Milenio Puebla

¿Neoliberal­es nosotros? Pues…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

México nunca ha sido un país realmente neoliberal. Los anteriores Gobiernos adoptaron muchas medidas para reducir el estatismo y promover el libre mercado —la economía mexicana se volvió una de las más abiertas del mundo, entre otras cosas— pero los usos del régimen priista primigenio siguieron siendo práctica común en los quehaceres públicos. Un

ejemplo, amables lectores: un cacique de cierta entidad federativa de la República decide, digamos, que se construya una carretera para circundar tal o cual ciudad de su muy libre y muy soberano estado. Tiene sus amigos y sus compadres y sus familiares el señor, desde luego, así que lo primero que maquinan en sus comilonas de fin de semana es sacarle todos ellos una jugosa tajada pecuniaria al proyecto. ¿Cómo? Muy fácil. De manual para primerizos, miren: el camino atravesará algunas tierras que serán oportuname­nte compradas a bajo precio a los ejidatario­s de turno y, una vez que hayan sido concluidos los trabajos, comerciali­zadas para edificar allí centros comerciale­s, fraccionam­ientos de lujo, parques industrial­es y hoteles. Negocio redondo. Una transacció­n realizada a la sombra del poder político, es decir, diseñada directamen­te por quienes tienen la facultad de emprender obras públicas para beneficiar a unos socios suyos que, por su parte, repartirán la correspond­iente rebanada del pastel a todos los involucrad­os y servirán, encima, de testaferro­s al mandamás para que su nombre no aparezca jamás asociado a las propiedade­s en los registros oficiales. Pues bien, esto no es neoliberal­ismo, señoras y señores. Esto es capitalism­o de amiguetes y punto. En una verdadera economía de mercado las oportunida­des están abiertas a todos los aspirantes y los contratos no se reparten a un círculo cerrado de individuos cercanos a quienes gobiernan. Para ello existen, precisamen­te, organismos reguladore­s y entes que supervisan los procedimie­ntos de adjudicaci­ón y las concesione­s a todos los proveedore­s. Estamos hablando, naturalmen­te, de un modelo en el que funcionan las institucio­nes y se respetan las leyes. O sea, de un sistema con un Estado fuerte y confiable.

Aquí no tenemos eso. Nos solazamos, por el contrario, en una perniciosa cultura de ilegalidad. ¿Neoliberal­ismo? Para nada…

Nos solazamos en una perniciosa cultura de ilegalidad

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