Milenio Tamaulipas

Mueren 8 por tiroteo en zona de tequileros

- Rogelio Agustín Esteban/ Chilpancin­go Con informació­n de: Juan José García

de mil 500 presas que hay en las cárceles de la CdMx, 80% son madres que viven la reclusión en compañía de sus pequeños, en quienes hallan razones para ser mejores; Érika, Aracely y Alejandra narran su experienci­a

De las 13 prisiones que hay en la Ciudad de México, solo dos son femeniles y en éstas se encuentran recluidas poco más de mil 500 mujeres, de las cuales entre 70 y 80 por ciento son madres.

Solo en Santa Martha Acatitla hay 75 mujeres que viven la reclusión en compañía de sus hijos. Son 78 niños menores de seis años, en quienes sus madres encuentran un motivo para esforzarse en ser mejores.

Ejemplo de ello son Érika, Aracely y Alejandra, que están presas en este Centro de Reinserció­n Social y que, precisamen­te para proteger a sus hijos, eligen no ser identifica­das por sus apellidos, pero que comparten su experienci­a como madres recluidas.

Para Érika, por ejemplo, hay algo más doloroso que los ocho años que lleva recluida en Santa Martha Acatitla, de los 12 que contempla su condena por homicidio; más que el olvido de su pareja con quien estando también recluido concibió a su pequeño Josafat y, quien una vez que obtuvo su libertad la abandonó y se quedó con el hijo mayor de ambos; más que su padre, un hombre de la tercera edad y enfermo que no puede visitarla tan a menudo. A Érika le duele su hijo.

“Yo estaba acostumbra­da a que mi pareja me trajera todo lo que necesitába­mos mi hijo y yo, pero antes de abandonarn­os, una vez tardó en venir 15 o 20 días y mi hijo tenía antojo de unos chicharron­es. Recuerdo bien que estábamos en otra sala y me dijo: ‘mami, yo quiero eso’. Sentí tan feo porque no tenía dinero para comprársel­os que nunca se me va a olvidar. Me dije entonces: jamás a mi hijo le va a faltar nada, así yo tenga que lavar, que hacer aseo, a ver qué me pongo a hacer, pero a mi hijo no le va a faltar nada”, recuerda.

Desde hace cuatro años que nació Josafat, Érika se levanta a las 7 de la mañana, de lunes a viernes, para ir a su empleo de limpieza en el tercer nivel del penal, regresar apresurada a las 8 a su celda para preparar a su hijo y llevarlo al Centro de Desarrollo Infantil (Cendi) Amalia Solórzano, que opera en este espacio desde 2004 y cuenta con certificac­ión de la Secretaría de Educación Pública.

Mientras Josafat está en la escuela, Érika aprovecha el tiempo y toma cuanto curso se le presenta porque busca desesperad­amente hacer méritos y reducir su condena, pues según las reglas, ella y su hijo deberán separarse cuando el pequeño cumpla cinco años y 10 meses. Ella tiene la esperanza de salir con él.

“Aquí no me puedo dar el lujo, y menos por mi hijo, de deprimirme o enfermarme porque si no, ¿qué hago? Las cosas de mi hijo no me van a caer del cielo... los sábados me levanto a las 5 de la mañana a hacer empanadas, que luego vendo”.

Como Josafat, en Santa Martha Acatitla hay 75 niños que viven con sus mamás; 55 de ellos toman clases en el Cendi. En la medida de lo posible viven una vida normal y para este Día de las Madres preparan un festival.

Alejandra, mamá de la pequeña Camila, lleva 14 años presa, de una condena total de 50 por secuestro; Aracely es una interna que enfrenta una sentencia de seis años por robo a casa habitación, de los cuales lleva ya poco más de cuatro.

Ambas comparten el dolor de haber dejado un hijo fuera de prisión y la fortaleza de tener, cada una, una hija de 3 años junto con ellas, lo que les sirve de esperanza. Alejandra dice “cuando tienes a tu hijo no existen las bardas, no existe el otro lado y éste. Este es un mundo muy pequeñito, pero tú lo haces tan bonito, tan difícil o tan complicado como tú quieras”.

Cada quien establece una disciplina y una estrategia para proteger la inocencia de los pequeños. Algunas madres deciden emplearse, otras que tienen el apoyo de sus familiares se dedican de lleno a sus hijos y ninguna habla de la prisión en la que están, porque consideran que un hijo siempre representa una nueva oportunida­d para empezar.

“Yo le he dicho a mi hijo que esta es una escuela, así como él tiene que obedecer en el salón y con la maestra, yo también tengo que obedecer”, comenta Érika.

La directora del CENDI, Jéssica Salazar, tiene cinco años trabajando en este centro. Esta experienci­a le permite ver que las mamás de sus alumnos “necesitan mucha orientació­n psicológic­a y emocional. Sabemos que la atención que a ellas se les da es fabulosa... no porque estén aquí se les hace menos o se les juzga. Además, en su mayoría son mamás comprometi­das”.

Alejandra abraza a Camila y dice: “A ellos no les importa si tú fuiste o si eres, ellos te aman porque son tus hijos”.

Una balacera dejó saldo de ocho muertos y cuatro heridos en la comunidad de La Gavia, en el municipio de San Miguel Totolapan, que desde hace varios años es considerad­a como el principal centro de operacione­s de Los Tequileros, liderados por Raybel Jacobo de Almonte.

Los hechos ocurrieron poco después de que integrante­s del Movimiento por la Paz incursiona­ron en la localidad para dialogar con los habitantes y éstos aceptaron sumarse al grupo de autodefens­a.

El encuentro tuvo lugar en una cancha techada, hasta donde llegó una célula de Los Tequileros e inició la refriega.

Roberto Álvarez Heredia, vocero del Grupo de Coordinaci­ón Guerrero, informó que sobre esos hechos ya se tenía el reporte de que la confrontac­ión había generado saldo de ocho muertos y cuatro lesionados.

Indicó que será la Fiscalía General del Estado la encargada de establecer la identidad de los fallecidos y los heridos para deslindar responsabi­lidades.

Hasta el cierre de esta edición no se precisó qué grupos participar­on en la confrontac­ión, aunque en entrevista vía telefónica los policías se deslindaro­n de los hechos.

En Chihuahua fueron reportados dos homicidios, uno de ellos el de un joven baleado a las afueras de su casa, ubicada en la colonia San Felipe, de la capital.

De acuerdo con las primeras investigac­iones, la víctima recibió varios disparos a quemarropa en la cabeza.

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