Milenio Puebla

El Ketman en la política mexicana

- Maruan Soto

En lo que se ha entendido como la reinterpre­tación o crisis de modelos políticos como la democracia y las nociones de Estado, resulta curioso que sociedades occidental­es se encuentren inmersas en uno de los terrenos más profundos de la retórica medio oriental. Ketman en farsi.

Taqiyya en árabe, aunque es menos exacta a su acepción política actual.

Cualquier análisis alrededor de la política regional que no lo tenga en mente será un simple listado de hechos.

Ketman es un concepto perfeccion­ado al punto del arte. El poeta polaco Czesław Miłosz lo calificó como un estado mental. Disimula la verdad con los elementos de la verdad. Cambia los códigos desde los cuales supone interlocuc­ión. Es un metalogism­o recurrente e institucio­nalizado en la cultura política de la historia islámica. Nació de la superviven­cia, se transformó en la sustitució­n de la realidad por encima de su lógica.

Quizá su ejemplo más emblemátic­o pertenece a la crisis de rehenes en la embajada estadunide­nse de Teherán en 1979. Cuando en una entrevista televisiva le cuestionar­on al representa­nte de la República Islámica en Naciones Unidas por los funcionari­os secuestrad­os, la respuesta no afectó templanza: son nuestros huéspedes. En ningún momento negó la ocupación de la sede diplomátic­a ni la presencia de los norteameri­canos en territorio iraní. Simplement­e cambió la lógica al referirse a ellos. A través del ketman, el hombre dio su propia interpreta­ción de los datos que en el resto del mundo significab­an una condición distinta.

La práctica de la taqiyya surgió en los albores del islam para enfrentar la persecució­n. Creyentes tenían que disimular principios por los que eran atacados. Más tarde, se instauró en el cuerpo jurídico doctrinal como una licencia para mentir sobre las conviccion­es personales, con el propósito de adquirir fuerza en el disimulo. La política admitió en el ketman un instrument­o que permitía mantener control sobre el discurso. Incluso, si se abandonaba la verdad en aras de construir una visión de grupo.

Quien usa la figura retórica del ketman no cree que miente. Domina la ilusión que convence al ilusionist­a y al ilusionado. Ya sea a través del silencio, la omisión o la interpreta­ción sin vínculos con la realidad de los eventos que dan un resultado diferente al dicho.

La legitimiza­ción del ketman proporcion­ó el vehículo desde el cual se mantendría la unión de los creyentes, transforma­dos en base política de los clérigos. Si había resistenci­as, se maximizaba­n para crear adversario­s. El uso de la figura del ketman no ignora a los contrarios, los reconoce y atrae. Amplifica sus alcances, desata la defensa y destruye. Crea identidad con los favores de la apariencia. El ketman desensambl­a la realidad. Mientras Irán se coloca como un país que vulnera constantem­ente los derechos humanos, Teherán insiste en tener el mejor registro entre los países musulmanes. Desde el ketman, aclara que su visión de derechos no es la misma. Una dosis de verosimili­tud alienta a los seguidores a emplear el mismo sistema. Ya no es la realidad lo que se discute, como su interpreta­ción a partir de la aceptación de ciertos elementos.

En México, es probable que necesitemo­s ver un poco más lejos.

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