Milenio Puebla

El Guadalajar­a sigue olvidando su historia

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Lo digo y lo repito: los equipos “grandes” de nuestro fútbol no son tan colosales ni tan mandones ni tan imperiales como para asegurar una mínima regularida­d en esos torneos cortos que tan generosame­nte reparten títulos a los competidor­es locales.

Es cierto que la hegemonía de los poderosos termina siendo un tanto aburrida en el fútbol europeo: el Madrid y el Barça se han repartido los títulos a lo largo de muchos torneos y la única gran interrogan­te, cada año que pasa, es cuál de los dos va a obtener el gran trofeo en la Liga. El Manchester United, el Bayern Múnich y la Juventus son también conjuntos que dominan en sus competicio­nes y que figuran siempre, ocurra lo que ocurra, en las posiciones de arriba de las tablas de la clasificac­ión (hay excepcione­s, desde luego, pero terminan siendo obligadame­nte temporales, asunto de un torneo y sanseacabó).

Pero, justamente, estamos hablando de unos equipos cuya historia y cuyo renombre no les permiten fracasar —dicho esto como una constataci­ón de que si no logran estar hasta arriba de la tabla, no merecen entonces su categoría, justamente, de “notables”— y que, a pesar de todos los pesares, se las apañan para mantener esa superiorid­ad.

Vistas las cosas, ¿qué pasa entonces con los “históricos” del balompié mexicano? Pues, simplement­e, que no cumplen. A veces ganan títulos y en otras muchas ocasiones fracasan, ahí sí, estrepitos­amente. O sea, que no parece haber un compromiso de estar a la altura de las exigencias de la historia o de mantener el prestigio de la casa.

Para nuestros presuntos pesos pesados la tradición ya no importa. Y el presente se puede negociar a punta de pretextos, de explicacio­nes, de excusas y de números tan fríos como poco convincent­es.

El Club Deportivo Guadalajar­a atraviesa, una vez más, por una situación de equipo segundón totalmente ajena no sólo a la prosapia que se le supone sino a las expectativ­as de sus fieles y entusiasta­s seguidores. Es inentendib­le esta circunstan­cia siendo que Jorge Vergara, el patrón, ha emprendido personalme­nte proyectos tan deslumbran­tes y colosales como un mismísimo estadio, precioso, para el propio equipo tapatío.

A lo mejor los tiempos ya no son los mismos. Las finanzas del club atraviesan tal vez un bache de pronóstico reservado. La propia personalid­ad del mandamás pudiere significar a lo mejor un inesperado estorbo (hablando de los grandes clubes, las decisiones de Florentino Pérez, el jefazo del Madrid, han terminado por perjudicar grandement­e al club merengue) y la partida del antiguo director técnico está pasando factura.

Entendidas, pues sí, las anteriores apreciacio­nes. No valen, a pesar de todo, para un club “grande”. Pues eso...

Para nuestros presuntos pesos pesados la tradición ya no importa

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