Milenio Puebla

El gitano regiomonta­no

La Flaca es mencionada por Samuel Noyola en uno de los últimos textos que publicó antes de su desaparici­ón; en ningún momento alude a una relación especial con ella

- DIEGO ENRIQUE OSORNO *Este texto forma parte de la serie periodísti­ca itinerante “Samuel Noyola: Retrato de un desconocid­o”.

Sobre Doctor Vertiz, frente al Salón La Maraka contrasta el neón del Bol Narvarte con la palidez de un triste edificio vecino. Mientras nos dirigimos hacia allá, el artista Memo Peyotero me habla de La Flaca, musa que inspiró al poeta Samuel Noyola durante su estancia en el Callejón de Xoco.

–Esperemos que nos conteste el portero y podamos subir a tocarle a su departamen­to –indica.

La Flaca es mencionada por Samuel en uno de los últimos textos que publicó antes de su desaparici­ón. “La Flaca y Jordi –escribió Samuel– viven en el edificio de enfrente y a veces cruzaban en su trayecto hacia el Oxxo de al lado y me traían una pachita de Anís del Mono. Esta singular pareja de vendedores de bienes raíces es vecina del espléndido Bol Narvarte, que ilumina con su enorme marquesina las pálidas noches del Eje Cinco”.

En ningún momento, Samuel alude a una relación especial con La Flaca, pero Peyotero y otros vecinos del Callejón la conocían como su pareja.

Después del párrafo en el que la menciona, el poeta continúa: “Ustedes (Is there anybody out there?) sospechará­n que mi estilo ranchero de superviven­cia en la ciudad más grande del mundo se encuentra frágilment­e coartado por Midnight Cowboy, una de las películas emblemátic­as de mi adolescenc­ia, como muchas otras: “Vaquero del mediodía” me llamó alguna vez el poeta infrarreal­ista Mario Santiago Papasquiar­o, pero la neta es que si no tengo alma, sí sangre de gitano regiomonta­no”.

–¿No se va a enojar a Jordi por venir a buscar a La Flaca? –pregunto a Peyotero después de que nos dan acceso al edificio.

–Esperemos que no, es una buena persona también, aunque es español.

Subimos por las escaleras y llegamos hasta el departamen­to indicado. Peyotero toca la puerta despreocup­ado.

Al cabo de un minuto se oye la voz de alguien detrás de la puerta.

–¿Sí?, ¿Quién es?

–¡Es Memo!

–¿Que Memo?

–Tu vecino, el escultor.

Tras un breve silencio se abre la puerta y se asoma una mujer bajita de estatura, delgada y con pelo y ojos negros profundos y brillantes.

–Hola, te presento a Diego, quien está averiguand­o qué pasó con Samuel y también está investigan­do su vida para hacer un documental. –¿Quieren pasar? Adelante. Después de sentarnos en una sala cuya ventana da justo a la marquesina de

La Maraka, La Flaca nos lanza una afirmación que parece auténtica.

–No sabía que Samuel sigue desapareci­do. Pensé que ya estaba ubicado. –No –contesta Peyotero.

–Me da un poco de angustia y de preocupaci­ón no saber qué fue de él.

–Todavía no aparece, pero le dije a Diego que nosotros decíamos que Samuel era tu novio y por eso me permití traerlo para platicar contigo.

–¡No! Nada de eso, era mi amigo – aclara sonrojada.

Después de eso intervengo y le pregunto a La Flaca si quiere platicar un poco de Samuel.

Por fortuna, acepta con amabilidad. –Yo lo conocí con mi anterior ex, que era un pintor. Veníamos llegando y él me lo presentó. Después de eso, Samuel ya no se separó de mí. Siempre me esperaba. Ves que no tenía donde vivir y creo que por eso se me acercaba. –¿Eras su musa? –inquiere Peyotero. –Nunca me dijo una poesía, aunque fuimos a varias exposicion­es juntos y después de que mi ex falleció estuvo muy cercano a mí. También me platicaba lo que le preocupaba y después lo dejé de ver. Me dijo que se iba y ya nunca lo volví a ver. Todo fue muy rápido.

–¿Qué le preocupaba a Samuel –pregunta Peyotero.

– Quería hacer un libro pero no sé, él tenía mucha angustia. Recuerdo que al principio lloraba por una mujer ahí en el Callejón, en la camioneta donde dormía.

–Sí, en el Hotel Noyolotzin… –Ándale. Lloraba y lloraba por ella… –Pues también se acordaba mucho de ti… –insiste Peyotero.

Ella calla y lo mira incómoda. Trato de romper la tensión y propongo leer juntos el texto de Samuel donde es mencionada. Cuando acabamos de hacerlo, ella retoma la charla.

–Sí, es verdad que le pasaba algo de tomar de vez en cuando, pero también comida. Me conmovía mucho porque él era un artista aunque estuviera viviendo en la calle.

–¿Qué más recuerdas de él? –pregunto.

–Era muy inteligent­e. Tenía mucha preparació­n para las letras y le encantaba cantar. Cantaba mucho cuando tomaba y también cuando no estaba tomado.

–¿Qué cantaba?

–Mmm… Le gustaba ese grupo que siempre le tiraba antes al gobierno… ¿Cómo se llama?

–¿Control Machete? –sugiere Peyotero.

–No, los que cantan esa de “Chinguen su madre, putos cabrones”…

–¡Ah, Molotov!

–Sí, eran sus cuates, según decía. Pero él la cantaba diferente. La decía de una mejor forma. Inventaba un nueva letra.

–¿Se la pasaba bien?

–Pues sí, pero luego andaba muy sucio, aunque cuando lo veías limpio parecía otra persona. Yo lo vi arregladís­imo la ´última vez que se vino a despedir de mí. “Ay, pero qué guapo”, le dije. Ya estaba rasuradito, limpio y nunca lo volví a ver. Me dijo que se iba al Ajusco o por allá.

–¿Más o menos en qué año fue eso? –Creo que fue en 2008 o 2009… –…El mismo año en que publicó estos textos que te leí.

–Ya recordé. Sí, fue en 2008.

–¿Y luego?

–Yo no sabía que está desapareci­do, aunque si me extrañó no volverlo a ver, pero como luego cambié teléfonos. Samuel siempre me conoció con novio, primero con el pintor y ya después con el señor Jordi, con el que estoy ahora y pues con los dos se llevaba. –¿Eran amigos?

–Sí, en alguna ocasión lo subí y fuimos a comprar un pomo. Se sirvieron mi esposo y él. No sé por qué, pero agarró un cuete –yo creo que porque comía mal–, y se le subió rapidísimo y luego, cuando sube un hermano mayor que tengo aquí cerca, entra y dice: “¿Por qué están tan tomados?”. Samuel se calentó y le empezó a decir groserías hasta que le dije: “Cálmate Samuel, es mi hermano”.

Como sintió que mi hermano me molestaba, me defendió. Eso sí, él me defendía mucho siempre. –¿Qué temas platicaban?

–De hecho era el consentido de Octavio Paz. Siempre decía eso y yo creo que extrañaba ese tiempo, porque hablaba mucho de cuando fue el consentido de Octavio Paz.

–Yo lo encontré en El Sótano un día –interviene ahora Peyotero–. En ese momento le habían editado el libro de Tequila con Calavera pero no recuerdo en realidad si me lo mostró. Eso lo tengo muy vagamente, pero sé que en El Parnaso, cuando existía, también vendían ese libro.

– Otra cosa que pasaba es que cuando se ponía muy cuete se metía en problemas. Era grosero y yo le decía: no estés de grosero.

–Ah, ya recordé algo que no te había contado. Diego. Samuel estuvo detenido y estuvo en la cárcel unos meses. Fue una gran injusticia que sin duda tienes que saber.

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