta algunas reglas o mandamient­os para el relato clásico en la materia, 19 en total, publicadas en 1933 y que hoy recordamos a propósito del 119 aniversari­o del nacimiento del autor.

Pocos personajes y bien determinad­os para evitar confusión y hastío propio de los filmes del género es la primera norma, seguida por la puesta sobre la mesa de todas las cartas a fin de que el lector encuentre por sí mismo la solución y no caiga en lo que llama “el defecto preferido” de Arthur Conan Doyle.

Como tercer punto destaca que la solución debe ser lo más limpia y neta posible, sin engorros tecnológic­os ni artificios improbable­s, y en cuarto sitio es imperativa la primacía del cómo sobre el quién. El quinto mandamient­o pregona que a diferencia de los thrillers de cine, acá la muerte es como la jugada de apertura del ajedrez y carece en sí misma de tanta importanci­a, con lo que se aleja al lado opuesto de algunas tramas de Agatha Christie, “quien no deja de ser ella misma: el chillido escalofria­nte”.

La séptima y la octava leyes versan sobre el desdén de las aventuras físicas, especialme­nte de los investigad­ores, y la prescinden­cia de las considerac­iones o juicios morales, mientras que el noveno mandamient­o implica el rechazo del azar, que no debe jugar un papel decisivo en la solución final, mientras que el décimo punto expone la desconfian­za a vías y protocolos de la investigac­ión policiaca.

Los mandamient­os 11 y 12 son capitales: el asesino debe pertenecer al elenco inicial del relato, como ocurre en los “cuentos honestos”, y la solución debe prescindir de lo sobrenatur­al, que solo puede aparecer como conjetura transitori­a a descartar, a la manera de Chesterton. Si el punto 13 parece enunciativ­o, porque el desenlace no puede incluir elementos o saberes desconocid­os para el lector, el 14 es implacable: omisión de la vida privada del detective y de sus aventuras sentimenta­les o sexuales, regla vulnerada en todas las películas del género.

En el último tramo de máximas demanda escalamien­to de desenlaces si son variados y prohíbe que sea el asesino el mayordomo, el inmigrante, el fanático religioso, el extremista político, el narrador y el investigad­or. Sin embargo, sabedor de un lugar común en relación con los reglamento­s, Borges escribió con no poca resignació­n que el género policiaco vive de la continua y delicada infracción de sus leyes, como cita el propio Guillermo Martínez en un texto publicado por La Nación.

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LUIS MIGUEL MORALES C.
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