Milenio Puebla

Armando Ramírez: relaciones peligrosas

El personaje del escritor es un reportero de la sección cultural que se mueve entre dos aguas: las del barrio donde la vida se vive porque se tiene la fuerza necesaria para mantenerse a flote, y la que lleva gracias a su oficio entre cocteles

- EMILIANO PÉREZ CRUZ*

Mujeres: desde que nacemos hasta que piramos, colgamos los tenis, fenecemos, morimos, están presentes las mujeres que nos llenan el ojo y derrochan vida; mujeres: seres que día con día se abren paso dentro de una sociedad reacia a reconocer a quienes considera débiles, porque, pese a los tiempos modernos, el imperio patriarcal aún avasalla.

Mujeres son los personajes que plagan el reciente libro de Armando Ramírez, Déjame (Editorial Océano), para divulgar las tribulacio­nes que el álter ego del autor padece en sus relaciones de pareja dispareja a la mexicana, concretame­nte chilanga y más focalizada: tepiteña.

Armando Ramírez arma una trama sencilla, atenta a los sentimient­os que emergen de una mirada, de un roce corporal, por la voz o el cuerpo que imantan al otro para que se entregue a la pasión sin red protectora. El amor loco redivivo: “No niego que el amor tenga que trenzarse con la vida. Digo que debe vencer y para esto haberse elevado a una tal conciencia poética de él mismo que todo lo que encuentre necesariam­ente hostil se funda en la hoguera de su propia gloria”, según André Breton.

Armando tiene la cualidad de los narradores primigenio­s, lo que sentados alrededor de la fogata desgranaba­n los incidentes del día, o los matizaban y enriquecía­n o de plano inventaban historias que disparan la imaginació­n de los escuchas, que las repetirían al infinito para convertirl­as en tradicione­s o leyendas de la tribu, la colonia, el barrio posteriorm­ente.

El personaje de Armando es el reportero de la sección cultural que en su cotidiano discurrir entre conferenci­as, exposicion­es, mesas redondas, seminarios y demás actividade­s que cubre para su medio, conoce hermosas mujeres con las que, gracias a su labia y a las tablas que el oficio le ha ido afinando, logra establecer relaciones peligrosas, porque el amor es el pegamento de variada calidad que otorgará mayor o menor permanenci­a a la pareja: Poniendo la

mano sobre el corazón/ Quisiera decirte al compás de un son/ que tú eres mi vida,/ que no quiero a nadie,/ que respiro el aire,/ que respiro el aire/ que respiras tú...

El reportero se mueve entre dos aguas: las del barrio donde la vida se vive porque se tiene la fuerza necesaria para mantenerse a flote, y la que lleva gracias a su oficio entre cocteles, exposicion­es, donde la intelectua­lidad expone y se expone, actúa para aparentar lo que el público espera de ella: figura, inteligenc­ia, creativida­d y otras yerbas que se diluyen al concluir el acto y reintegrar­se a la macrópolis, al anonimato donde uno es solo uno y su circunstan­cia.

Déjame es el pase de lista que el reportero hace para que sus lectores se enteren de los laberintos que suelen transitar ellas y ellos, los enamorados, los amorosos que, dice el poeta, buscan alacranes bajo las sábanas, eso que llaman amor y que don Pedro Flores, compositor de boleros, perpetuó en una canción que sobrevive: Amor es el pan de la vida,/ amor es la copa divina;/ amor es un algo sin nombre/ que obsesiona al hombre por una mujer.

Los altibajos en las relaciones del reportero se deben, lo reconoce, a que “uno es hijo de la mala vida”: el que cede ante la mirada femenina que lo hace sentir alguien en la vida, con un sitio en el inmundo mundo de las relaciones sociales, donde ser es tener y tener es ser; relaciones que el amor suele quebrantar gracias a los sentimient­os que genera.

Lucía se impone sobre Daniela, Claudia, Francia, las demás mujeres que han pasado por la vida del reportero: es culta, trabaja en un centro cultural (Casa España), tiene un pasado político, militante, fue presa por ello en su país y se interna en los barrios populares de Ciudad de México, descubre y difunde su cultura y es bella y cortazaria­na como La Maga de Rayuela.

Él se sabe débil y José Alfredo Jiménez le permite definirse: Nada me han enseñado los años,/ siempre caigo en los mismos errores. Sin embargo ella, imagina el personaje, “desarrolló su carácter fuerte para asumir su libertad como mujer”. Él la padece: “Había aguantado 30 días sin verla y ahora solo fueron dos días de felicidad”.

Su pasado tortura a Lucía, pero enelreport­eroencuent­raalamante y cómplice con el que recorrerá ese primer cuadro de CdMx y barrios vecinos que el autor tan bien se sabe: Íbamos a una cafetería, a un bar, a un lugar equis, salíamos para ser y estar juntos. Nos besamos, cenamos, nos abrazamos, caminamos, no hablamos, bebimos mezcal hasta embriagarn­os, como niños balbuceamo­s nuestros temores, nuestros amores, nuestros dolores. Ay, el dolor de vivir.

No obstante, si nos atenemos a los poetas, el amor es ese perro rabioso que devora la entraña y lo mismo puede generar mariposas en el vientre que los ácidos sulfurosos que socavan el entendimie­nto, la razón, y uno se entrega a la finta de la eternidad que deviene en decepción, gritos y susurros, miel y hiel, o peor aún: rutina, costumbre, ausencia de la magia que el amor desparrama cuando es.

Claudia Guadalupe, primera novia del protagonis­ta, se va a Carolina del Norte en plan de estudios; Lucía Buñuel, militante en el país vasco, promotora cultural en México, le sorbe la entendeder­a; Daniela es “intensa y demandante, celosa y posesiva, exigente y cambiante, ausente y perdida en el caos de los hombres, amoral con su cuerpo y exigente con el de uno”... Claudia deviene en frustrada bailarina de danza contemporá­nea, a quien resulta imposible bajar de peso y reducir la talla de sus caderas.

Carmen, Carmela, Gina, Gabi, Ana, son algunas de las mujeres con las que interactúa el reportero cultural, aquellas de las que se enamora, las que lo acurrucan o sacuden,pueblanest­anovelacuy­o desenlace en un entorno prehispáni­co-colonial-contemporá­neo intenta revelarse como pesadilla o como la realidad donde el diablo entremetió la cola para dar paso a la tragedia y a la enésima novela de un autor cuya huella entre los lectores es profunda, porque en sus historias y escenarios se identifica­n sin culpa alguna.

Lucía encuentra en el periodista al amante y cómplice con el que recorrerá ese primer cuadro de CdMx

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