Entre canallas y justicieros
El tema de las alianzas está en el centro de la mesa. El PRI ha perfilado acuerdo con PVEM, Nueva Alianza y Encuentro Social. El PAN iría solo, salvo que el PRD resuelva una coalición con éste, lo que le daría una clara ventaja competitiva
La venalidad a todos los partidos afecta; en el caso de Morena, es evidencia que el poder envilece y mucho más cuando no se tiene claridad o sentido de los límites o del proyecto común
La disputa por el poder en todo lugar, todo el tiempo, no es un tema amable ni de buenos modos. Quienes compiten de todo se valen. Ahora la lucha es en dos tiempos: la elección del Estado de México a menos de un mes de distancia y la elección nacional, ya a la vista. En pocos meses el INE declarará iniciado el proceso electoral y los partidos se avocarán a la selección de candidatos. El tema de las alianzas partidistas está en el centro de la mesa. El PRI ha perfilado acuerdo con PVEM, Nueva Alianza y Encuentro Social. El PAN iría solo, salvo que el PRD resuelva una coalición con éste, lo que le daría una clara ventaja competitiva. López Obrador hace un llamado a sus eventuales aliados imponiendo contenidos, jefatura y tiempos, ahora o nunca.
Morena como tal, ni como partido o movimiento existe; lo que hay es un líder carismático que cuenta con un sólido respaldo electoral y la expectativa de no pocos de colgarse de su eventual éxito. No hay proyecto que no sea López Obrador, lo que remonta a una visión de la política y del poder poco avenida con la modernidad democrática. No trasciende, pero él y sus hijos son los dueños de Morena. El caudillo, el salvador, remite a una realidad que duerme en las capas más profundas del subconsciente colectivo. La seducción es real, también el peligro que entraña. Para algunos, apuesta incierta, para otros, riesgo extremo.
Queda claro que el líder, aunque camine sobre el agua, cuando se trata de manejar el poder, la realidad se impone, con todas sus miserias y bajezas. Así, por ejemplo, que una candidata a nombre del caudillo y del proyecto levante dinero sin ningún cuidado o escrúpulo. También que la candidata a la gubernatura del Estado de México, una maestra humilde y sencilla haya devenido en tapadera de un grupúsculo de la más cuestionable calidad y apoderado de hace tiempo del municipio de Texcoco. La venalidad a todos los partidos afecta; en el caso de Morena, es una evidencia que el poder envilece y mucho más cuando no se tiene claridad o sentido de los límites o del proyecto común.
Todo parece que la canallada llegó para quedarse. Nadie, ninguna institución —pública o privada—, ningún proyecto político se salva. La política ha cambiado para mal, aunque México es ahora considerablemente mejor respecto al pasado no democrático. Se democratizó el poder, pero también la corrupción y el engaño.
Un reto mayor, la nueva demagogia referente a la lucha contra la corrupción. Los
Savonarolas se hacen sentir. No solo desde la política, los medios formales y las redes son su terreno, también las organizaciones civiles. No salen a mejorar, sino al amparo de la denuncia se vuelven hombres de soga y espada. En un peculiar afán andan a la caza de sus prospectos para la horca o la hoguera. La situación les ofrece muchos y variados casos, también el prejuicio público que falsamente hace creer que todo está podrido. Más que un festín es un espectáculo que poco resuelve, pero que da cauce a la indignación pública por el deterioro del piso moral en el servicio público.
El momento político acentúa la pretensión por las ejecuciones sumarias, más en el ámbito mediático que en el de la formalidad judicial. Es fundamental aprender del pasado. Por lo pronto es deseable que desde ahora se rompa con la impunidad asociada al fuero constitucional de legislador. Que la investidura y la protección constitucional a los hacedores de leyes no se vuelva, como ha ocurrido en el pasado, medio para eludir la justicia. Es urgente revisar las reglas asociadas al fuero y, si es el caso, proceder a una reforma profunda o a su desaparición.
La democracia llegó antes que la alternancia. Su expresión fue el poder dividido, cuando el presidente de la República tuvo que negociar el presupuesto y muchas de las decisiones legislativas. Un paso cualitativo de la mayor importancia. La alternancia fue desencanto, muy lejos quedó de la expectativa pública. La tentación pública por una nueva alternancia y su excedida promesa regresan a la mesa: el mismo contenido, aunque con diferente forma.
La sociedad ha cambiado. La exigencia al poder público es ahora considerablemente mayor. Así será para el próximo gobierno, cualquiera que sea el desenlace del 18. El reto mayor no es quien gana, sino construir una auténtica ciudadanía que deposite en sí misma el motor del cambio y la transformación que se requiere. Poco tiene que ver con caudillos o líderes carismáticos. Ése es el auténtico dilema en tiempos de canallas y justicieros.