El muro de la discordia
El arranque de este 2017 será recordado como uno de los momentos más complicados en la historia de la relación bilateral entre Estados Unidos y México. Y aunque sería absurdo pensar que el asunto quedó arreglado, todo indica que lo peor quedó atrás.
Una semana después de su inauguración, Donald Trump amagaba con enviar tropas a México durante aquella polémica llamada telefónica con el presidente Enrique Peña Nieto, quien apenas días antes había cancelado su visita oficial a Washington.
La conversación que duró alrededor de una hora causó alarma entre quienes se consideran amigos de la relación en uno y otro lado de la frontera. Su contenido fue filtrado a los medios y terminó por descarrilar avances que se habían logrado en más de dos décadas de relativa estabilidad diplomática.
Desde entonces, el nivel de tensión ha disminuido gracias en buena medida a la relación personal entre el canciller Videgaray y Jared Kushner, quienes han logrado mantener la agenda bilateral lejos de los tuits presidenciales.
La estrategia es avanzar lo más posible sin que Trump y Peña Nieto tengan que interactuar directamente. Videgaray y Kushner quieren que los equipos a nivel ministerial se conozcan más y avancen en sus tareas pendientes antes de plantear cualquier visita o, incluso, otra conversación de alto nivel. La discusión sobre el futuro del TLC la semana pasada habría sido la única excepción durante los últimos tres meses.
El problema sigue siendo el muro. Aunque el gobierno de Trump decidió aplazar la negociación con el Congreso para el inicio de su construcción, quienes conocen al presidente Trump aseguran que no va a soltar el asunto.
Más allá de cualquier dinámica interna, preocupa también la posibilidad de un incidente de seguridad nacional o de un atentado que justifique una nueva ola de militarización en la frontera y que neutralice la oposición en el Congreso.
Lo peor quedó atrás, pero la relación sigue en alfileres y sujeta a la retórica de un hombre que insiste en criminalizar a los inmigrantes ya no para ganar una elección, sino para gobernar de manera efectiva.