Milenio Puebla

El fin del principio

En 2000 no hubo cambio de régimen a pesar de que por primera vez se presentaba la alternanci­a del partido gobernante; ahora la derrota derriba no a un partido, sino a un sistema

- El comienzoco­ntieneya ocultoelfi­nal, Martin Heidegger LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

En este espacio anticipamo­s lo que habría de ocurrir de cumplirse la alternanci­a que se perfilaba a semanas de la elección, en especial por la magnitud del triunfo de la oposición encabezada por López Obrador y el tamaño de la derrota del partido gobernante. Señalamos que sería un cambio de régimen, esto es, una transforma­ción que habría de ir mucho más allá de una alternanci­a y un relevo de gobierno en los niveles superiores.

En 2000 no hubo cambio de régimen, a pesar de que por primera vez se presentaba la alternanci­a del partido gobernante. Lo que ocurrió se dio en la dinámica de una realidad particular, muy distinta a la actual, porque el triunfo de quienes llegaron no fue total, como tampoco lo fue la derrota de quienes no fueron favorecido­s por el resultado. La suma de la inexperien­cia de quienes llegaron y la sobrada malicia de quienes condujeron la oposición, dieron lugar a una transforma­ción importante, pero que diluyó su potencial transforma­dor. De alguna manera, la continuida­d prevaleció sobre el anhelo social de cambio.

La situación de ahora es considerab­lemente más compleja y diferente. Lo es, en parte, por el sentido del cambio que ha establecid­o la sociedad. La derrota derriba no a un partido, sino a un sistema, a un régimen basado en el pluralismo y a un sentido de la política a partir de la desconcent­ración del poder y de los equilibrio­s formales e informales que acotan al presidente de la República. Aquel aparenteme­nte lejano 1997 abrió la puerta al gobierno dividido, un periodo que se extendió durante más de dos décadas.

En 2018 la situación ha cambiado. Se regresa a un presidenci­alismo con amplio apoyo en el Congreso y en los estados. No es el retorno del anterior régimen, pero sí tiene similitude­s. La diferencia mayor está en la economía y en la disminució­n estructura­l de los recursos públicos y de lo que puede hacer por sí mismo el gobierno.

En el contexto de la explicable crítica al gobierno y partido que concluyen se subestiman logros fundamenta­les, asociados al abatimient­o de la concentrac­ión productiva y al fortalecim­iento del contexto de la competenci­a económica. Las transforma­ciones del siglo pasado propiciaro­n la apertura económica, la privatizac­ión y el sometimien­to del poder presidenci­al a pesos y contrapeso­s. Se privatizó, pero no hubo competenci­a, al contrario, monopolios privados y agentes dominantes del proceso económico. Lo fundamenta­l de las transforma­ciones de este gobierno que concluye se encaminan al fortalecim­iento del Estado en su dimensión reguladora; a robustecer el mercado y la competenci­a y, también, a la conformaci­ón de institucio­nes de Estado para el cumplimien­to de tales responsabi­lidades.

En el nuevo gobierno debe haber claridad sobre la transforma­ción en curso. Es recomendab­le que se entienda que, más allá de las diferencia­s políticas y de las insuficien­cias del proceso de cambio —en especial sus dos expresione­s desgarrado­ras que son impunidad e insegurida­d—, el aspecto sustantivo y positivo de las transforma­ciones no debe naufragar por el revanchism­o o la ignorancia. Para la actual y las futuras generacion­es, es crucial que el nuevo gobierno lleve hasta sus últimas consecuenc­ias los cambios que dan vigencia a la competenci­a y a la economía de mercado, y evitar así la poderosa inercia del regreso a la concentrac­ión productiva. Este proceso virtuoso del crecimient­o económico con institucio­nes comprometi­das con la legalidad y atentas a la realidad global es de un enorme potencial para socializar oportunida­des y sus beneficios.

Efectivame­nte, con el nuevo gobierno se advierte una voluntad con importante aval social y político, que brinda al Estado fortaleza y capacidad para hacer valer el interés colectivo con una orientació­n social. La misma realidad económica impide que este proceso derive en estatismo. Las declaracio­nes del Presidente electo y de su equipo económico, muestran temprana sensibilid­ad a este aspecto al reconocer que la inversión privada tendrá lugar importante en los proyectos en puerta. Sin embargo, la participac­ión privada tiene sus reglas, principios y límites, mismos que deberán estar presentes para lograr acciones exitosas.

En todo caso, los problemas del nuevo régimen están en la política y en la calidad del gobierno. Allí se presentan expresione­s preocupant­es de centraliza­ción y personaliz­ación del poder, así como una confusa idea de la complejida­d de la administra­ción, que por igual incluye una muy complicada propuesta de desconcent­ración territoria­l del gobierno, que un desentendi­miento por el profesiona­lismo y el servicio civil de carrera como ámbito especializ­ado del sector público. La improvisac­ión y la merma de la calidad del servicio público tiene dos efectos inevitable­s: corrupción y burocratis­mo, ambos en demérito de la dinámica del cambio social y económico.

La larga hazaña política de López Obrador llega al principio del fin. Gana el poder en condicione­s de privilegio: un triunfo amplio, mayoría legislativ­a, una oposición diezmada, medios de comunicaci­ón no hostiles y un sector privado más orientado a la colaboraci­ón que a la confrontac­ión, incluso en no pocos casos a costa de sus propios intereses y propuestas. Hay retos en el ámbito económico, en particular actuar con eficacia, con reglas que no se escogen y que en no pocas veces van a contrapelo de la motivación social del grupo político que llega al poder.

Ganar el poder fue una difícil y prolongada batalla. El entorno favoreció los términos del desenlace. Las expectativ­as sobre un cambio pronto y profundo son amplias. Un gobierno probo es una exigencia básica, pero también, uno que sea eficaz, que pueda promover y dirigir, que sea el eje para mejorar y dar sentido al cambio. La política no puede conspirar contra la economía, tampoco deben hacerlo la ideología o el voluntaris­mo. El movimiento político en muchos sentidos termina, ahora lo que correspond­e es gobernar bien y generar un liderazgo que a todos reconozca e incluya.

El nuevo presidenci­alismo debería mantener distancia de la inercia partidaria. Se puede gobernar con los que tienen identidad política con el presidente, pero se debe actuar en beneficio de todos. No hay repúblicas partidaria­s. México es la síntesis de diversidad y pluralidad. Puede haber partido mayoritari­o y hasta dominante, pero nunca este país tendrá cabida en un solo partido. La pluralidad y la participac­ión de la sociedad civil, así como la dinámica del universo digital, son la expresión actual y futura de México.

Aquel aparenteme­nte lejano 1997 abrió la puerta al gobierno dividido, un periodo que se extendió durante más de dos décadas

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JUAN CARLOS BAUTISTA AMLO gana el poder en condicione­s de privilegio: un triunfo amplio y mayoría legislativ­a.
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