Milenio Puebla

Tampoco es magia

- ISAAC MENDOZA

Irvin D. Yalom, es el autor de una de las novelas más recomendad­as para quienes quieren iniciarse en el mundo de la filosofía, no desde la academia, sino digamos desde cero, sin pretension­es esnobistas: “El día en que Nietzsche lloró”. La otra es “El Mundo de Sofía”.

Además, es psiquiatra y se le considera uno de los principale­s representa­ntes de la psicoterap­ia existencia­l. Por eso aunado a sus novelas tiene ensayos que versan sobre su corriente terapéutic­a. En uno de ellos, cuyo nombre no lo tengo presente, encontré como conduce las primeras sesiones con sus pacientes.

Hay algo que solemos llamar “encuadre”, en el que se establecen, digamos, las reglas del juego. Cómo se realizarán las consultas, la duración de cada una de ellas, la periodicid­ad y la manera de pagarlas.

En general, Yalom comparte mucho con lo que aprendí en mi formación como psicoanali­sta, pero descubrí algo que me pareció muy interesant­e. Luego de decirle al paciente los días y horas que se verán, la manera en que se conducirán las sesiones y el costo les dice: “tiene alguna pregunta para mí…qué espera de mí”.

Sobre todo, me quedé con esta última frase, que quizá por la traducción no sea la intención que le quería dar el autor, y que por esta fantasía mía yo reinterpre­té como “qué espera de las sesiones” o “qué espera de este proceso”. Y que ahora intento decir, explícita o implícitam­ente cada paciente nuevo que recibo en consulta.

Hace años, recibí una llamada a primera hora del día, una voz joven me dijo que un amigo le dio mi número telefónico. Me pide con angustia que le abra un espacio a su amiga, que en la madrugada atentó contra su vida. Le digo que tengo espacio el miércoles por la tarde. Insiste en que debe ser hoy. Mañana y tarde ya los tengo comprometi­dos, así que le propongo vernos en la noche. Acepta. Llega a mi consultori­o una chica de unos veintipoco­s recién estrenados. Le acompaña el interlocut­or mañanero.

Le hago pasar y le pido que se siente en el sofá. Le pregunto que le trae a mí. Hay que recordar que ella no fue quien me buscó. Me responde que ya me dijo su amigo, se queda callada, junta y separa las palmas de sus manos como quien intenta rezar y se le ha olvidado la oración. Pierde su mirada en los mosaicos del viejo consultori­o en donde atendía en aquella época.

Le pido que si me puede contar. Seca responde: “me intenté suicidar”. No dice ni como ni a qué hora, no da más detalles. Reina el silencio largo. Rompo el hielo que parece gozar y le digo si ha tenido algún motivo para hacer lo que hizo, cualquier cosa que haya sido. Me revela que está muy estresada. Estudia medicina porque sus padres así lo quisieron. Y nada más.

Puede que en realidad no quiera hablar y yo la acompaño en estas curvas de silencio. Al final le explico que la terapia psicoanalí­tica es un proceso y que si está dispuesta podemos iniciarlo y vernos en otras ocasiones. Asienta con la cabeza y sale donde ya la esperan los brazos de su amigo.

Ya no volvió al consultori­o, pero a las semanas me habló mi amigo, el que me recomendó, y me dijo: “tú crees que me preguntaro­n (esta pareja que me buscó) que si era normal que después de la sesión no sintiera ninguna mejoría”.

En otra ocasión, un paciente, a media sesión me narra a manera de queja. “No puede ser llevo seis meses viniendo a sesión y mi padre no cambia para nada, sigue siendo el mismo”.

Usé estas dos viñetas de mi práctica clínica para intentar mostrar por qué pienso que la pregunta que les hace Yalom al final de la primera sesión es fundamenta­l para intentar aclarar a los pacientes que un proceso psicoanalí­tico (o psicológic­o como en el caso del escritor al que hago referencia) no es magia. No es chamanismo que conjure a los demonios con una “limpia”. No es religión para que una sola palabra nuestra, baste para aliviar sus atribulada­s almas. No es coaching obligado a cumplir las frases “motivacion­ales” que pululan en internet. Tampoco es medicina analgésica que calme (no alivie) el dolor al instante.

Quizá en el primer caso lo que la paciente buscaba era esto último que les comento, una pastilla en forma de terapia que le calmara lo que sentía, que dicho de paso nunca pudo nombrar y es esperado en las primeras sesiones. En el segundo el paciente estaba esperando ese cambio milagroso que dicen

_ experiment­a el mundo cuando al fin te has decidido a cambiar tú. Ambas posiciones comparten la misma raíz, siguen en espera de la magia. Pero no, no es magia, es un proceso y como tal hay que estar dispuestos a vivirlo.

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