Pérez-Reverte
El extraño encanto de Nápoles
En alguna entrevista Roberto Saviano afirmaba que vivíamos una época más de reglas que de leyes, en el sentido de que más allá del tipo de sociedades en los que supuestamente deberíamos vivir si consideráramos el marco jurídico que las regula, para la enorme mayoría de la población la existencia depende de la capacidad de ajustarse y actuar según principios que, si bien no están escritos en ningún lado, son cruciales para la subsistencia. Esto lo sabe bien cualquier persona perteneciente a algún tipo de minoría o grupo bajo riesgo, pues la experiencia corrobora que la igualdad jurídica en ningún sentido es suficiente para garantizar incluso las protecciones más elementales.
La magnífica película A Bronx Tale muestra perfectamente esta dicotomía, pues el joven Calogero (Lillo Brancato, Jr.), hijo de un honrado (si bien macho y racista) conductor de autobús (Robert De Niro) se ve atraído por el dinero fácil y la vida glamurosa del jefe de la mafia local (Chazz Palminteri). De alguna manera, su alma se encuentra dividida entre la lealtad hacia la vida modesta inculcada por el padre y las posibilidades de una vida al límite, plagada de lujos y peligros, de la cual, paradójicamente, incluso el propio gánster trata de ahuyentarlo, aunque también le recuerda que la vida del hombre trabajador es para él una fuente de inagotable desprecio.
En A Bronx Tale, Calogero logra sintetizar venturosamente los principios de la educación formal (ley) y la educación de la calle (reglas), para incluso permitirse transgredir la prohibición paterna basada en un prejuicio racial, y hacerse novio de una chica negra, con lo cual simbólicamente escapa a la repetición infinita que iría implícita en el hecho de simplemente convertirse en una versión reciclada de su propio padre. Igualmente, en particular en países como el nuestro, muchísima gente se ve obligada a realizar malabares para subsistir al margen de lo que establecería el sistema propiamente dicho (la economía informal, las autodefensas, mecanismos de ahorro como las tandas, las redes de protección en temas de género son solo algunos ejemplos de lo anterior), pues la mera lealtad a los preceptos formales ni siquiera alcanzaría para una vida modesta pero apacible como la del conductor de autobús desempeñado por De Niro.
Quizá la fascinación de las películas de gánsters no tiene que ver solo con el glamur y la violencia, sino que, en los tiempos actuales, representan universos donde vemos reflejados con gran exactitud los códigos de nuestra realidad cotidiana.
La mera lealtad a los preceptos formales ni siquiera alcanzaría para una vida modesta