Están hablando de mí
Freud analizó y escribió sobre los hechos culturales de su religión y de la historia, también lo hizo sobre cosas de la vida cotidiana y desde luego sobre sus pacientes
Quizá porque la gente está acostumbrada al dispositivo católico del confesionario le cuesta hablar realmente de las penas de su alma. Piensan que serán juzgados y condenados por esos secretos que ellos mismos han bautizado como inconfesables. Así que uno de los acuerdos a los que se llega desde la terapia psicoanalítica con el paciente es que puede hablar de todo aquello que quiera (y pueda) con la certeza de que lo que diga no saldrá de ese espacio, es decir del consultorio.
Me parece que es necesario este punto de confidencialidad, porque entre otras cosas posibilita generar la transferencia tan necesaria para poder apostar por una cura. Además, las personas que llegan al consultorio en su mayoría, si no es que todas, vienen recomendadas de alguien que o bien es nuestro paciente o bien lo fue. Entonces se puede estar jugando la fantasía de que lo contado en una sesión de análisis llegará a oídos de quien recomendó, y esto limita, complica, retrasa el proceso. Claro, también se trabaja en ello, pero puede estar distrayendo del núcleo del problema.
Incluso cuando se trabaja con niños, pubertos, o adolescentes que la terapia sea pagada por sus padres, se les dice lo mismo a los pacientes y a sus cuidadores. Y que todo lo concerniente al proceso solo se verá con el paciente y si hubiera alguna duda, o inquietud, se le comentará al paciente y se buscará, en la medida de lo posible, siempre hablar con ellos en el mismo espacio.
Se apuesta por garantizar que lo que ahí se diga, ahí se quede. ¿Pero qué pasa si no es así?
Hace un tiempo un conocido me dijo que ya no quería ir con su psicoanalista. Su argumento era que se sentía usado como chequera, porque cada que quería dejar sus sesiones le aumentaba el costo y la periodicidad. Coincidió que el analista cambió de auto por un modelo más reciente y en la fantasía de mi conocido se jugó la idea de que en buena parte él había contribuido a que eso fuera posible.
Al fin dio el paso de dejar de ir a su “terapia” cuando descubrió que parte de lo que decía en sesión lo publicaba en Facebook a manera de “meme”. Es decir, el convenio de “diga todo lo que quiera y/o pueda con la seguridad de que no saldrá de aquí”, no se cumplió.
Qué pasa entonces cuando en alguna clase en la facultad de Psicología el docente suelte el clásico “tuve una vez un paciente que…”. O cuando se presentan los casos en congresos o bien en las llamadas supervisiones, cuando nos reunimos en grupos reducidos de psicoanalistas para escuchar a alguien que quiere compartir las dificultades que le ha presentado atender a tal o cual persona. O cuando en alguna colaboración radiofónica, escrita o en un libro, yo hago lo mismo, acudo a las vicisitudes de algún caso clínico. ¿Ocurre lo mismo?
Sigmund Freud analizó y escribió sobre los hechos culturales de su religión y de la historia, también lo hizo sobre cosas de la vida cotidiana y desde luego sobre sus pacientes. Hay al menos dos casos en los que sus pacientes lo encararon, por decirlo de alguna manera, por lo que escribió. Uno es el protagonista del caso conocido como “El pequeño Hans”. Un niño que a los cuatro años y medio comenzó a tener episodios de angustia y temor a los caballos. Él no fue recibido en el consultorio del médico vienés, pero fue “analizado” por su padre y su caso clínico supervisado por Freud. De mayor buscó al padre del psicoanálisis para decirle que las cosas no habían ocurrido como él las relataba en sus escritos.
Tal vez el objetivo con el que los dichos en el consultorio salen a la vida pública es lo que puede marcar la diferencia. Freud, por ejemplo, escribió de muchos de sus casos, sobre todo en aquellos que tropezó a la hora de construir su teoría. No se presentan como casos exitosos en el sentido de venta que hoy le damos.
Y sí, creo que necesitamos hablar más de los casos en la vida real, que de la teoría. También, como en mí caso el uso de las viñetas cotidianas ayuda, pero a veces, solo a veces, se necesita poner el consultorio por fuera de ese espacio hermético e impenetrable, para humanizar la clínica y no caer en las prácticas quirúrgicas de la medicina. Siempre teniendo en cuanta que lo que se dice en consulta,
ahí se queda.