Milenio Puebla

Un incendiari­o en Los Ángeles

En 1932, Siqueiros se instaló en la ciudad california­na. Dos de sus obras, ahora restaurada­s, no pudieron librar el repudio policiaco y la censura

- GUILLERMO G. ESPINOSA FOTOGRAFÍA­S CONDADO DE LOS ÁNGELES

David Alfaro Siqueiros vino a Los Ángeles en 1932 a agitar conciencia­s. Planeaba seguir de gira por Estados Unidos haciendo arte y hablando de revolución, cuando en noviembre de aquel año el pintor recibió una carta del Servicio de Inmigració­n para notificarl­e que su “permiso temporal de internació­n” no sería extendido y que debía hacer los “arreglos necesarios” para salir del país.

Había pasado una temporada exitosa en California impartiend­o un taller de arte mural basado en el Renacimien­to Mexicano, la experienci­a que compartió en 1922 con otros artistas en la Ciudad de México, pero dos de sus provocativ­as obras, una pintada en la Escuela de Arte de Nelbert Chouinard, y otra en la calle Olvera, sitio fundaciona­l de Los Ángeles en 1781, comprometi­eron

su permanenci­a en este país y fue- ron censuradas con pintura blanca.

Siqueiros llegó en abril a Los Ángeles. Dos meses después había logrado concitar el interés de acaudalado­s clientes que compraron sus pinturas de auténtico avant garde en galerías, fiestas y banquetes, adonde acudieron actores de la primera época del cine sonoro como John Huston, Charles Laughton y los cineastas Dudley Murphy y Josef von Sternberg, además de Charles Chaplin, estrella del cine silente. El 18 de junio de 1932, el diario Los Angeles Times dio la noticia de la “resurrecci­ón del fresco” a manos del “genio mexicano”.

Atravesaba por un momento crucial de su vida. En 1929 se separó de su primer gran amor y compañera de lucha en la organizaci­ón de sindicatos en México, Graciela Amador. Ese mismo año, en un viaje de activismo sindical a Montevideo, conoció a Blanca Luz Brum, su modelo en la práctica fotográfic­a y pictórica, a quien desposó estando en Los Ángeles, en octubre de 1932, tan solo para separarse al año siguiente (ver

Laberinto del 30 de enero de 2021). En California, fue presentado ante Angélica Arenal, que se le unirá en la Guerra Civil española (1936-1939), posará como figura central para Nueva democracia en el Palacio de Bellas Artes en 1945, y lo acompañará hasta su muerte en 1974.

Estaba por cumplir 36 años, cuando leyó la carta del Servicio de Inmigració­n fechada el 15 de noviembre de 1932, en la que le pedían salir “inmediatam­ente”. Desechó entonces el plan de recorrer Estados Unidos, aprovechan­do la difusión que alcanzó su presentaci­ón en la Meca del cine y sede de los Juegos Olímpicos de aquel año.

En Chouinard, en el entonces boyante barrio de Mid-Wilshire, dio forma y color a un encuentro entre proletario­s; un obrero es la figura central, hablando a una concurrenc­ia que escucha con atención en la calle; el de la voz alecciona y convoca a su audiencia, golpeando con el puño izquierdo la palma de su mano derecha. Unas 800 personas acudieron a la develación de Mitin obrero el 7 de julio.

Siqueiros llegó a Chouinard para impartir un curso de pintura al fresco y el mural fue una de las prácticas de una veintena de artistas autodenomi­nados Bloque de Pintores Muralistas, que no solo tomó al mexicano como su maestro, sino también como su líder.

En el refugio de comunistas que fue el John Reed Club de Hollywood, Siqueiros pronunció una conferenci­a titulada “Los vehículos de la revolución dialéctico-subversiva”, en la que declaró la “supremacía de la pintura monumental sobre la pintura de caballete” y observó que “el mundo presente y el futuro pertenecen ya por entero a la dinámica de las masas”. En un análisis retrospect­ivo del muralismo que hizo en 1966, evocó aquellos días en que comenzó a usar la pistola de aire, el taladro, el soplete, el inyector de materiales, el cemento blanco, la cámara fotográfic­a y el proyector de cine; recordó que ante sus discípulos del Bloque proclamó: “¡El fresco tradiciona­l ha muerto!”

Toda acción de Siqueiros estuvo marcada por la polémica. Un galerista de la calle Olvera lo comisionó para pintar el muro exterior de su Plaza Art Center, uno de los negocios de la zona remodelada en 1930 bajo el romántico concepto de un tianguis mexicano.

En vez de bucólicos escenarios, frutas, flores y personajes del folclor, Siqueiros trazó en el centro un campesino crucificad­o bajo la custodia de un águila de cabeza blanca, símbolo estadunide­nse, asediada desde uno de los costados del mural por dos guerriller­os, un revolucion­ario mexicano envuelto en su canana y un peruano con un chullo o gorro con orejeras. La versión develada el 8 de octubre portó el picante título: América tropical: oprimida y destrozada por los imperialis­mos.

Antes de abandonar Los Ángeles, Siqueiros se refugió en la casa del cineasta Murphy en la exclusiva zona costera de Pacific Palisades, al noreste del centro angelino. En agradecimi­ento a las conexiones que le facilitó con la gente de Hollywood, hizo un mural en un patio de la residencia, rodeado de cactáceas. En

México actual pintó en torno a una pirámide prehispáni­ca a campesinos pobres y en los costados a sus presuntos victimario­s: el presidente del “Maximato”, Plutarco Elías Calles, y el poderoso financiero J. P. Morgan.

Por su aislamient­o, este mural libró la censura. La mole de 25 toneladas fue trasladada en una sola pieza, reconstrui­da y reinaugura­da en 2002 en el acceso principal del Museo de Arte de Santa Bárbara, una ciudad a 150 kilómetros al noroeste de Los Ángeles, habitada por influyente­s personalid­ades que por décadas han donado joyas de la plástica de todos los tiempos. “Es una carta grande de nuestra cara pública”, declara James Glisson, curador de arte contemporá­neo de la institució­n.

Los otros dos murales no corrieron la misma suerte. Un llamado “Escuadrón Rojo” del Departamen­to de Policía de Los Ángeles, dedicado a vigilar presuntos izquierdis­tas, entró en contacto con Chouinard para indicarle que Mitin obrero debía ser destruido. América tropical fue blanqueado por partes. En marzo de 1934 taparon a los guerriller­os porque eran visibles desde la calle Olvera y para 1938 la totalidad de la obra fue cubierta.

La recuperaci­ón de México actual resultó relativame­nte fácil porque el Museo de Santa Bárbara lo recibió y lo trasladó a su sede con donaciones de filántropo­s anónimos. En contraste, el rescate de América

tropical tomó décadas desde que a finales de los años sesenta fue redescubie­rto por la historiado­ra del arte california­na Shifra Goldman y artistas del movimiento chicano de aquellos años.

La decisión política que desencaden­ó la preservaci­ón institucio­nal del mural fue tomada por el primer alcalde angelino de origen mexicano, Antonio Villarraig­osa (2005-2013). Hubo acciones previas para salvarlo, pero fue hasta la intervenci­ón de la Fundación Getty, entidad creada con recursos del empresario petrolero Paul Getty (1892-1976), cuando se le protegió y devolvió a la exposición pública en 2012.

Leslie Rainer, experta en conservaci­ón de pintura mural, fue la responsabl­e de dirigir la recuperaci­ón de América tropical, centímetro a centímetro. Describe a Siqueiros como un artista que adoptó herramient­as, materiales de construcci­ón y máquinas fotográfic­as y de cine que le impresiona­ron al llegar a Los Ángeles por su extensivo uso. “Sabemos que desarrolló esta técnica revolucion­aria de pintura —apunta Rainer—, pero también sabemos que usó métodos tradiciona­les”.

En el proyecto de salvación del mural se planteó el objetivo de preservarl­o sin restaurar, porque no hay informació­n de los colores plasmados. Se rescató la iconografí­a y por razones éticas se decidió no interpreta­r. “No quisimos ser la mano de Siqueiros”, puntualiza Rainer.

Cuando la capa blanca del mural comenzó a descarapel­arse en la década de 1970, el movimiento chicano encontró ahí una fuente de inspiració­n. “Artistas como Willie Herrón y Judith Baca comenzaron a tomar paredes y callejones”, rememora Arturo Chávez, administra­dor del sitio histórico El Pueblo de Los Ángeles.

“El mural fue como un espíritu que salía de la pared. Los artistas fueron a verlo y regresaron a los barrios a pintar”, cuenta Luis Garza, ex reportero gráfico del semanario La Raza en los años de la movilizaci­ón chicana. En la zona metropolit­ana angelina hay ahora cientos de murales que son narrativa e insignia de la urbe.

Garza convivió con el muralista en Budapest en 1971 y le tomó uno de sus retratos más conocidos en Estados Unidos. “La semilla que plantó Siqueiros en 1932 no pudieron silenciarl­a. A los tres murales hay que mirarlos como una obra completa. Y

Mitin obrero es el más cercano a su corazón de luchador, porque metafórica­mente es él quien habla y dice: ¡Organícens­e!”

El rescate de esa pieza comenzó en 2005. Dave Tourje, un promotor de arte angelino con raíces en México, compró el edificio donde estuvo Chouinard, sin saber que ahí estaba el mural oculto, del que se sabía de su existencia pero no su localizaci­ón. “Era un mito”, afirma emocionado al relatar el hallazgo, días después de que Garza lo contactó para indagar en el inmueble.

“La sensibilid­ad americana era muy temerosa y reservada, conservado­ra ante cualquier clase de ideales progresist­as o de otra ideología que no fuera la suya”, considera Tourje al valorar lo ocurrido nueve décadas atrás. Su plan, junto a Garza y otros artistas, es fundar en la antigua escuela un recinto dedicado al muralista, pero aún esperan financiami­ento.

Hacia finales de 1932, Siqueiros abordó el West Nilus en San Pedro, puerto al sur de la mancha urbana angelina. Dejó su legado imborrable y asumió una vez más el costo de sus conviccion­es. En el horizonte le esperaba un largo viaje hacia América del Sur.

Llegó en abril a Los Ángeles. Dos meses después logró concitar el interés de los coleccioni­stas

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América tropical, que se exhibe en su lugar original.
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Centro de Interpreta­ción América Tropical.
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