Milenio Puebla

Prometer y, encima, con dinero ajeno

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Una cadena de supermerca­dos te ofrece aceite de cocina, digamos, a mitad de precio. Pues, vas y compras ese artículo allí. O, también, una compañía de telefonía celular te avisa que los gigabytes que consumes te costarán mucho menos que lo que te están cobrando tus proveedore­s de siempre. Muy sencillo: al concluir la vigencia de tu contrato te cambias a esa empresa.

Veamos, a su vez, lo que ocurre en el ámbito de las ofertas del populismo. Un candidato les promete a los consumidor­es —perdón, a los votantes— que si lo eligen presidente de la nación ya no van a pagar cuota alguna al cursar estudios universita­rios. Clases gratis, sea. Es un ofrecimien­to de lo más tentador, sin duda. Pero no se queda ahí la cosa: pregona que a todos los habitantes del territorio patrio, a todos sin excepción, les va a procurar una paga mensual cuando hayan cumplido 57 primaveras. ¡Qué compromiso tan magnífico, señoras y señores!

No es el único competidor, sin embargo, y como el aspirante de enfrente puede también ofertar abundancia­s, redobla las apuestas y anuncia que su Gobierno va a garantizar­les a los ciudadanos servicios universale­s de salud y medicament­os de última generación. Y, de pasada, notifica que las tarifas de la electricid­ad que revende el Estado no subirán.

Muy bien, ya establecim­os una suerte de paralelo entre las tentacione­s

El político no está publicitan­do otra cosa que una promesa

que despiertan los mercaderes y el canto de sirenas que entonan los políticos populistas en campaña. En el primer caso, con todo, quien rebaja los precios de un artículo o de un servicio lo hace porque ha calculado primeramen­te los beneficios que podrá obtener, a pesar de reducir los márgenes, y una vez realizados estos recuentos, buscará a alguien que le pueda surtir los insumos que necesita a un precio menor.

El político, por el contrario, no está publicitan­do otra cosa que una promesa (eso, para empezar, porque ya luego se verá, a diferencia del comerciant­e, si cumple con las garantías que cacarea en la propaganda electoral no existiendo, encima, ningún contrato de por medio). Pero, por si fuera poco, pretende

_ vender algo que no es suyo. ¡Todo lo que ofrece lo pagan los contribuye­ntes de su bolsillo!

Falta lo peor, amables lectores: nos dejamos engatusar gustosamen­te por tan fraudulent­as prácticas.

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