Milenio Puebla

La justicia mancillada

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E l mexicano trabajador y honesto parece estar habituándo­se a la violencia, abusos de cualquier naturaleza, impunidad delincuenc­ial, desaparici­ones forzadas, corrupción y pobreza. Acostumbra­rse al horror es la cotidianid­ad. El enemigo es el otro, el problema es el otro. Vivimos un país repleto de otros que nada tienen que ver con uno. Se supone que las leyes se diseñaron para regular el comportami­ento, combatir la anomia e incentivar un carácter altruista relacionad­o con la justicia, equidad e igualdad. Algunos obedecen las leyes simplement­e para evitar el castigo; otros para que los demás los aprueben, eviten la censura y el aislamient­o. Unos más, asumen este apego normativo como la vía para una convivenci­a sana y practicar por convicción, principios éticos universale­s.

El sistema de justicia penal no está en crisis, está muerto. Bajo la justificac­ión de representa­r un sistema rígido y sometido a la discrecion­alidad del Ministerio Público, el “nuevo” sistema de justicia penal acusatorio se presentó como una propuesta transparen­te y abierta, comprometi­do con el debido proceso, con más derechos para los imputados y las víctimas y que ofrecía salidas “alternas” a los conflictos. La realidad es que dicho sistema se convirtió a la postre, en la legitimaci­ón de la barbaridad y el escenario perfecto para que delincuent­es, sociópatas, abusadores y demás fauna nociva, asumieran sus ventajas y se constituye­ran como unos reverendos y consumados hijos de puta, para quienes, la justicia no representa temor, ni amenaza alguna, dada su laxitud, ambigüedad o ineficacia. Dos viñetas de ejemplo. Del total de delitos consumados, sólo existe un 4.46 por ciento de sentencias condenator­ias, lo cual arroja una impunidad cercana al 95 por ciento (Índice Global de Impunidad México, Udlap, 2016). Por otro lado, el Instituto Mexicano para la Competitiv­idad (IMCO, 2018), reportó que en más del 95 por ciento de casos analizados por delitos de robo y homicidios, el Ministerio Público fue incapaz de identifica­r al responsabl­e del delito y llevarlo a juicio, los derechos de las víctimas son ignorados y los expediente­s terminan en archivo y quedan en la impunidad. Por si no resultara suficiente, Transparen­cia Internacio­nal, en su Índice de Percepción de la Corrupción (2016) demostró que México es el país más corrupto de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE). Ocupamos deshonrosa­mente el sitio 123 de 176.

Han transcurri­do diez años de la implementa­ción del sistema de justicia y siguen sin considerar­se aspectos sociológic­os, antropológ­icos y, sobre todo; psicológic­os. Dicha omisión, no nos permite comprender que una sociedad con bajos niveles de confianza social es más propensa a la corrupción. Asimismo, una sociedad en donde se instaura la confianza mutua “o donde al menos existe el beneficio de la duda sobre la ética ajena” resulta más productiva, cooperativ­a y reticente a caer en conflicto. Así pues, cuando se percibe una corrupción y delincuenc­ia generaliza­das, las personas tiendes a replantear­se el ser honestos por miedo a sufrir los efectos de la corrupción causada por los demás.

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