Libros, libros, libros
Leer es la puerta no sólo para una buena ortografía y redacción, sino también para imaginar mundos donde las posibilidades sean infinitas; así, la mejor inspiración viene de los libros.
A pesar de la marginación que en los últimos años han tenido los libros impresos y de los vericuetos que a menudo sufren gracias a los programas de Inteligencia Artificial que brindan resúmenes, bastante alterados, de las historias maravillosas que se plasman en las hojas de papel, los libros tienen la enorme capacidad de despertar la imaginación, uno de nuestros sentidos internos que, entre otras bondades, permite que jamás nos aburramos. Gracias a la imaginación podemos hallar laberintos ocultos en una escalera, dibujar bosques de árboles gigantes en la azotea de una casa, enlazar intrigas, desentrañar asesinatos, construir peldaños que conduzcan al arcoíris, etcétera; ésta es, pues, el antídoto perfecto para el aburrimiento.
Hay libros para pasar el rato, otros para reír, algunos más para revivir el amor, los hay para pensar, para encontrarte a ti mismo, también para cocinar, empezar tu propio jardín o para entender los enredos de tu mente y tus emociones. Cualquier libro, de lo que sea, tiene el potencial de hacerte vivir sonidos, imágenes, aromas, pensamientos y sensaciones únicos y parte de su magia es precisamente que, si alguien más lee el mismo libro, seguro habrá encontrado cosas diferentes, se habrá emocionado con partes distintas e identificado con otros personajes, porque, para cada uno, los libros guardan un secreto único.
Da tristeza ver que hoy día, la cultura de la imagen ha sustituido a la cultura de la palabra, los estímulos visuales y auditivos han suplantado el despertar de nuestra imaginación donde nada está escrito y todo puede ser. Lo curioso es que en ese culto a lo visual, a las pantallas, a lo interactivo, a lo veloz, el aburrimiento se asoma como una constante que puede ser vencida con la misma rapidez con la que surge un nuevo vídeo o una nueva aplicación sólo para sucumbir minutos después antela inevitabilidad de un nuevo aburrimiento.
La vida virtual transcurre con una rapidez inaudita, pero enloquece, pues deja poca cabida a la pausa de un suspiro o a un estremecimiento de una página cuyas letras se desgranan una a una y al hacerlo, van permitiendo que el lector se introduzca y sea parte de la historia que se narra dejando de ser un simple lector para ejecutar las proezas más asombrosas o para sufrir los despechos más hirientes y combatir a sus adversarios hasta que sean devorados por un dragón hambriento.
Mientras que en la cultura digital donde prima la imagen, ésta ya siempre está definida, en la cultura impresa de los libros, nunca hay nada asegurado, la trama, los diálogos y los finales los va escribiendo el mismo que los va leyendo.
No importa el género del que se trate, los libros hacen lo suyo: despiertan la creatividad, enseñan indirectamente palabras y significados nuevos, sin duda alguna, también mejoran significativamente la ortografía, nos enseñan países que podemos recorrer sin tener que salir de nuestra habitación, nos enfrentan a nuestros peores miedos, nos confrontan con nuestros pensamientos y nos asoman a nuestras emociones, nos enseñan la realidad sin tapujos, nos introducen en mundos mágicos y fantásticos lo mismo que en argumentos complejos que intentan explicar la vida, a Dios, los deseos, la felicidad, etcétera.
Con todo esto, aún pesa saber que en México, el promedio de libros leídos al año es de 3.4 mientras que en Francia se eleva hasta a 17 siendo el país donde más libros se leen seguido de Australia y Nueva Zelanda.
La educación y la cultura están estrechamente ligadas a la lectura, mientras menos libros leamos, menos sabremos del mundo y mas nos aburriremos.
Nos toca fomentar los hábitos de la lectura, pero no como una asignatura que hay que cumplir sino como una aventura a emprender: los libros, a diferencia de los videos, de los juegos virtuales, de las redes sociales y sus reels, jamás nos permitirán el aburrimiento y despertarán, por el contrario, nuestra capacidad para pensar más y mejor, para crear e innovar, para expresarnos oral y de forma escrita más correcta y claramente.
Si mañana queremos ser mejores de lo que hoy somos, hagámosle más espacio a los libros y menos a las
pantallas.