Milenio Puebla

Lejos de Madrid

- AGUA DE AZAR JORGE F. HERNÁNDEZ

Lejos de Madrid parece faltar un poco de aire por nostalgias necias y la elevada altura de la ahora llamada CdMx, pero también por la estatura alta de los afectos que abrazan con una inmediata confianza que contrasta con el incómodo instante castellano en que el Otro no sabe bien cómo hacerlo. Aquí es evidente que hay muchísima más población, pero menos gente que estorba: sean 24 millones de chilangos a contrapelo de 5 millones de madrileños, parece que ahora extraño a los grupitos que se apiñan a las puertas del bar hablando a gritos, la enésima señora que se equivoca de autobús sin moverse aunque estorbe la salida de los demás o el señorito que parece posar a media acera para nada nada y nadie.

Lejos de Madrid se vuelven a enrevesar los horarios y el insomnio parece otro bálsamo de imaginacio­nes imposibles. Sueño despierto que tomo el Metro en Coyoacán para salir puntualmen­te en Gran Vía y caminar al Caballito del Palacio de Minería extrañamen­te relinchand­o frente al Palacio de Oriente. Lejos de Madrid vuelven a sonreírme las jacarandas que aliñan el paisaje lila de México y parece que echo de menos la ráfaga helada que enseña a cualquiera a forjar una bufanda, y azotado por el calor de Anáhuac, las mejillas se sonrojan sólo por una vergüenza.

Lejos de Madrid parece que sigue a mi alcance el milagro de fantasmas y libros intonsos alineados por la memoria y el asombro; parece que los paseos miden los mismos pasos que me llevaban de la Puerta del Sol al Paseo de Recoletos, el sabor del café y la prosa de Borges. Allá en el sur de la ciudad inmensa continúa el vuelo de mariposas amarillas, la máxima casa de en medio de un mar de lava volcánica y el tráfico incesante de todos los automóvile­s que parecen seguir la rara partitura que se forma con tenis y zapatos colgantes en los miles de cables que forman el pentagrama de todas las calles, lejos de Madrid sin cableados y vías lisas sin baches y hoyancos o cráteres como piel pecosa de siglos.

Lejos de Madrid parece disiparse la oprobiosa energía empoderada de la ingratitud altanera, la cómoda insolencia altanera, esa medio velada tendencia al ninguneo o abierto desprecio que muchos peninsular­es esgrimen como pantalla de su ignorancia o aliento de fingida nobleza… sin que la mayoría de los madriles

_ digiera de corazón que hay visitantes que la vivimos de lejos porque allá hemos enraizado no pocos hilos del alma, palpitacio­nes pensantes y palabras ahora en reposo.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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