s una verdadera lástima que esté por terminarse la presente administración de mi licenciado Peña, porque su espléndida herencia va rindiendo frutos. Gracias a los logros de las reformas
estructureichons vemos cosas que antes hubiéramos imaginado prácticamente utópicas, como el video de un ladrón que exige apoyo del gobierno para poder ejercer su oficio de manera segura porque “Nos están matando, gente” (ya cuando los criminales se sienten inseguros, quiere decir que todo va por buen camino; el obispo de Chilpancingo, a quien deberían postular como abanderado de los derechos humanos, afirmó que a las víctimas de feminicidio seguramente les pasaban esas cosas porque “no andaban en misa”; Alfredito del Mazo se tardó algunos días en reaccionar y atender a los familiares de los desaparecidos, aunque no sabe cuánto se tardará en atender las maravillas que en materia de seguridad se viven en el idílico Mordor-Edomex.
Lo mejor de esta herencia sin igual se pudo vivir cuando, al ritmo de “Xenofobia nos quiere gobernar, y los filotrumpistas les siguen la corriente, porque no quieren que diga la gente que xenofobia los quiere gobernar”, muchos compatriotas demostraron que están muy sanos de su empatía y sentido humanitario. Mexicanos que viven atormentados por la hiperviolencia, pero que dejarían que los inmigrantes se ahogaran en el Suchiate.
Los mismos que aplauden la estrellita en la frente que por derecho propio Donald Trump le puso al gobierno mexicano, que una vez más se puso a su disposición repartiendo federales y retenes (un poquito mal organizados, para una caravana que no pudo estar más anunciada), son los mismos que con toda certeza jurídica en otros momentos históricos le hubieran negado la entrada a los exiliados españoles para que Franco se los comiera crudos o a la diáspora sudamericana se la hubieran regresado a Videla y Pinochet para que les diera su merecido por salirse del huacal.
Por supuesto, no faltaron los eternos críticos del sistema que se molestaron porque los verdaderos patriotas salieron a la palestra a reprobar cualquier apoyo que se le pudiera brindar a los extranjeros al ritmo de: “Si tanto te importan por qué no te los llevas a tu casa”, “De que lloren en mi casa a que lloren en la suya”, “Primero los míos”, “Un país tiene derecho a cerrar sus fronteras” y así, maravillas salidas del
trumpetismos for dummies.
Curioso que los primeros que salieron a apoyar a los hondureños fueron los más pobres de Chiapas.
Esa xenofobia, que no me deja verte, debe caer en nombre del amor.