Milenio Puebla

Carteros, en extinción; el 19% de mexicanos escribe cartas

José Emilio llegó a la oficina de Correos de México el 16 de septiembre de 1970 y hasta el año 2002, recorrió las calles de la ciudad de los ángeles para entregar mensajes a los poblanos

- REDACCIÓN,

Nostálgico, José Emilio Nava, recuerda 30 años de trabajó en el Sistema Postal; hoy el 46% envía mensajes de celular.

Durante 30 años, José Emilio Nava Terrez trabajó en el Sistema Postal Mexicano, sitio donde creció laboral y profesiona­lmente, pues se inició como auxiliar administra­tivo en la Sucursal A durante dos años, tras lo cual lo concentrar­on a cartero y llegó al Departamen­to de Distribuci­ón, en reconocimi­ento a su esfuerzo y dedicación.

“Fue bonito, porque empecé a aprender cómo se hacía un giro, cómo se facturaba la correspond­encia registrada y cómo se cancelaban los timbres. Aprendí muchas cosas”, expuso.

Originario de Acatzingo de Hidalgo, José Emilio llegó a la ciudad de Puebla a los 19 años para laborar en un laboratori­o con unos tíos y por medio de ellos ingresó a Correos de México el 16 de septiembre de 1970.

Su primer rumbo -como se le nombraba a las rutas o recorridos– fue la 3, que cubría el Mercado de la Victoria.

“Mi primer día inicié a las 9 de la mañana y terminé como a las 7 de la noche, porque fui casa por casa preguntand­o por las personas. Entonces, teníamos la indicación de entregar la correspond­encia en manos del destinatar­io”. Cuenta que por la experienci­a, cubría su ruta en cinco o seis horas a más tardar.

Después le asignaron el rumbo 47, por el barrio de Santa Teresita. “Ahí estuve unos tres años y, después, como unos diez años ya estaba en el Departamen­to de Distribuci­ón, donde tenía que conocer perfectame­nte el machote que se manejaba para que viendo la dirección de inmediato supiera cuál era el cartero que le correspond­ía”.

Además, resaltó que un compañero, Salomón Jiménez André, fue el creador de esos machotes. “Entonces sólo había 53 rumbos y cuando me jubilé ya había 110 zonas de reparto”.

José Emilio informó que se pensionó en enero del año 2002, pues se estableció que el retiro era a los 30 años de servicio. “Ahora parece que es por edad. Yo me jubilé a los 50 años”.

Recordó que en sus primeros años entregaba 300 cartas en promedio al día y en diciembre hasta 600. “En aquella época había la bonita costumbre de (enviar) las tarjetas de Navidad, que ahora con la tecnología actual ya casi nadie manda tarjetas. Entonces se llenaban las pichoneras, todo bien cargado porque llegaban las tarjetas de Navidad”.

José Emilio afirmó que previo a su jubilación, disminuyó el número de misivas en parte porque surgieron varias empresas que se dedican a la mensajería, “pero estas nunca se van a comparar con lo que hace el cartero por la experienci­a que adquiere; incluso, a la fecha esas empresas le andan preguntand­o al cartero”.

En ese sentido, revela que se llegó a familiariz­ar con los destinatar­ios que con sólo leer el nombre ya sabía la dirección.

Remarca que durante su etapa laboral lo mejor que vivió fue cuando estuvo como cartero, porque la gente era muy agradecida. “El día 12 de noviembre, cuando se festeja al cartero, nos daban muchos regalos. Ropa, botellas de vino. En una ocasión repartí en una tienda de deportes en la avenida Juárez y me regalaron un pants”.

Con alegría, recordó que en su primer Día del Cartero recibió tantas bonificaci­ones que le al-

“Mi primer día lo inicié a las 9 de la mañana y terminé como las 7 la noche, por que fui casa por casa”

“El 12 de noviembre, cuando se festeja al cartero, nos daban muchos regalos”

canzó para adquirir una estufa. Detalló que las rutas se cubrían a pie o en bicicleta si eran lejanas, por lo que le tocaron ambas. “Ahora casi todos, salvo los del Centro, usan motociclet­a. Entonces íbamos hasta la Libertad y nuestra oficina estaba en la 5 Oriente, un edificio muy bonito”.

Además, su último centro de trabajo estuvo ubicado en la estación del Ferrocarri­l.

Asimismo, señaló que la única mala experienci­a que vivió fue que le robaron la bicicleta, “y la maleta fue a aparecer en una vecindad ubicada por la 3 Poniente”. Precisa que la “tlacuacha”, como le llamaban entonces entre los del oficio, fue recuperada porque unas personas la reportaron.

Aseguró que en su infancia jamás consideró dedicarse a ser cartero, a pesar de que en su pueblo natal llegó a ser amigo del encargado del correo, Adrián Maceda. “Le caí bien al señor y me daba permiso que me metiera en las tardes y me explicaba lo que hacían, pero jamás tuve el deseo ni lo pensé, fue fortuito, pero es algo bonito”, expresó.

Dentro de sus remembranz­as evoca la gratitud con que recibían los pensionado­s del Seguro Social los cheques que les llevaban o las ansias con que esperaba una señora de la tercera edad las cartas de su hijo, que vivía en Torreón. “Recuerdo que se ponía muy contenta y me estaba esperando, me

_ decía, ‘Gracias, mi carterito”.

Por último, a pesar de su cercanía con los timbres, aclara que nunca le llamó la atención practicar la filatelia, porque no estaba permitido en su empleo.

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José Emilio recordó que en su primer Día del Cartero recibió muchas bonificaci­ones.
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