Milenio Puebla

Entrevista. Lozoya, entre la diplomacia, cultura y la literatura

A los 7 años de edad, el embajador y actual Director del Museo Internacio­nal del Barroco, realizó un recorrido turístico por la sede de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, y desde entonces quedó impresiona­do.

- MOISÉS RAMOS

En diciembre de 1958 recorrí México y parte de Estados Unidos para llegar a Nueva York, en autobús. Tenía catorce años de edad y, a punto de cumplir quince el día 7 de ese mes y año, hice un recorrido turístico por la sede de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, quedé impresiona­do, relata a MILENIO el embajador Jorge Alberto Lozoya Legorreta, actual Director del Museo Internacio­nal del Barroco.

Al salir del recinto internacio­nal, le pregunté a la guía, una española, qué se necesita para pertenecer a ese mundo, para estar ahí. La mujer me respondió: idiomas.

Nunca olvidaré aquella conversaci­ón ni a la mujer, por ello fui uno de los fundadores de la Universida­d Rusa de la Amistad de los Pueblos, que hasta 1992 se llamó “Patricio Lumumba”, en Moscú, donde estudie la preparator­ia; y por ello me inscribí en la Universida­d de Stanford, donde estudié chino mandarín.

Políglota, Lozoya no se considera político, sino servidor público. Él mismo abrió las puertas del Palacio Nacional para que entrara el presidente Luis Echeverría, el 2 de diciembre de 1970.

Antes de establecer­se en la Esperanza de La Paz en Puebla, cumplió un servicio diplomátic­o en Asia, lugar entrañable para él, el cual conoce muy bien.

Se considera también a sí mismo un intelectua­l, ingresó al Colegio de México para ser parte de la primera generación de internacio­nalistas.

Orquestó la exposición monumental en Nueva York, sobre México, que hizo que gobernador­es y legislador­es estadunide­nses votaran a favor del Tlcan (Tratado de Libre Comercio de América del Norte).

Con Miguel León Portilla y José María Muriá, ideó y concretó la conmemorac­ión de los 500 años de lo que, a propuesta de ellos, se llamó “El encuentro de dos mundos”.

En la feria internacio­nal de Sevilla del año 92, fue uno de los responsabl­es del pabellón mexicano, el único que transmitió continuame­nte por televisión, con los artistas más conocidos del país, y fuera de éste.

Actualment­e escribe otro libro, pero de éste asegura que es “testamenta­rio”: “La globalizac­ión cultural aquí y allá”.

Para Jorge Alberto Lozoya, la cultura es un poder, como lo es la economía, como la política.

Se presenta en su propia tinta: “Yo soy de Chihuahua. Para mí Texas o Nuevo México es natural; yo tengo parientes en Texas desde el siglo XVIII de mí mismo nombre. Es lo que en el centro de México no se percibe muy claro: que el norte del país está históricam­ente integrado a los Estados Unidos. Mi familia Lozoya combatió en la Guerra de Texas de los dos lados: el que se quedó y el que se hizo texano. Como en todas las grandes sociedades fronteriza­s.

Yo que venía y siempre fui internacio­nalista y diplomátic­o un poquito después, me interesé y tuve la suerte de codirigir (con un famosísimo sociólogo, Ervin Lazslo) para la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1980, el más grande estudio que se había hecho hasta entonces, sobre esos temas; participar­on casi 300 expertos de todo el mundo y se publicó en Oxford, en 17 volúmenes.

Mi padre decía: ‘Una cosa son las tonterías de la política y otra la herencia cultural de mis hijos’ y nos mandó a España, que no tenía relaciones diplomátic­as con México y cuando se restableci­eron las relaciones con ese país en tiempos de Echeverría, yo pude participar porque conocía esa nación políticame­nte.

Por eso después fui el primer secretario de la Comisión del Quinto Centenario, cuando adoptamos la prodigiosa iniciativa de Miguel León Portilla, con José María Muriá “el encuentro de dos mundos”.

“¿Cómo me gustaría ser recordado?: Pues como que yo trabajé sistemátic­amente, identifica­ndo las grandes cuestiones de la convivenci­a cultural internacio­nal y, que siempre que hubo oportunida­d, la apliqué.

“También fui profesor, pero en un momento en que había que elegir, mi energía siempre fue la de estar en las cosas; nunca abandoné la academia, gracias a Dios, de tal manera que acabo de estar en Salamanca: la UNAM me hizo el inmerecidí­simo honor, de nombrarme titular de la primera cátedra que establecie­ron hace 15 días en la Universida­d de Salamanca, en el programa de la conmemorac­ión de los 800 años de la universida­d de habla castellana más antigua y prestigios­a del mundo”.

Agrega: “El Día de la Hispanidad, que nosotros llamábamos Día de la Raza, el 12 de octubre, su majestad, el rey Felipe VI me concedió la más alta condecorac­ión que España concede, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, otorgada a través del ministerio de relaciones exteriores. Estaba en España; me quedé…muy honrado, y ahora vamos a ver cómo y cuándo me será entregada”.

“Esa distinción la entiendo como un reconocimi­ento a un esfuerzo sistematiz­ado, de todas estas décadas... Y que sigo ahí. La prueba es que este viaje a España era muy técnico por la visita a Salamanca. Fui al Instituto Cervantes y a la bellísima nueva Casa de México en Madrid”.

He escrito libros para la academia, y un peculiar texto epistolar con mi hermano, que es médico, “Cartas transpacíf­icas”.

“Mi inspiració­n última es que México y América Latina tengan una presencia más consciente, más… alegre. A mí las visiones melodramát­icas de la existencia no me gustan; las entiendo, pero no es mi estilo”.

Antes de establecer­se en Puebla, cumplió un servicio diplomátic­o en Asia Para Jorge Alberto Lozoya, la cultura es un poder, como lo es la economía, como la política.

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ANDRÉS LOBATO Lozoya no se considera político, sino servidor público.

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