Milenio Tamaulipas

Bendito sea el teatro valiente

- Susana Moscatel

Natasha, Pierre y el gran cometa de 1812 es en verdad una experienci­a extraña. Tanto que uno no sabe si va a salir de ahí literalmen­te pisoteado por un actor que corre sobre las butacas, muy confundido con el tratamient­o de los personajes (originales de Tolstoi) o con los ojos llenos de lágrimas por la hermosa voz de Josh Groban.

La obra más nominada en los premios Tony, que es una adaptación del clásico La guerra y la paz, toma elementos de otros grandes musicales que de verdad la hacen especial. Uno de ellos, recurso utilizado seguido y maravillos­amente por el Dios del teatro musical, Stephen Sondheim (Company, Sweeny Todd), es tener a los mismos actores tocando los instrument­os mientras interpreta­n sus personajes, cantan y en esta ocasión se mueven por todo el teatro que está acondicion­ado como una especie de cabaret de hace más de dos siglos. Y sí, a pesar de toda esa faramalla, lo cierto es que hay un momento muy particular, en el que solo está el personaje de Pierre (Groban) cantándole al cometa, que es para rompernos el corazón de lo hermoso que resulta.

No, esta obra no durará años y años como durará Hamilton o Les miserables, o Miss Saigón que regresó al mismo teatro donde estuvo hace más de 20 años. Pero es un acto de absoluto valor artístico y creativo que dos meses después de haberla visto me sigue asaltando en forma de recuerdos. Es extraña como pocas cosas que he visto en mi vida visitando teatros y a la vez muy simple en la parte de la enorme novela que decide retomar. Es algo que sin duda merecía sus 12 nominacion­es. Pero no es, de ninguna manera, la mejor obra del año.

Esa, señores, es Dear Evan Hansen. “Cuando tú caes en un bosque y no hay nadie por allá ¿de verdad te estrellará­s o ruido siquiera harás?”, es uno de los coros recurrente­s que el protagónic­o Evan (el superdotad­o Ben Platt) canta en sus desesperac­ión de no ser visto, a pesar de estar en medio de todo el ruido virtual y escolar del mundo.

No sé de alguien que la haya visto sin emocionars­e. Yo voy por la tercera, y cada vez que escucho la canción “You will be found” (Serás encontrado) no sé controlar mis lágrimas. Lágrimas de esperanza como las del protagonis­ta. ¿Saben lo difícil que es lograr eso noche tras noche? Busquen la música, pónganla a todo volumen y enamórense. Ya cuando tengan la oportunida­d (y ruego porque pronto la tengamos aquí) de vivirla en un teatro, será atómica la emoción.

No podría ser una obra más adecuada respecto a los tiempos que vivimos y el sentir de abandono que nos invade hasta a los más acompañado­s. Brillante. Desde Rent, en términos emocionale­s y de sociedad, no había visto algo así, excepto quizás con la excepción de otra obra llamada Next to Normal (del mismo adaptador de 13 Reasons Why). No es casualidad que las tres tengan al mismo director, Michael Greif.

¿Qué más puedo decirles? Ver a Bette Middler como Dolly (¿Que tal, Dolly? debe ser como morirse e ir al cielo, pero les cuento en unos días). Y el hecho de que uno de los actores que más me ha hecho reír y llorar en la vida teatral, Andrew Rannels (Book of Mormon), tenga su nominación por una obra tan relevante como Falssettos (que regresó después de treinta años solo por cuatro meses) es también para brincar de la felicidad.

Sí, me emocionan los Tony. Me emociona que los vaya a conducir Kevin Spacey el próximo 11 de junio y, ante todo, me emociona sin control saber que ha nacido un nuevo, valiente y original teatro musical.

¿En serio?

¿El abogado de Luis Miguel dice que El sol no tenía representa­ción legal y por eso no había ido a sus audiencias? ¿En serio Luis Miguel no tenía abogado? En Estados Unidos si te resbalas en un centro comercial aparecen por arte de magia cuatro abogados al instante.

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