El Vasarely apuñalado
VLos puñales de un montacargas lo atravesaron al ser expulsado de las entrañas del avión
asarely lo firmó en 1991, —con un guion al final— y la caligrafía temblorosa de un hombre de 85 años. Jamás supo que su obra renacería a pesar del terrible accidente. Hatur, como nombró al acrílico sobre tela, con provenance de la Galerie Lutherer de Frankfurt, había sido subastado en Christie’s en 2017 y formaba parte de una colección alemana.
Entre choques de alegres copas de Gewurztraminer y miradas rubias, el cuadro atestiguó charlas y momentos íntimos hasta que fue ofrecido como pago por otra obra —de otro pintor— a un galerista español. A partir de ese día, la pieza viviría de sobresaltos.
Una noche madrileña la pintura fue ofrecida a un coleccionista mexicano quien se enamoró a primera vista de sus formas y colores. La pieza habría de cruzar el Atlántico para establecerse en México. Llegó el día fijado para el envío y una inmensa caja de madera fue depositada en las entrañas deunavióncomercialcondestinoaCiudaddeMéxico. Los vientos, tranquilos, escoltaron la obra. El cuadro, aprisionado en la caja, jamás imaginó que podrían ser sus últimos días de vida: los puñales de un montacargas lo atravesaron al ser expulsado de las entrañas del avión. El Vasarely recibió tres puñaladas que lo dejaron al borde de la muerte. La noticia cruzó en minutos el océano, la evidencia gráfica atestiguaba que el daño era insalvable —el operador del montacargas nunca supo del perjuicio que había infligido al lienzo—. El gran maestro Víctor Vasarely, padre del op art, había muerto en París en 1997 y no podría salvar al hijo herido.SediolaordenderegresaralacuchilladoaMadridy entregarlodenuevoalgaleristaespañol—quienconsideró que todo estaba perdido, sin embargo, lo puso en manos de una restauradora—.
Una tarde madrileña se encontraron el galerista y el coleccionista mexicano, recibieron una llamada de la restauradora: el herido era dado de alta, se había salvado. Para sorpresa de ambos, el Vasarely había revivido y sus cortadas lo hacían más hermoso, contaban una historia. El corazón del lienzo latía: un cuadrado azul era reproducido hacia fuera —como ondas expansivas provocadas por la caída de una piedra en aguas quietas—. Los círculos, sin ser concéntricos, se desviaban transmutados en líneas rojas y azules sobre un fondo celeste. Mirando con atención, saltaban triángulos y rombos rojos que engañaban la mirada del espectador. A pesar de la ilusión óptica se podían tocar los brochazos azul claro del artista. Hoy, su corazón sigue latiendo.
En el kintsugi —técnica japonesapararepararpiezasrotasde cerámica—seaplicaunaresinay polvos de oro o plata: la pieza recobra vida, de las roturas emana la luz. Las puñaladas hirieron al Vasarely, sin embargo, la restauración le dio vida para contar un testimonio asombroso.
Lascicatricesquenosmarcan—físicasyemocionales— son el kintsugi de nuestra piel, nos dolieron y las padecimos, son huellas de lucha y debemos portarlas con el orgullo de nuestra gran historia.