Milenio Puebla

Una lágrima por la Franja

- DAVID BADILLO

SLas últimas dos generacion­es de poblanos han visto más derrotas que victorias

oy poblano hasta la médula, del lado de mi padre toda la genealogía es pipope, o sea: pieza poblana perfecta. Su padre, el padre de su padre, el padre del padre de su padre… y así in aeternum. El gusto por el futbol fue inculcado en mí, a muy temprana edad, ello traía consigo la adscripció­n a unos colores, en azul y blanco con una franja cruzando el corazón.

A pesar del enorme cariño que siento por el Puebla, sigo consideran­do muy invasiva la pregunta: ¿a qué equipo le vas? Recienteme­nte, un político que visitó el estudio de Telediario me lo preguntó, no obstante conocernos de tiempo atrás. Me da gusto porque si dicha filiación tan personal genera esa ambigüedad, quiere decir que voy por el camino que elegí: el de ser un pistolero que no se tienta el corazón al momento de hacer su labor.

Del Puebla me cuesta cada vez más trabajo hablar o escribir. Es evocación y nostalgia, respeto y cariño, pero la flama de la pasión desapareci­ó hace mucho. Me temo que ocurrió cuando conocí los intrínguli­s del cártel del balón: a los proxenetas de la tradición (los directivos), a los tacticidas del juego (los entrenador­es) y a los casquivano­s de la pelota (los futbolista­s).

La enésima crisis del equipo poblano no dista mucho de otras que ha tenido y de las que ya vendrán. Tampoco descarto alguna tenue “reacción” que induzca de nuevo al candor optimista de los fanáticos, es la historia de un equipo que en 80 años muy pocas veces ha estado a la altura de la ciudad que le prestó su nombre.

Cuando llegué a canal 6 y le dimos forma al ‘Comentario al día’ de Puebla, la encomienda de los jefes en Monterrey era signarle identidad poblana. Les advertí que teníamos un hándicap: la poca pasión que despierta el equipo camotero entre su parcialida­d y, la gran cantidad de advenedizo­s y traidores que le van a otros clubes en la ciudad.

Lo que de mi parte sonaba a reproche hacia la afición de Puebla, con el paso de los años se ha convertido en resignació­n y en esta palabrita tan gastada y cursi: empatía.

Las últimas dos generacion­es de poblanos, es decir, los padres y los hijos que actualment­e son partidario­s del equipo de la Franja, han visto más derrotas que victorias, más descensos que campeonato­s y más escándalos que grandes contrataci­ones.

No es un pecado ser equipo chico, pobre o perdedor. El problema es cuando incluso esa identidad estoica, se pierde y se diluye en la desafecció­n.

En Puebla se extraña mucho el drama de la tablita de cocientes y su castigo: el descenso. Era el leitmotiv de la plaza. Sin esa adrenalina, el equipo de la Franja no tiene por qué competir.

El Puebla cambió otra vez de director deportivo y de entrenador, pero la mediocrida­d está enraizada en el club y proviene de la cúpula, ajena a cualquier lazo poblano. Ojalá por los devotos Camoteros haya una salida al final de tanta calamidad y la historia les haga justicia. Hasta entonces, los “herejes enfranjado­s” nos seguiremos multiplica­ndo.

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