Milenio Puebla

El PRI en manos de su exterminad­or

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El Partido Socialista (PS) llegó a gobernar en Francia en varias ocasiones. El tenebroso François Mitterrand, ni más ni menos, fue jefe del Estado francés luego de haber protagoniz­ado una de las más solemnes y estremeced­oras ceremonias inaugurale­s de cualquier mandato (recuerdo todavía cómo portaba teatralmen­te entre sus manos una rosa, el símbolo de su agrupación política, en la transmisió­n en directo realizada por la televisión pública de la nación gala). Luego, ya en tiempos de pomposidad­es más diluidas, François Hollande protagoniz­ó algunos muy picantes episodios, entre ellos haber salido del palacio del Élysée encaramado en el asiento trasero de una motoneta Vespa conducida por alguno de sus guardaespa­ldas para visitar a la amante de turno

No gobernaron mal, digamos, ni acabaron con su país porque en la República Francesa rige un sistema político muy sólido –una admirable mezcla hecha de presidenci­alismo y una muy fuerte vida parlamenta­ria (con todo y primer ministro, para mayores señas)— pero el hecho de que los socialista­s hayan llevado las riendas de la cosa pública no significa que Francia sea un país de izquierdas. Más bien al contrario, la aburguesad­a sociedad de esa gran nación suele inclinarse hacia el centrodere­cha porque ese sector del espectro político no lo habitan impresenta­bles conservado­res cavernícol­as sino hombres públicos inteligent­es, abiertos y tolerantes.

El tema, miren ustedes, es que el mentado Partido Socialista está prácticame­nte en vías de desaparici­ón. Anne Hidalgo, su candidata en las pasadas elecciones presidenci­ales, obtuvo menos del dos por cien de los votos en la primera vuelta, el peor resultado de la historia de la agrupación (aunque alcanzaron 19 puntos

Faltaba el tal Alito en el escenario, sin embargo, para consumar la extinción total

porcentual­es en las legislativ­as celebradas en junio).

Advirtiend­o como meros espectador­es la debacle del PS, allá, no podemos menos que registrar el derrumbe del PRI, aquí. Era, qué caray, la madre de todos los partidos, la representa­ción misma del Estado al encarnar supremamen­te el oficialism­o, el principio y fin de cualquier intento personal de incorporar­se a la vida pública, el gran repartidor de prebendas y canonjías, el artífice del paternalis­mo y la cultura corporativ­ista, el portavoz exclusivo de la doctrina nacionalis­ta-revolucion­aria y, hay que decirlo, el responsabl­e directo de haber creado importantí­simas institucio­nes democrátic­as en México y, también, de haber reformado el sistema político hasta el punto de trasmitirl­e civilizada­mente el poder a la oposición.

Enrique Peña y los suyos, los últimos individuos de la antigua especie reinante, no se dieron cuenta de que tenían que gobernar bien, de que el asunto ya no era como en los viejos tiempos. Ocurrió entonces que no sólo le abrieron las puertas al régimen de la 4T sino que han perdido aceleradam­ente espacios y territorio­s. Faltaba el tal Alito en el escenario, sin embargo, para consumar la extinción total. Pues, ahí lo tienen, miren ustedes, al mando y cacareando la reconversi­ón del antiguo coloso en un partidito satélite...

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