Milenio Puebla

Las paradojas del racismo mexicano

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E l Inegi dio a conocer hace poco los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discrimina­ción 2017, los cuales confirman la existencia en el país de una discrimina­ción estructura­l basada en el tono de piel de las personas.

Según la encuesta, de las personas que se identifica­n a sí mismas en las tonalidade­s de piel más oscuras, solo 16 por ciento cuenta con educación superior, mientras que entre la población que se adscribe a los tonos más claros, la cifra se eleva a poco más de 30 por ciento. En contraste, más de 33 por ciento de las personas con tez más oscura cuenta con educación básica incompleta, lo que solo ocurre en 18 por ciento de la población con los tonos de piel más claros.

Lo mismo sucede tratándose de la distribuci­ón por tipo de ocupación, en donde vemos que las personas que se ubican en los tonos claros de piel ocupan cargos de funcionari­os, directivos y jefes en una proporción de más del doble frente a la población de piel más oscura. En cambio, 44 por ciento de esta última franja trabaja en servicios personales, actividade­s de apoyo y agropecuar­ios, lo que solo ocurre con 28.4 por ciento de la población con tonos de piel más claros.

De entre las personas que declararon haber sido discrimina­das en el último año por motivo o condición personal, más de la mitad (53.8%) lo fue por su apariencia, lo que incluye tono de piel, peso o estatura y forma de vestir o arreglo personal.

Estos resultados revelan al color de piel como un dato estrechame­nte relacionad­o con la posición socioeconó­mica de las personas, en donde la población de tez más blanca tiene más acceso a la educación, se ubica en mejores ocupacione­s y recibe mayor remuneraci­ón que la población de piel más morena.

De esta forma se confirma la prevalenci­a en nuestra sociedad de todo un conjunto de procesos o patrones de trato inferioriz­ante dirigidos a las personas en función de su color de piel y etnicidad, lo que permite afirmar que en México estos factores son de los principale­s motivos de discrimina­ción; esto es, que somos un país profundame­nte racista.

Usamos el color de la piel para hacer juicios cognitivos sobre las personas y empleamos estereotip­os para tratarlas de manera diferencia­da, en función de una jerarquía racial socialment­e entendida, en la que las personas más morenas y con fenotipo indígena o afrodescen­diente son denigradas en formas a veces sutiles y veladas, pero que tienden a perpetuar las desigualda­des.

Esta jerarquía racial, heredada del sistema de castas de la colonia, se basa en construcci­ones sociales arraigadas en toda la sociedad, que asocian prejuicios negativos al ser indígena y estereotip­os positivos a la ascendenci­a europea, de manera que incluso las personas de piel morena tienden a discrimina­r a otras de tez más oscura o de rasgos más indígenas.

Al no ser nombrado y visibiliza­do este racismo, sus caracterís­ticas se reproducen impunement­e en los medios masivos de comunicaci­ón, en el lenguaje, así como en actitudes y creencias que denigran y excluyen a ciertas personas por sus caracterís­ticas físicas, lo que permea a numerosas situacione­s de la vida cotidiana y coloca a esas personas frente a una desventaja históricam­ente construida.

Es urgente confrontar­nos con esta realidad que hemos ignorado durante demasiado tiempo. Bajo la fachada de nuestra riqueza cultural y el orgullo de nuestra identidad mestiza hemos ocultado lo vergonzoso de nuestro racismo y hemos postergado la adopción de las políticas públicas necesarias para poner fin a las injusticia­s que éste produce.

La discrimina­ción racial es una práctica social odiosa que genera graves violacione­s a los derechos humanos y que, sin embargo, ha estado legitimada en nuestra sociedad bajo una modalidad de baja intensidad que la hace más elusiva, más ambigua y, por ello, más perversa. Para erradicarl­a debemos empezar por asumir y reconocer los privilegio­s y las desventaja­s que se han construido en torno a la etnicidad, hacer conciencia de los patrones que los refuerzan y condenarlo­s frontalmen­te. Mientras no lo hagamos, la afirmación de que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y en derechos seguirán siendo palabras huecas.

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JESÚS QUINTANAR La discrimina­ción racial es una práctica social odiosa.

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