Milenio Tamaulipas

Piden sanciones más severas por invadir áreas de discapacit­ados

- Aristeo Abundis/Pánuco

ustin Dobson escribió un doliente dístico: “Time goes, you say. Ah no! / Alas! Time stays, we go”. Intento una traducción: “Dices que se va el tiempo; ¡ay, no! / Se queda el tiempo, me voy yo”. (Las traduccion­es, dijo alguien, son como las mujeres: si son bellas no son fieles, y si son fieles no son bellas). El tiempo, hay que admitirlo, no fue benévolo con la Canela. Tal era el apodo de una mujer que otrora fue complacien­te con su cuerpo, y cuyo cuerpo ahora a nadie complacía, pues mostraba en exceso las evidentes huellas que deja el implacable paso de los años. Una tarde se la topó en el súper una amiga de su juventud, y casi no la reconoció. Le preguntó, dudosa: “¿Eres la Canela?”. “Así es” -contestó la interrogad­a. “Perdóname -se apenó la otra-. Has cambiado tanto que vacilé antes de hablarte”. “No te disculpes -repuso la Canela-. Lo que sucede es que tú me conociste cuando era Canela en rama, y ahora soy Canela molida”. La desolada expresión de esa mujer me lleva a preguntarm­e si hubo algún tiempo en que México estuvo en flor, y no molido y quebrantad­o como ahora. Vano ejercicio de nostalgia sería tratar de responder a esa pregunta. La nostalgia, pienso yo a contracorr­iente de la opinión común, no es el arte de recordar lo bueno: es la ciencia de olvidar lo malo. Cuando recordamos con añoranza los pasados tiempos hacemos a un lado las memorias ingratas y evocamos únicamente los ratos amables. Lo cierto es que en nuestro país todo tiempo pasado fue igual: siempre los mismos vicios de la vida pública; siempre iguales corrupcion­es y semejantes ilegalidad­es. Lejos de mí la temeraria idea de proponer la resignació­n ante los males que sufrimos diciendo que son los mismos que padecieron nuestros padres y nuestros abuelos. Por el contrario, los menciono con la esperanza de que ya no los sufran nuestros hijos y los hijos de ellos. Eso sí: cualquier cambio que beneficie a nuestro México no vendrá de la clase política. De esa casta, tan echada a perder en general, no debemos esperar mucho. Mejor dicho, nada debemos esperar. El cambio vendrá de la sociedad civil organizada; de los ciudadanos preocupado­s por el bien de la comunidad. Cuando su irritación crezca, cuando ese enojo social se convierta en acciones comunitari­as, en participac­ión cívica, entonces quizá seremos canela en flor, y no molida como ahora. Wan Loo, emperador de la China, era un gran comilón. Solía decir que cultivaba la gula porque ese sería el último pecado de la carne que podría cometer. Así, pedía a sus cocineros -tenía uno para cada día del mes- que le pusieran en la mesa manjares exquisitos, suculentas viandas, exóticos bocados que halagaran lo mismo su paladar que su alma. Los refitolero­s se esforzaban en complacerl­o, pues cuando un platillo le gustaba extraordin­ariamente el monarca premiaba con 100 monedas de oro y una muchacha virgen al guisandero que lo había confeccion­ado. Cierto día el emperador llamó a sus marmitones y les ordenó que le prepararan una sopa de aleta de tiburón. “Ya sé -les dijo- que ése es plato común, de cocina mostrenca. En este caso, sin embargo, el tiburón deberá tener 100 años de edad, a fin de que el sabor de la aleta esté reconcentr­ado”. Todos los pescadores del imperio se pusieron de inmediato a buscar un tiburón de un siglo. No lo pudieron encontrar. Al cabo de dos meses los cocineros del emperador se presentaro­n tribulados ante él y le dijeron: “Divino Sol de la Celeste Casa: con pena te informamos que no pudimos hallar un tiburón de 100 años de edad para hacerte tu sopa. Encontramo­s sólo uno de 50”. “¡Ah no! -rechazó el emperador-. Ustedes saben que no me gusta la comida rápida”. FIN. Anoche me soñaste, Terry, amado perro mío que te fuiste ya. Sé que me soñaste porque yo te soñé.

En mi sueño eras el perro joven que fuiste en otro tiempo. En tu sueño yo era el hombre joven que en otro tiempo fui.

Íbamos los dos, felices de la vida -felices con la vida-, por la vereda que sube lentamente al monte de Las Ánimas. Habían ya brotado las flores de la primavera, y los pinos perfumaban de resina el viento.

Llegamos a lo alto, y desde lo alto vimos el caserío del Potrero. Parecía una flor blanca que se hubiese abierto en la distancia. Arriba, por el cielo, una bandada de nubes que también parecían flores blancas iba en busca del sol de la mañana.

¿A qué fuimos aquel día a las alturas, Terry? A nada. A vivir. A ser. Ahora tú ya no vives, aunque sigas siendo. Ahora yo empiezo a ya no ser, aunque siga viviendo.

Eso no importa, Terry, perro mío. Tenemos el recuerdo de las nubes que se van, pero tenemos también la memoria del caserío que se queda.

¡Hasta mañana!... “. La pelea del Canelo.”. Un aficionado estulto -les juro que no fui yoacerca de eso opinó: “Fue una pelea de bulto”..

El presidente de la Fundación para Niños Invidentes del norte de Veracruz solicitó que las sanciones administra­tivas contra automovili­stas que invadan lugatres especiales se considere como una falta grave.

José Alberto Correa, dirigente de la referida organizaci­ón señala que en lugares como Pánuco, en donde existe un elevado porcentaje -superior a la media nacional- de personas con alguna discapacid­ad, también existe una total falta de cultura y respeto pues existen obstáculos tanto en banquetas como del arroyo vehicular, son pocos los espacios señalados para acceso de los ciudadanos discapacit­ados y frecuentem­ente están invadidos.

Aseguró que en la entidad se necesita reformar la Ley de Tránsito del Estado, para aplicar sanciones a particular­es que, sin necesidad, utilicen las áreas de estacionam­iento destinadas a personas con discapacid­ad y dio a conocer que presentará una solicitud en esa materia, porque ante las instancias correspond­ientes ya que se debe generar una cultura de respecto a quienes requieren espacios adecuados a su condición y necesidade­s, como ya se hace en otros estados del país.m

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