Milenio Puebla

Lina a los 91

- HÉCTOR RIVERA

Lina Wertmüller es un manojo de nervios. Algo flacucha, más o menos pequeña de estatura, usa el cabello blanco muy corto y porta siempre unos anteojos con aros blancos que le dan una identidad muy peculiar. Está a punto de cumplir los 91. Muchos años en realidad para desplegar sus talentos en la escritura dramática y en la dirección escénica y cinematogr­áfica, para poner en tela de juicio el papel dominante de los hombres sobre la fragilidad de las mujeres, para pintar su raya ante el feminismo militante. Un humor amargo, impregnado de intelectua­lidad con referencia­s políticas plenas de desdén son su venerado reino. Lina es de ese tipo de personas que no dejan de moverse de aquí para allá, que no paran de hablar sobre lo que sea, que tienen un solo tema que no externan y desarrolla­n en silencio dentro de su cabeza. Una suerte de neurosis bastante aceptable.

Cuando estoy filmando, ha dicho, puedo trabajar hasta límites inverosími­les, durante semanas, y a veces durante meses, duermo tres horas por día, puedo estar muy nerviosa o no, puedo comer mucho o no, puedo hablar mucho o no…

Lina tiene entre sus muchos reconocimi­entos el que celebra su tendencia a endilgar a sus obras títulos kilométric­os, al modo de Film d’amore e d’anarchia, ovvero’ stamat tina al le 10 in vi ad eiFior in ell anota casa di tolleranza, conocida por sus devotos simplement­e como Filme de amor y anarquía, una película que filmó en 1973, que acaba de ser exhibida en mayo pasado en el Festival de Cine de Cannes en el curso de un homenaje a esta realizador­a de culto.

En la que es una de sus cintas mayores, Lina relata las desventura­s de un militante anarquista que ha llegado a Roma al comienzo de los años 30 con la misión de asesinar a Mussolini y que se refugia en el mundillo erótico de un burdel, en espera del momento oportuno. Poco a poco, sin embargo, el miedo va carcomiend­o su entereza.

Educada en un colegio de monjas, Lina conoció muy joven a Federico Fellini, uno de los realizador­es más prestigiad­os del mundo, y se convirtió en su asistente en una de sus obras maestras, Ocho y medio.

Hoy tiene en su filmografí­a entre ficciones y documental­es para cine y televisión poco más de 30 obras, emprendida­s en el curso de una exitosa carrera que será celebrada dentro de unos meses, en octubre próximo, por la Academia de Artes y Ciencias Cinematogr­áficas de Hollywood por sus aportacion­es al arte fílmico. Este terreno no le es del todo desconocid­o si se considera que con su película Pasqualino: siete bellezas, realizada en 1975, les abrió por primera vez la puerta de los premios Óscar a las mujeres cineastas.

Nacida en Roma en el seno de una aristocrát­ica familia suiza con el nombre de Arcángela Felice Assunta Wertmüller von Elgg Spañol von Braueich, Lina lleva en el nombre la fama. Pero es su obra la que merece todos los reconocimi­entos posibles.

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