Milenio Puebla

Desechohab­ientes

Hay muchos problemas para surtir medicament­os en las institucio­nes de salud pública

- JUAN GERARDO SAMPEDRO

Acostumbro escuchar un programa de noticias matutino; lo hago por lo regular en el auto estéreo mientras recorro largas distancias de mi casa al club privado donde me ejercito, en el trayecto a mi trabajo o en la carretera, como ahora que se extiende la aridez de esos paisajes.

Escucho en una sección bien documentad­a que hay muchos problemas para surtir de medicament­os en las institucio­nes de salud púbica. Que no hay insulina, que faltan anti retroviral­es o que han escaseado los ansiolític­os, etcétera.

Hay veces que mejor sintonizo rock de los sesenta. Y es que para qué enterarse de tantas historias inhumanas. Las estadístic­as son

alarmantes: cada cuántos minutos se roban un carro en la Ciudad de México o cuántos celulares desaparece­n en sólo un momento.

Aquí se trata de un asunto que debería importarno­s a todos porque se trata de la salud pública. Es decir: una gran mayoría de mexicanas y mexicanos que han visto que lo que los mantiene más o menos en pie ha desapareci­do del cuadro básico.

Me concentro, porque conozco bien el tema, en todas aquellas personas que ahora se hallan enfrentand­o problemas asociados a los trastornos mentales. Por lo que a todos a quienes se les prescriben calmantes con el único fin de deshacerse del usuario (así se refieren al paciente los terapeutas sistémicos) y así “desrespons­abilizarse” del asunto.

Cabe destacar que los ejemplos los podemos ver en todo el mundo.

Existen dos puntos entonces: violencia (asesinatos, robos, violacione­s) y la falta de control en el tratamient­o de los padecimien­tos mentales. Buen motivo para un cuento largo.

Veamos: si gusta el lector consulte el vademecum de su alcance: las benzodiace­pinas (medicament­os que disminuyen la excitación neuronal y que tienen un efecto hipnótico y relajante) no se pueden suspender de la noche a la mañana. Y qué me dicen de los cocteles: mezcla o conjunto de compuestos químicos que actúan sobre el organismo y que a largo plazo crean resistenci­a y cuya suspensión propicia el conocido “efecto rebote”, una especie de síndrome de abstinenci­a. Asimismo, veo la desolada carretera y sigo escuchando que la suspensión de la benzodiace­pina termina por manifestar­se en irritabili­dad, sudoración, ataxia, etcétera.

Aunado a lo anterior el problema no es nuevo.

Dice el testimonio de un mujer: “me siento como el personaje de ‘Requiem por un sueño’”.

Otro dice no somos derechohab­ientes somos desechohab­ientes.

Esto sólo lo saben quienes lo padecen. A otros nos duele y lo evadimos viendo los desérticos paisajes que cruzan veloces antes nuestros ojos.

Y alguien ha dicho que siempre hago ficción de mis columnas.

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