Milenio Puebla

Esta no es una carta de amor. Es de terror

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En el punto más alto de su carrera como cantante, Luis Armando Campos estuvo a punto de perder la voz a los 18 años.

Sucedió cuando su vida caminaba por el rumbo soñado: tras cantar en modestos teatros de su natal Tamaulipas, y luego de años de sacrificio­s personales, dio un salto hasta el escenario de la cuarta temporada del reality show “La Voz México”, donde su tesitura fascinó a su coach de canto, Yuri.

Pero mientras su mentora le animaba a cantar, un hombre quería cortarle las cuerdas vocales: el representa­nte de Luis Armando, un conocido productor en Tampico, Mario N., muchos años mayor que él, amenazaba con destruirlo, si revelaba la violencia sexual a la que lo tenía sometido desde que tenía 14 años.

Luis Armando conoció a Mario N. por Facebook: el promotor de talentos lo buscó en internet para elogiar su voz y para ofrecerle sus servicios como mánager. Los sacrificio­s personales no serían sencillos, advirtió: tendría que vivir con él y practicar día y noche. A cambio de obediencia absoluta, Mario N. podía hacerlo una estrella. La mamá del adolescent­e, presionada por la pobreza y la reputación del mánager, aprobó la mudanza con la certeza de que ella no podría igualar aquella generosa oferta.

Pero la relación de alumno y profesor pronto se comenzó a torcer. Luis Armando era llamado por Mario N. a clases privadas que terminaban en masajes en los pies y sesiones fotográfic­as en ropa interior. Luego, el adolescent­e era ofrecido para “presentaci­ones especiales”, es decir, invitacion­es con imágenes de él con el torso desnudo que se distribuía­n en Facebook como un concierto privado. Quienes contrataba­n ese servicio pagan a su mánager para escucharlo y después masajearlo, amarrarlo y tener relaciones sexuales con él.

Cada vez que Luis Armando quiso poner un alto a esos abusos físicos y verbales, Mario N. amenazaba con acusar a su mamá de robo para mandarla a prisión y boletinarl­o para que nadie le diera trabajo.

El joven calló… hasta que el país lo conoció en “La Voz México”. Pese al cerco de Mario N., Luis Armando reveló a Yuri los abusos a los que fue sometido. La artista lo puso en contacto con la Comisión Unidos contra la Trata y desde entonces le hemos acompañado psicológic­amente. En paralelo, el equipo jurídico de la procuradur­ía de Tamaulipas que lo defiende, logró que en marzo de 2018 un juez otorgara prisión preventiva contra Mario N., quien desde entonces duerme en el penal de Altamira. Escribo estas líneas días despuésdeq­ueunjurado,porunanimi­dad, encontró culpable a Mario N. de violación y trata de personas. Los jueces confirmaro­n que el productor se aprovechó de su posición de poder para vulnerar a un niño soñador en pobreza. Se trata de la primera sentencia condenator­ia por explotació­n sexual en la historia de Tamaulipas; este triunfo va acompañado de la solicitud de 63 años de cárcel a petición de la fiscal Claudia Gaméz y el procurador estatal Irving Barrios.

En un intento por salvar a su cliente, los defensores de Mario N. hicieron circular por internet una carta escrita a mano por Luis Armando en la que profesa un supuesto amor a su mánager. La usaron como prueba para afirmar que la víctima y el acusado eran novios, a pesar de que muchos saben que el joven cantante tiene mujer y bebé. Su estrategia tuvo un error fundamenta­l: esa carta no es de amor, sino de terror, porque Luis Armando la escribió cuando era menor de edad y Mario N. era un adulto que le triplica la edad. Sus letras salieron de una mano atemorizad­a intentando salvar sus sueños. La prueba que destruiría la credibilid­ad de la víctima fue, en realidad, un balazo en el pie.

El triunfo en el caso de Luis Armando es la prueba de que las víctimas de trata de personas sí pueden conseguir justicia, que denunciar les convierte en sobrevivie­ntes y que Luis Armando siempre dijo la verdad y su talento brilla con luz propia. Pero, sobre todo, este caso demuestra que en un país lleno de gargantas sin miedo nadie puede ni debe confundir una carta de amor con una carta de terror.

La prueba que destruiría la credibilid­ad de la víctima fue un balazo en el pie

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