¡Ah, las campañas electorales poblanas!
Llegó esa maravillosa temporada del año en que los políticos dejan a un lado su soberbia, prepotencia y malos modos, para desempolvar sus sonrisas más sinceras y practicando sus apretones de manos más firmes, pero además, abrazan a la gente, comen memelas, caminan por las calles llenas de baches, todo en un tremendo esfuerzo por ganarse el corazón y, ya de paso, el voto de la gente.
Durante las dos primeras semanas de campañas federales, las y los candidatos guardaron los Hugo Boss y los Dolce & Gabbana para sustituidlos por camisetas y jeans, intentando desesperadamente parecer "gente del pueblo".
Terminan por creer que enrollarse las mangas les confiere una conexión instantáneaconelciudadanopromedio.
En el segundo acto, aparecen “orgánicamente” en lugares públicos, donde los electores descubrimos que nuestro políticos, tan chulos y santos, les encantaba visitar mercados, comer en puestos callejeros y tomarse selfies con viejitos, bebés y mascotas. De la nada, como un milagro provocado por La Rosa de Guadalupe, se convierten en los seres más amables y terrenales que uno pudiera imaginar.
¡Oh! Y las dulces promesas donde todo parece posible: la inseguridad terminará por decreto; las carreteras se repavimentarán con los primeros rayos del alba, las escuelas crecerán como lirio de Valsequillo y un sistema de salud no igual (esas son nimiedades) sino mejor que Dinamarca.
Cuando nos presentan ese futuro tan brillante, uno necesita acudir a la fayuca para conseguir las mejores gafas de sol para poderlo admirar directamente.
No se porque sospecho que una vez que las urnas cierren el 2 de junio a las 6 de la tarde, estas propuestas podrían desvanecerse.
En este gran teatro de las campañas electorales, no se dan cuenta que el entusiasmo de los votantes podría compararse con el de un niño esperando turno en el dentista.
Es el arte de prometer el cielo sin comprometerse a nada específico, teniendocomorespuestaelbostezocolectivo. En un sexenio tan turbulento como el que hemos enfrentado los poblanos, hemos desarrollado una inmunidad al discurso político, tan efectiva como una vacuna contra el coronavirus.
Cuando presentan un futuro tan brillante, se necesitan gafas de sol