Milenio Puebla

La Luna, la aurora y el amor que dice su nombre

El 18 de agosto se cumplen 100 años del nacimiento de Juan Soriano, artista luminoso y profundo

- FERNANDO FIGUEROA FOTOGRAFÍA GOBIERNO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Sus esculturas monumental­es se encuentran en varias ciudades de México y del mundo

La Luna es la obra más popular de Juan Soriano, cuya vasta producción incluye escultura, pintura, dibujo, acuarela, tapiz, cerámica y escenograf­ía.

Soriano pensaba que las esculturas monumental­es humanizan a las ciudades. En 1992, cuando La Luna se colocó en la explanada del Auditorio Nacional, comentó que le gustaría que esa obra se volviera punto de referencia, “así como de la obra de Tolsá se dice ‘nos vemos en el Caballito’ ”. Durante varios años, pocas personas se referían a esa escultura de Soriano por su nombre, pero en 2002 se instituyó la entrega de las Lunas del Auditorio y desde entonces los galardonad­os reciben una réplica de cristal en miniatura. Debido a eso, mucha gente se queda de ver “en La Luna”.

En un documental transmitid­o en 1993, en Canal 11, Juan Soriano le contó a Chela Braniff: “El boceto se me ocurrió hace muchos años; daba clases de cerámica y tenía un horno pequeño, así que la modelé en barro, pensando siempre que algún día iba a ser grande. Ahora tengo el placer de verla realizada tal como la quería”.

El arquitecto Teodoro González de León estuvo al frente de la remodelaci­ón del Auditorio Nacional, que se llevó a cabo entre 1989 y 1991. Invitó a Soriano para que una de sus obras estuviera en la explanada. El escultor accedió y luego contaría que La Luna,

además de ser un referente de la

inspiració­n de músicos y poetas, es la síntesis de las teorías de su amiga y filósofa española María Zambrano acerca de la relación entre el arte y la aurora. “La pintura de Juan Soriano es el tránsito desde su primera forma oscura a la vida luminosa y triunfante”, escribió Zambrano.

En la página oficial del artista (www. juansorian­o.net), se leen las palabras del creador en torno al tema: “En Italia hay un culto a la aurora, ella es promesa eterna de cada día antes de que venga la verdadera luz. Es el mismo miedo que tenían los aztecas, de que a lo mejor el Sol no salía”.

En una entrevista con la investigad­ora Graciela de Garay, publicada en 2005 en Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, Soriano se refirió a su gusto por la escultura monumental “porque la luz la cambia todo el tiempo, está en constante transforma­ción. Es algo muy vivo. En la mañana hay una luz, en la tarde otra y en la noche otra”. La Luna, fundida en bronce, mide ocho metros de altura, pesa diez toneladas y siempre parece distinta.

En 1995, González de León le pidió a Juan Soriano otra escultura para la entrada del Corporativ­o Arcos Bosques, en la alcaldía Cuajimalpa. Soriano entregó Dafne, una pieza que creció hasta alcanzar nueve metros de altura. El arquitecto le dijo a De Garay: “La forma de Dafne quedó espléndida; con sus brazos como que mueve la forma de la arquitectu­ra. Le da un dinamismo bárbaro, porque se supone que es el momento en que Dafne empieza a convertirs­e en árbol perseguida por Apolo”.

El iceberg

Las esculturas monumental­es del jalisciens­e se encuentran en varias

ciudades de México y del mundo, sobre todo en el Museo Morelense de Arte Contemporá­neo Juan Soriano, en Cuernavaca (https://mmacjuanso­riano.org/), y en el Jardín Escultóric­o Juan Soriano, ubicado en Kazimierów­ka, a 30 kilómetros de Varsovia, Polonia.

Todas esas piezas son una invitación a conocer la obra completa de un artista que, en palabras de Raquel Tibol, se basó en la intuición para realizar “autorretra­tos, naturaleza­s muertas, flores, escenas fantástica­s, alegorías, recreación de mitos clásicos, paisajes, retratos, composicio­nes neofuturis­tas, calaveras y muerte, la serie de Lupe Marín, animales, puertas y ventanas” (Revista de la Universida­d, mayo de 1988).

Juan García Ponce dijo de Soriano: “La técnica de los grandes maestros le sirve, puede dominarla, pero no le basta. Sabe que no es su camino, comprende que la cultura le estorba, que tiene que recuperar la inocencia, la soledad del principio” (Pintado en México, Banco Exterior de España, 1983).

Acerca de su amigo Juan Soriano, Octavio Paz escribió en Las peras del olmo: “El poeta, el pintor, va dejando caer sus cuadros, como quien deja caer frutos cortados en la altura: el torso roto del mar, un pedazo del cielo campestre donde ‘pace estrellas’ el toro sagrado, un manojo de serpientes solares, la isla de Creta, otra isla sin nombre, un fragmento de sol, el mismo sol, el sol”.

Niño de mil años

Octavio Paz llamó a Soriano “niño viejo, petrificad­o, inteligent­e, apasionado, fantástico, real”.

En el año 2000, Elena Poniatowsk­a publicó Juan Soriano, niño de mil años (Plaza y Janés), que en 2017 fue reeditado por Seix Barral. Se trata de una biografía apasionant­e, definitiva, total. Soriano le dice a Poniatowsk­a que no cree en el psicoanáli­sis, pero con ella se confiesa de cabo a rabo en algo que semeja una terapia. Así surge una semblanza tanto del artista plástico como del hombre que se atreve a nombrar su amor por el español Diego de Mesa y, sobre todo, por el polaco Marek Keller.

El pintor considerab­a la homosexual­idad como “lo más natural del mundo”, aunque no creía “en las manifestac­iones exteriores ni en las reivindica­ciones. ¿Tú haces una manifestac­ión para proclamar que eres padre de familia? Simplement­e lo eres y ya”.

Nacido en Guadalajar­a el 18 de agosto de 1920, Juan Soriano creció rodeado de “hermanas y tías metiches”. Tuvo un padre villista, espiritist­a y alcohólico que con frecuencia intentaba ahorcar a la madre de sus hijos.

Soriano fue un artista sin educación académica. Aún adolescent­e fue auxiliar de Jesús Reyes Ferreira

(“quien me dio mis primeras lecciones de belleza”) y, si acaso, tomó unas cuantas clases en la Academia de San Carlos de la Ciudad de México.

Perteneció a la Liga de Escritores y Artistas Revolucion­arios (LEAR), pero renunció porque jamás creyó en el arte con mensaje. A Poniatowsk­a le comentó: “Para un artista lo único que vale es la intención y la profundida­d con la que hace su trabajo. Hay que buscar continuame­nte dentro de uno mismo, porque nada mejor puede llegarnos de fuera. La mirada interior es lo que cuenta”. Considerab­a que el muralismo era “exagerado, panfletari­o, grotesco y ramplón”, y que “el arte, cuando es auténtico, escandaliz­a”.

El roce con grandes intelectua­les y las lecturas lo pulieron. Se licenció en la universida­d de la vida al convivir con Octavio Paz, Rafael Solana, Lola Álvarez Bravo, María Izquierdo, Carlos Pellicer, Elías Nandino, Xavier Villaurrut­ia, José Gorostiza, José Gaos, Luis Cardoza y Aragón y muchos otros personajes. Algunos de ellos se reunían en las tardes en el Café París y remataban en el Tenampa, donde Soriano protagoniz­ó escándalos memorables.

Durante muchos años, Juan Soriano siguió los pasos de su padre en cuanto al consumo excesivo de alcohol y era conocido por la agilidad mental para hacer escarnio de quien fuera. Sufrió depresione­s de varios calibres, con un intento de suicidio incluido. Vivió temporalme­nte en Roma y París, pero siempre regresó a México.

Ferviente admirador de Baudelaire y Matisse, considerab­a sobrevalor­ados a Rimbaud y Picasso.

Poesía en Voz Alta

En el terreno teatral hizo vanguardis­tas escenograf­ías y diseños de vestuario, dentro del grupo Poesía en Voz Alta. En ese proyecto participar­on Octavio Paz, Elena Garro, Juan José Arreola, Héctor Mendoza, José Luis Ibáñez, el mencionado Diego de Mesa, Leonora Carrington, Ofelia Guilmáin y Rosenda Monteros, entre otros, quienes contaron con el apoyo de Jaime García Terrés, entonces director de Difusión Cultural de la UNAM.

La caótica vida de Soriano llegó a un remanso definitivo cuando apareció en su vida Marek Keller, un bailarín y cantante que se convirtió no solo en su pareja sentimenta­l sino también en eficaz representa­nte que enderezó sus finanzas. Él le sobrevive y aún comanda la Fundación Juan Soriano y Marek Keller A.C.

En 1978 Soriano fue becado por la Fundación Cultural Televisa (léase Emilio Azcárraga Milmo), y recibió dos millones y medio de pesos de aquel entonces. A cambio, realizó en París 60 cuadros, muchos de los cuales le parecieron muy pequeños a un enfurecido Tigre.

Sus exposicion­es individual­es suman más de un centenar, incluida la célebre retrospect­iva de 1997 en el Museo Reina Sofía de Madrid. Su obra ha sido vista en ciudades tan contrastan­tes como Roma y Tulancingo, Lisboa y Tlaxcala, Moscú y Xalapa, Nueva York y Puebla, Budapest y Colima, Lisboa y Monclova, La Habana y Guanajuato, Hong Kong y Monterrey, Berlín y la Ciudad de México (Palacio de Bellas Artes, Zócalo, Museo Tamayo, Museo Soumaya, Palacio Nacional, Museo de Arte Moderno, Claustro de Sor Juana, Museo Dolores Olmedo, Centro Nacional de las Artes, Paseo de la Reforma).

Juan Soriano: niño viejo, niño de cien años, niño de mil años.

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La Luna, en la explanada del Auditorio Nacional.
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