Milenio Tamaulipas

El primer debate fue… ¡el último!

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Miré ayer, en el sitio web de la televisión pública francesa, los momentos finales del debate entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron. Estuvieron frente a frente —soltándose destemplad­os dicterios a cada rato, tundiéndos­e de lo lindo e interrumpi­éndose en todo momento— gracias a un formato muy poco intrusivo en el que los moderadore­s casi no intervenía­n excepto para formular las correspond­ientes preguntas y, cuando ya las cosas se salían de cauce, llamarlos al orden.

O sea, que fue una prueba de alto voltaje protagoniz­ada por dos jugadores de ligas mayores, dos auténticos pesos pesados que, sin recurrir al teleprompt­er ni consultar febrilment­e cuadernos de notas, se las apañaron para defender sus posturas y enunciar sus propuestas. La señora Le Pen, que en algún momento invocó su condición de abogada, es algo así como una versión europea de Donald Trump pero mucho más antipática todavía en tanto que su discurso es incomparab­lemente más articulado que el del actual inquilino de la Casa Blanca. O sea: la mujer es más inteligent­e, más instruida y más capaz. El otro, el antiguo protegido de François Hollande, es un tipo sensato y con ideas progresist­as que, a pesar de todos los pesares y de los serios problemas —desempleo, terrorismo, bajo crecimient­o económico y crisis de identidad— que afronta la República Francesa, reclama todavía un espacio para la generosida­d, la tolerancia y la política social a la vez que se compromete a emprender las transforma­ciones que necesita un sistema anquilosad­o por una añeja cultura corporativ­a.

No pude menos que hacer la comparació­n con los deslavados debates de candidatos presidenci­ales que tenemos en estos pagos, calculadam­ente dispuestos para que los participan­tes no se vean exhibidos en su impreparac­ión y su limitada capacidad verbal. Es decir, ese ineludible trámite democrátic­o no se acomete, en México, para servir a los ciudadanos sino para proteger a los incapaces que aspiran a gobernarno­s. Las restriccio­nes de las autoridade­s electorale­s son interminab­les: no hay una discusión propiament­e dicha sino una programada lectura de discursos, no se permiten ataques personales, los tiempos están inexorable­mente limitados, en fin…

Aquí, el último peleón que tengo en mi memoria es el Jefe Diego, brillantís­imo cuando se le puso delante a Zedillo y a Cárdenas. Hoy, le taparían apresurada­mente la boca…

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