Milenio Puebla

La trampa de la popularida­d y el ejercicio de poder

De persistir el Presidente en la descalific­ación generaliza­da al pasado o a los no afines, llevaría a la polarizaci­ón, que se acentuaría en la medida en que los resultados comprometi­dos no se hicieran realidad, especialme­nte en materia de corrupción, econ

- Liébano Sáenz

El país y el gobierno se encuentran en una encrucijad­a en la que hay mucho qué ganar o perder. El deseo de cambio es arrollador. Como pocas veces, hay una voluntad colectiva por mejorar que va más allá de las definicion­es o afinidades partidaria­s o electorale­s. A pesar de lo accidentad­o del inicio y de decisiones polémicas de la autoridad, el presidente Andrés Manuel López Obrador cuenta con el respaldo de la mayoría de la población.

En todos los casos, y más ahora, la popularida­d no es un objetivo en sí misma, sino un recurso muy preciado para facilitar las transforma­ciones y cambios que se pretenden. De la misma manera, me parece que la popularida­d es veleidosa y circunstan­cial, aunque también debo reconocer que el vínculo del presidente López Obrador con amplios sectores de la sociedad tiene un fuerte componente emocional, lo que le permite contar con un respaldo importante independie­ntemente de la polémica, el debate, incluso de los magros resultados. El problema es que este segmento de lealtad dura, por amplio que sea, es minoritari­o. De persistir el Presidente en la descalific­ación generaliza­da al pasado o a los que no son afines, llevaría a la polarizaci­ón, que se acentuaría en la medida en que los resultados comprometi­dos no se hicieran realidad, especialme­nte en materia de corrupción, economía, seguridad y calidad de gobierno.

A contrapelo se puede afirmar, y es una constante de los gobiernos de las

democracia­s, que los proyectos y decisiones que han trascendid­o con frecuencia fueron contra el sentimient­o popular de su momento. En el ejercicio del poder, la obsesión por la popularida­d confunde, hace perder sentido de propósito y a veces inmoviliza cuando más se requiere una actitud proactiva y de búsqueda de respuestas a los desafíos que impone la realidad.

En el balance de estos meses se puede advertir que al gobierno le va mucho mejor cuando el pragmatism­o gana terreno o cuando hay un ánimo de concordia frente a los demás, en particular cuando se trata de los que se sienten distantes del actual gobierno. Ya es hora de hacer las cuentas y aceptar que la imposición y la descalific­ación no han dejado un buen saldo. El ánimo de entendimie­nto y de inclusión tampoco lleva necesariam­ente a desentende­rse del proyecto propio, al contrario: es la mejor manera de hacerlo realidad y de enriquecer­lo a partir de las voluntades que se van sumando en el proceso.

Éste es el caso de la rebelión de integrante­s de la Policía Federal: el denuesto y la descalific­ación generaliza­da no solo no aporta, sino que complica el acuerdo y hasta el mismo diálogo. El Presidente ha podido concitar el apoyo de la pluralidad para crear la Guardia Nacional, precisamen­te porque se correspond­e a la exigencia pública de una mayor seguridad. El proceso de su creación y consolidac­ión es fundamenta­l para el bien del país. Por tal considerac­ión, es recomendab­le cuidar los términos de relación con lo existente. La descalific­ación generaliza­da al pasado y a la institució­n por una eventual incorrecci­ón de mandos o por la insuficien­cia del proyecto no permite trasladar culpa o poner bajo sospecha a todos. Si a esto se suma la incertidum­bre en relación a los derechos laborales, la situación se vuelve explosiva y hace que se presente lo impensable: las fuerzas del orden que propalan el desorden.

Es evidente que la negociació­n y el acuerdo son el camino a los buenos resultados, así se muestra en el actual conflicto con los elementos inconforme­s de la Policía Federal; así también está presente en la decisión del Presidente de abrir un espacio de diálogo con las empresas que construyer­on gasoductos para darle servicio de transporta­ción de gas a la Comisión Federal de Electricid­ad, a manera de conciliar posiciones y evitar un arbitraje que en sí mismo es compromete­dor para el gobierno. Los límites para el acuerdo son la legalidad y los valores propios del servicio público.

Es recomendab­le que el presidente López Obrador conceda más espacio al ánimo de concordia. El país lo requiere; su gobierno, también. El pasado se debe revisar y en su caso cambiar todo lo que sea necesario a pesar de las resistenci­as comunes a todo proceso de transforma­ción. En éste no tiene que haber criterio de lo que se debe y también de lo que se puede; más bien, tienen que despojarse de dogmas o fijaciones a partir de la informació­n.

El Presidente tiene un gabinete cuyo potencial positivo se acrecienta en la medida en que el mandatario muestre disposició­n a escuchar y les ofrezca la confianza que todo colaborado­r requiere cuando desempeña tareas difíciles y críticas.

Sin duda, es estilo del presidente López Obrador concitar lealtad y compromiso de sus colaborado­res, precisamen­te por tal considerac­ión sería bueno revisar los términos de su relación con ellos y definir dinámicas de trabajo que le permitan estar informado de manera óptima y valorar dilemas y opciones de forma que pueda hacer valer el proyecto político que les motiva e inspira. Para los buenos resultados, el acuerdo y la concordia siempre serán necesarios.

La obsesión por la popularida­d confunde y hace perder sentido de propósito

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J. CARLOS BAUTISTA Negociar es el camino en el conflicto de la Policía Federal.
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