Memoria del 68 en la FIL Zócalo *
A lguna vez hace unos 25 o 28 años, creo que fue en el grandioso Centro Cultural de Arte Contemporáneo que tenía Fundación Televisa en Polanco, se exhibía la obra del pintor mexicano canadiense Arnold Belkin que incluía un tríptico titulado “Tlatelolco, lugar de sacrificio”, en el que figuraban las matanzas de la Conquista y del 68, además de la tragedia por el sismo de 1985. La recuperación de la memoria.
Veinte años después de la represión contra los estudiantes México afrontaba un nuevo episodio, derivado sin duda de aquella lucha, enfocado en la apertura política, la búsqueda de democracia y, por ende, el rechazo al fraude que llevó al poder a Carlos Salinas de Gortari. Los universitarios de aquellos años marchamos junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra a la Plaza de las Tres Culturas.
La movilización de 1968 en México, sin embargo, era parte de una sacudida internacional. El 68 fue una avalancha de cambios que incluía el Mayo francés, aunque como señala el escritor Serge Gruzinski, el caso de París parecía más una novatada o una tardeada comparado con la represión de Tlatelolco y las persecuciones que continuaron durante los años 70 y principios de los 80. Costos de la globalización, aunque parezca inadecuada temporalmente la analogía. ¿Por qué?
Porque México estaba en medio de la guerra fría. Una guerra fría que era global. Como global fueron los vientos independentistas que condujeron la lucha en 1810 y como la Revolución un siglo después. Nuestro 68 también estaba asido a la globalización. La globalización del 68, sin embargo, no solo tiene que ver con lo que derivó en los acontecimientos de Tlatelolco. El 68 impactó en México en otros ámbitos, como la propia jornada olímpica, y en la cultura notoriamente con la explosión del rock, que generó una nueva ola que se abría paso entre los gustos juveniles de la época. Los ritmos venidos de Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña, sobre todo ese año, tejieron una red que tenía como contexto el descontento social, la liberación sexual, las minifaldas, los jipis, amor & paz y un cambio en los temas favoritos de nuestros literatos: se pasó de la Revolución y la post-Revolución a La Onda.
En un ambiente de restricción política como el que se respiraba en los 70, sobre todo después de los acontecimientos de Tlatelolco y el Jueves de Corpus dos años después, los medios comenzaron a asomarse a estas nuevas manifestaciones culturales. Quiero recuperar esta vez dos publicaciones, ajenas a los grandes medios de comunicación, pero sin duda adelantadas a su época: una era la revista Conecte, único medio entonces para conocer de las novedades de rock, y la historieta impresa Simón Simonazo.
Ambas publicaciones fueron determinantes para el nuevo público ávido de información sobre la ola de músicos que acaparaba los reflectores, para la que empezaban a abrirse tímidamente espacios de una hora al día en la radio. Pero los personajes de la tira cómica fueron más allá. Simón
Simonazo trataba de las andanzas de tres adolescentes chilangos, vagos, desmadrosos, roqueros, ácidos, pero con una variante en su lenguaje que ayudaba a eludir la censura de Gobernación: los textos usaban emoticones. Sí, como lo leen: emoticones.
Así, para que Simón le dijera “pinche chango” a su cuate El Patas, el ilustrador y el libretista se hacían una y ponían en los globos de texto la figura de un cocinero y de un mono. Si el otro personaje, El Enano, exclamaba “¡No seas mamón!”, aparecía una carita con un biberón. “¡Qué güey eres!”, por supuesto, exhibía la cabeza de un toro. Y así por el estilo. Años después, a finales de los 80, alguien de mi generación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales se tituló con una tesis sobre el lenguaje en los textos de anclaje y relevo, que así se llamaban, en la historieta en cuestión. Esto también fue un legado del 68, expresiones marginales que aportaron en este medio siglo a la construcción de la sociedad del siglo XXI.