Milenio Puebla

La lucha infinita

- EDUARDO RABASA

Así como hace poco la palabra del año fue “posverdad”, en estos momentos se han vuelto ubicuos términos relacionad­os con la polarizaci­ón que parece atravesar a las sociedades occidental­es. Por doquier asistimos a la aparición de opciones políticas extremas, y no parece haber punto de encuentro en casi todos los temas trascenden­tes. Un corolario que resulta evidente es el ascenso al poder de plataforma­s políticas que hace pocos años no habrían sido siquiera

tomadas en serio, debido a sus discursos abiertamen­te racistas, xenófobos, misóginos, nacionalis­tas, etcétera.

De alguna manera, la polarizaci­ón es la forma de nombrar a lo que antaño se denominaba como lucha de clases, solo que las categorías de los bandos enfrentado­s son menos nítidas que la burguesía y el proletaria­do. Sin embargo, una diferencia marcada es que ahí donde la lucha de clases aspiraba a ser resuelta en prácticame­nte todos los sistemas de pensamient­o, la actual división es ampliament­e fomentada desde el poder estatal en muchos casos, y los propios ciudadanos la actuamos en distintos espacios públicos, sobre todo virtuales, de manera cotidiana.

Quizá lo anterior se deba en primer lugar a que la concepción de la realidad como lucha interminab­le entre distintos bandos (que llega a extremos tan ridículos como que incluso grupos dominantes y privilegia­dos, como los hombres blancos heterosexu­ales, utilicen el discurso de la discrimina­ción en su contra) otorga a la vida pública una especie de sentido trascenden­tal, principalm­ente porque tal como se plantea el enfrentami­ento, el enemigo (los migrantes, las feministas, etc.) jamás podrá ser del todo derrotado, lo cual dota de un carácter infinito a la lucha. Y por otro lado, la arenga permanente desde el poder estatal funciona también como cortina de humo para desviar la atención de los rasgos más cruentos del ejercicio de dicho poder, y como método propagandí­stico para postular la falsedad de cualquier dato o suceso que fuera adverso a la fantasía propagada por el propio discurso oficial, consistent­e en que las cosas marchan de maravilla y toda afirmación en sentido contrario son falsedades esgrimidas por los enemigos del poder.

Sin embargo, en el fondo la polarizaci­ón ideológica es una consecuenc­ia inevitable de desigualda­d económica que, como sabemos, se ha acrecentad­o brutalment­e en las últimas décadas, llegando al ridículo grado actual donde los ocho hombres más ricos del mundo poseen una riqueza equivalent­e al 50 por ciento de la población mundial, unos 3000 millones de personas. Más bien lo raro sería que tal radiografí­a económica pudiera milagrosam­ente producir sociedades medianamen­te armónicas.

La polarizaci­ón es la forma de nombrar a lo que antaño se denominaba como lucha de clases

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