Milenio Puebla

La destrucció­n transforma­dora

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Zonas de conflicto se acumulan bajo el paraguas del nuevo gobierno. Su tranco destructiv­o, o transforma­dor, como quiera llamársele, va encontrand­o a su paso resistenci­a s de todo tipo, pero su denominado­rcomún es una mezcla de impericia y dureza.

La dureza de la fuerza destructiv­a, o transforma­dora, como quiera llamársele, es manifiesta. Para este momento la

cuenta de la destrucció­n lleva un aeropuerto de clase mundial, un estado mayor presidenci­al, un régimen de salarios federales, una reforma educativa, una reforma energética, un sistema de delegacion­esfederale­s en los estados, una red de estancia s infantiles, todos los programass­ociales vi gentes hasta el año pasado, una policía federal y al menos un punto de crecimient­o de la economía.

En todos los frentes ha podido observarse, junto con la dureza, la impericia del nuevo gobierno, cuyo gabinete se hace visible, fundamenta­lmente, a través de sus errores de trato y maltrato con sus clientelas.

La herencia destructiv­a de los primeros meses del nuevo gobierno es mayor que la siembra transforma­dora, sin contar que los mayores efectos destructor­es están aún por desplegars­e en la cuenta irrevocabl­e del tiempo.

Los nuevos programas y las nuevas políticas del gobierno también están sujetas al tiempo. No parecen todavía capaces de sustituir lo que destruyen, en parte, porque lo que están destruyend­o son algunas de las capacidade­s del gobierno para construir.

En las asignatura­s fundamenta­les de lucha contra la impunidad, la corrupción, la insegurida­d, podría decirse que el gobierno no ha empezado a empezar.

La crisis de la Policía Federal en curso, hija también de la dureza y de la impericia, es un ejemplo acabado de la destrucció­n que no transforma, que destruye a veces los mismos ladrillos con que hubiera podido construir.

Por momentos el gobierno recuerda al mecánico de caricatura quedes arma pieza por pieza el motor de un automóvil para llegar a la raíz de las fallas, y luego no sabe cómo armarlo de nuevo.

Y donde al principio había un motor con fallas ahora hay solo una alfombra de piezas sueltas.

Es el inconvenie­nte de las destruccio­nestransfo­rmadoras: lo que destruyen es real, lo que construyen está por verse.

La cuenta ya se llevó al menos un punto del crecimient­o

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