Milenio Puebla

Magnífica desolación

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Alguien determinó que el punto intermedio entre la ahora CdMx, Guanajuato y Washington, D.C. quedaba exactament­e en Tequisquia­pan, Querétaro, y allí se reunió mi familia cuevanense el 19 de julio de 1969, en un hotel llamado La Querencia que, para más señas, contaba con plaza de toros. Veníamos en coche desde Texas y llegamos directamen­te a la celebració­n de una novillada que a los ojos de la infancia parecía no más que un viaje palpable al pretérito de los caballeros andantes: los toreros vestidos con oros, el bullicio de las banderilla­s, el picadorcon un pedazo de armadura plateada en la pierna y el caballo con los ojos vendados.

Uno de mis tíos andaba en el callejón por su cercanía con uno de los toreros en turno y en el tendido, mi abuelo Rafael me explicaba la rara liturgia de lo que sucedía en el ruedo y la hermosa etimología del vocabulari­o deCúc ha res, pero amím et eníahipnot izado la muy arrugada faz de una vi e ji ta que vendía lotería y su gastado rebozo raído, entre gris y rojo, que parecía llevar como joroba. Mi mirada iba de los caballos con los ojos vendados a la mirada blanca de esa señora sin saber que era ciega que parecía llevar bajo las cejas dos canicas de cristal azulado y mientras intentaba entender la danza del toro sangrante con el ballet del torero anónimo, me concentrab­a en ver cómo la señora sorteaba los pasillos del tendido, vendiendo billetes de lotería sin vista y sin importarle que interrumpí­a los olés del público.

El largo viaje desde el bosque de mi infancia, desde esa ciudad tan blanca donde crecí en otro idioma, se había acordado con el propósito de reunir a la familia en torno a una televisión. El mismo tiempo que tardó mi padre en manejar desde Washington a Querétaro fue el que tardó Apollo XI en volar desde el Centro Espacial Kennedy en Florida a las inmediacio­nes de la Luna. Mi familia cuavanense propuso que viéramos el histórico momento en el balneario de Co

manjilla, pero creo que ganó Tequisquia­pan por lo de la corrida de toros. Confieso que durante todo el viaje estuve más concentrad­o en las biografías, entrevista­s y leyendas de Armstrong, Aldrin y Collins que en los nombres de los tres toreros que se jugaban la vida la víspera del alunizaje… y de pronto, un griterío y caras de espanto, y la música dejó de tocar su pasodoble y mi abuelo me tomó de la mano, intentando correr hacia la entrada del tendido, donde mis tíos lograron jalarnos entre la marabunta y cerrar de un golpe un pesado portón de madera roja y recuerdo nítidament­e que pusieron una pesada tranca atravesada en el momento en que se escuchaba que el toro remataba con ferocidad como queriendo tumbar el portón y volver a su ganadería.

Sonaron cinco balazos que acompañaro­n el último alarido de un grito que no he podido olvidar hasta la fecha. Habían matado al novillo volador, pero no evitaron que en su brinco hacia el tendido se llevara entre los cuernos a la viejecita ciega y su azarosa lotería. Era ella la que gritaba, corneada como partida a la mitad y su sangre filtrándos­e por debajo del portón y luego, silencio.

Dicen que en el espacio no se escucha nada y al día siguiente de la tragedia, con una caja de cartón que improvisé como nave sideral y un casco que tenía un falso micrófono anduve en la órbita necia de olvidarme delo que habíavi vi doy concentrar­me en las coordenada­s exactas y el radar simulado con crayolas para pisar por primera vez la Luna.

En un televisor sin colores, con la rasposa pantalla en blanco y negro que proyectaba estática para fantasmas, mi familia entera se emocionó en el instante mismo en que Neil Armstrong descendió en medio del Mare Tranquili ta tisp orla escalera del Arácnido lunar y declaró el gran salto queda bala Humanidad con el pequeño paso que acababa de dejar su huella sobre la arena gris como pólvora de una Luna que dejaba de ser de queso ya para siempre. Vimos a los astronauta­s flotar como niños de parvulario sin gravedad y los adultos no dejaban de lanzar conjeturas y críticas, quejas y celebracio­nes, pretextos para brindar y frases para un futuro que parecía clausurar de un plumazo la psico delia fantástica de una década enloquecid­a para así inaugurarl­o que llamaban futuro, pero hubo un momento en las intermiten­tes palabras que enviaban desde la Luna en el que Buzz Aldrin tuvo la afortunada ocurrencia de intentar calificar el horizonte alucinante, el paisaje gris de cráteres como pedradas en el rostro de la noche; Aldrin intentó poner en palabras lo indecible, lo increíble e insólito de ese escenario ocre que 50 años después hay quien asegura que todo fue falso. Dijo: “Magnífica desolación” y así pasen más años, esa imagen seguirá rondando en mi recuerdo como la mejor descripció­n para un absurdo sinsentido ya tan común que parece sinónimo de la vida misma: a mí me tocó ver una rara liturgia en un ruedo de Sol por donde voló alas alturas un toro bravo para matar con sus astas a una pobre mujer in vidente que llevaba en las manospeque­ñas promesas de fortuna… la víspera del instante en quedos hombres pisaron la Luna para asombro y conciencia de todos los tiempos y de toda la humanidad. Magnífica desolación.

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