México, en la orfandad ideológica
México se ha relacionado mal con la orfandad ideológica. Actúa extraviado entre el debate sobre la administración de un Estado y la percepción política que su gobierno tiene de sí. Una discusión en términos ideológicos sería ociosa si no fuera por la insistencia de
Palacio Nacional en llevarla constantemente a espacios donde las disonancias internas tienen lecturas imprecisas. Le hemos depositado a izquierdas y a derechas cualquier cantidad de elementos que, antes de que la dicotomía en el mundo pareciera exigua, aquí la saturamos de vacío.
Se comete un error al creer que los vacíos son la nada. En ocasiones se construyen a partir de la saturación del todo. Cuando sin importar lo que dice una voz se admite de izquierda solo por quien la pronuncia, nada es de izquierda. De igual manera ocurre frente a su paralelo.
Dos condiciones ayudan a ello. En este país existe una gigantesca facilidad para que las necesidades identitarias de la cultura política se antepongan a la decencia. En simultáneo, la actual administración cree que sigue un proyecto ideológico determinado. Lo que sigue es una idea vaga de muchos de ellos. Sus acciones navegan entre conceptos fijos que alcanzan para acciones administrativas impregnadas de fragilidad.
Si las ideologías tienen alguna utilidad, ésta será simplificar la realidad para adoptar posturas. No necesariamente simplifican lo complejo, sino lo confuso. Es la percepción ideológica la que hace las veces con lo complejo. Aquí su limitación es la capacidad para comprender las figuras de Estado. El pensamiento profundo es un elemento del que ambas vertientes prescinden frecuentemente por mero pragmatismo.
El siglo XX enseñó que ideología y congruencia pueden verse como entes separados. Las consecuencias de la separación impiden trascender al discurso.
Lo que es de izquierda supone una serie de atributos que por positivos tendría poco sentido debatirlos, pero en este momento resulta obligado gracias a la disociación de sus elementos.
Administrar un gobierno desde la ideología o la percepción ideológica exhibe una serie de conflictos. En los cánones proverbiales de la historia política mexicana, tiene nada de izquierda darles mayores atribuciones a las instituciones militares que a las civiles. No es de izquierda hablar de justicia y dignidad, siendo indiferente a ellas con el retraso en el nombramiento del titular de la Fiscalía Especializada en Materia de Derechos Humanos. Tampoco es de izquierda el desprecio a los organismos dedicados al tema. No es de izquierda la promiscuidad política y religiosa que esta administración guarda con la Iglesia evangélica. Es de izquierda el énfasis en políticas sociales, pero éstas son incosteables sin los recursos que otorgan medidas percibidas por el Ejecutivo como antagónicas a sus ideales. La inmoralidad es ambidiestra.
El vacío mexicano está en la falta de solvencia que ha relegado nuestra política a la dicotomía. Es en el margen de grises donde se pueden construir alternativas: ya una vez se pensó en la posibilidad de regular el capital para construir desde él Estados más equitativos.
Conforme los gobiernos se acercan a la esquizofrenia su discurso tiende a ser insostenible.