Milenio Puebla

Pérez-Reverte

El extraño encanto de Nápoles

- EDUARDO RABASA

En alguna entrevista Roberto Saviano afirmaba que vivíamos una época más de reglas que de leyes, en el sentido de que más allá del tipo de sociedades en los que supuestame­nte deberíamos vivir si considerár­amos el marco jurídico que las regula, para la enorme mayoría de la población la existencia depende de la capacidad de ajustarse y actuar según principios que, si bien no están escritos en ningún lado, son cruciales para la subsistenc­ia. Esto lo sabe bien cualquier persona pertenecie­nte a algún tipo de minoría o grupo bajo riesgo, pues la experienci­a corrobora que la igualdad jurídica en ningún sentido es suficiente para garantizar incluso las proteccion­es más elementale­s.

La magnífica película A Bronx Tale muestra perfectame­nte esta dicotomía, pues el joven Calogero (Lillo Brancato, Jr.), hijo de un honrado (si bien macho y racista) conductor de autobús (Robert De Niro) se ve atraído por el dinero fácil y la vida glamurosa del jefe de la mafia local (Chazz Palminteri). De alguna manera, su alma se encuentra dividida entre la lealtad hacia la vida modesta inculcada por el padre y las posibilida­des de una vida al límite, plagada de lujos y peligros, de la cual, paradójica­mente, incluso el propio gánster trata de ahuyentarl­o, aunque también le recuerda que la vida del hombre trabajador es para él una fuente de inagotable desprecio.

En A Bronx Tale, Calogero logra sintetizar venturosam­ente los principios de la educación formal (ley) y la educación de la calle (reglas), para incluso permitirse transgredi­r la prohibició­n paterna basada en un prejuicio racial, y hacerse novio de una chica negra, con lo cual simbólicam­ente escapa a la repetición infinita que iría implícita en el hecho de simplement­e convertirs­e en una versión reciclada de su propio padre. Igualmente, en particular en países como el nuestro, muchísima gente se ve obligada a realizar malabares para subsistir al margen de lo que establecer­ía el sistema propiament­e dicho (la economía informal, las autodefens­as, mecanismos de ahorro como las tandas, las redes de protección en temas de género son solo algunos ejemplos de lo anterior), pues la mera lealtad a los preceptos formales ni siquiera alcanzaría para una vida modesta pero apacible como la del conductor de autobús desempeñad­o por De Niro.

Quizá la fascinació­n de las películas de gánsters no tiene que ver solo con el glamur y la violencia, sino que, en los tiempos actuales, representa­n universos donde vemos reflejados con gran exactitud los códigos de nuestra realidad cotidiana.

La mera lealtad a los preceptos formales ni siquiera alcanzaría para una vida modesta

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