El fracaso de la democracia y sus marchas
El gobierno de la 4T y, por consiguiente, la candidata de la continuidad tienen vulnerabilidades susceptibles de ser explotadas a ojos de los sectores medios y altos, pero eso no les impedirá ganar elecciones y los números lo demuestran
Las marchas de este domingo muestran que la movilización en defensa de las instituciones de nuestra “joven democracia” es capaz de unir a muchos ciudadanos en contra del gobierno de la 4T. Esa es la buena noticia para la oposición. La mala es que se trata de una convocatoria que deja indiferente al grueso de los mexicanos. Sirve para galvanizar el apoyo y la motivación de los conversos, pero no alcanza para ganar elecciones en el México que hoy vivimos. ¿Por qué?
Primero, porque en el contexto de desigualdad y marginación de países como el nuestro las nociones de democracia o equilibrio de poderes constituyen abstracciones frente a los problemas concretos de muchos hombres y mujeres de a pie. El informe de 2023 de Latinobarómetro reporta que 54% de los mexicanos prefiere un gobierno que resuelva los problemas, aunque no sea democrático. Según el mismo documento, poco más de un tercio apoya la democracia (35%) en nuestro país, casi otro tercio es indiferente al tipo de régimen (28%) y el otro tercio apoya una opción autoritaria (33%).
Son números que pueden parecer absurdos a muchos lectores, pero entre más absurdos nos parezcan más claramente dan cuenta de la burbuja en la que vivimos el tercio más próspero del país y el desconocimiento de las verdaderas pulsiones de millones que se procuran la vida en el México profundo. Profundo y más numeroso: los 2 millones de habitantes de Iztapalapa o los 5 millones que viajan todos los días en el Metro superan con mucho a todos los interlocutores con los que interactúa cualquier vecino de las colonias Roma, Lomas, Polanco, Del Valle, Pedregal o Condesa, solo por hablar de Ciudad de México.
Por lo demás estas “extrañas” actitudes sobre la democracia calzan con otras dimensiones de la sociedad: 56% de los mexicanos trabaja en el sector informal, 70% nunca ha tomado un avión, 53% votó por López Obrador en 2018, alrededor de 60% aprueba su administración, entre 60 y 70% de las familias recibe un apoyo social del gobierno.
Segundo, esta desconfianza de los sectores populares al orden institucional dista de ser irracional. La desigualdad, el congelamiento del poder adquisitivo del salario mínimo, la injusticia del sistema legal o el abuso de los poderosos siguió existiendo a pesar de la construcción de toda esta red de instituciones, encabezadas por sectores ilustrados pertenecientes al tercio económicamente superior. En algunos casos, como el de la corrupción o la irresponsabilidad de los políticos, la percepción predominante es que aumentaron a pesar de tan cacareadas instituciones. En ese sentido, ha sido muy efectivo el discurso del presidente López Obrador, con su reiterada tesis de que todos estos organismos son una simulación, que solo es democrático un gobierno que busca beneficiar a las mayorías, o que ese es el verdadero sentido de la palabra democracia. El tema puede discutirse, desde luego, pero es evidente que tiene lógica para muchos mexicanos inconformes con el modelo anterior.
Por todo ello es que habría que entender los límites y posibilidades de una convocatoria centrada en la defensa de las instituciones democráticas o en contra del “talante autoritario del régimen”. Es efectiva, insisto, para aglutinar a determinados sectores, pero muy limitada para traer a los votantes que la oposición necesita. El examen de las encuestas de intención de voto revela que alrededor de un tercio de la población es claramente antilopezobradorista, pero que la mitad o un poco más apoya a su gobierno con diversos matices de intensidad. Las preguntas sobre negativos, que indagan “por quién no votaría”, son contundentes sobre la magnitud de los núcleos duros en contra y a favor de cada opción política. En ese sentido, la verdadera disputa se concentra en un segmento equivalente a 15 o 12% de los votantes: indecisos, indiferentes a la política, abstencionistas, jóvenes que ingresan a la edad de votar. Difícilmente habrán de acudir a las urnas movilizados en torno a la defensa del INE o a los ministros de la Suprema Corte.
Peor aún, si la oposición aspira a ganar posiciones mayoritarias tendría que convencer a una franja de personas que hoy simpatizan con algunas medidas del régimen de la 4T. La única pulsión capaz de sacudir esa simpatía es el miedo a la inseguridad.
Más allá de la puesta en escena de este domingo, la verdadera bandera de la campaña de la oposición será la crítica al estado de cosas en materia de criminalidad. Tiene a su favor que la contundencia de la nota roja de cada día hace vigente y justifica la indignación. Podemos estar seguros de que las baterías de propaganda y estrategias de campaña se orientarán en esa dirección.
Pero, otra vez, López Obrador tienelakryptonitadiscursivacontra ese arsenal: “esto empezó con Felipe Calderón y su esbirro Genaro García Luna”, “son ustedes los causantes de la tragedia”. No es casual que Xóchitl Gálvez haya querido distanciarse del ex presidente tras hacerse viral la foto de su encuentro en Madrid (“no lo admiro políticamente”, dijo). Habría que preguntarse por qué quiso reunirse con Calderón;unbesodeldiablo considerando que eso debilita su pretensión para presentarse como alternativa para un México más seguro.
El gobierno de la 4T y, por consiguiente, la candidata de la continuidad tienen vulnerabilidades susceptibles de ser explotadas a los ojos de los sectores medios y altos de este país, pero eso no les impedirá ganar elecciones. Los números lo muestran. Insisto, la única dimensión verdaderamente crítica explotable entre los simpatizantes del obradorismo es el temor ante la inseguridad y el argumento de que la estrategia del Presidente no ha dado resultado.
La respuesta del mandatario y de Claudia Sheinbaum no es débil: “ustedes lo hicieron peor y al menos hemos bajado algunos índices”; la contraargumentación de fondo por parte de Xóchitl Gálvez no es muy robusta, pero va a estar avalada y fortalecida por el inventario de sangre e infamia de todos los días, que los medios de información críticos ventilarán de manera incesante. Será una guerra mediática y discursiva. Y aunque difícil para la oposición, me parece que se trata del único frente que no tiene perdido de antemano.