¿Matarlos? No, meterlos nada más a la cárcel…
De
lo que se trata es de aplicar la ley. Eso y nada más. En este país quienes matan son los delincuentes, no la gente de bien. Los sicarios andan armados. Con sus rifles de asalto aterrorizan a la población, extorsionan, violan, secuestran, ejecutan y, llegado el caso, enfrentan a las fuerzas de seguridad de un Estado desafortunadamente omiso.
Los cuidados, la lectura de hermosos poemas para despertar la sensibilidad, los conciertos con sinfonías de Mozart, la repartición de recursos a los sectores más desfavorecidos de la sociedad y la entrega de becas a jóvenes desempleados, entre otras acciones, funcionan a mediano plazo (en el mejor de los casos) para prevenir quebrantamientos futuros y para mitigar las consecuencias de una descomposición social que, por otra parte, tiene orígenes más remotos. Es muy extraño, en este sentido, que la postura del régimen de la 4T no sea el fortalecimiento del sistema educativo y que su apuesta, por el contrario, tenga un sello declaradamente corporativista y clientelar: los niños de la nación mexicana en nada se benefician de que una organización magisterial de modos mafiosos obtenga cada vez más prebendas. De la misma manera, un modelo paternalista y complaciente no llevará, en modo alguno, a preparar a los estudiantes para que puedan afrontar con éxito las durezas de un mundo cada vez más competitivo y moverse en un entorno globalizado de altísimas exigencias en el que la capacitación y los conocimientos juegan un papel absolutamente decisivo. ¿México está cimentando su propia condena de marginación al instaurar un sistema educativo de incumplimientos y sin los rigores necesarios para formar profesionalmente a sus ciudadanos?
Pero tampoco resulta nada evidente que las políticas sociales por sí solas puedan contrarrestar la penetración de la criminalidad en nuestra sociedad: el gobierno de este país no cuenta con recursos infinitos, ni mucho menos, para que la simple perspectiva de una vida honrada resulte atractiva a jóvenes que, por su parte, aspiran a conseguir dinero por la vía rápida así sea que el camino sea incorporarse a las filas del crimen. Simple cuestión de números y en este apartado las recompensas ofrecidas por las organizaciones de la delincuencia son incomparablemente más apetecibles que una mera beca.
Más allá de pretender o intentar una transformación de fondo (cuyos resultados que no veremos ahora), el Estado tiene que intervenir para restarle poder y capacidad de acción a la delincuencia. No es asunto de ejecuciones ni masacres sino de acabar con la impunidad y de hacer justicia para garantizar a los mexicanos el más fundamental de sus derechos: vivir en paz y con seguridad. Y, pues sí, cuando tienes enfrente a un grupo de sicarios armados a veces no hay otro remedio que accionar también el gatillo.
No es asunto de ejecuciones sino de acabar con la impunidad y de hacer justicia