Milenio Tamaulipas

¿El Watergate de Trump?

- ENRIQUE ACEVEDO @Enrique_Acevedo

Donald Trump asegura que el apoyo de sus seguidores es absolutame­nte incondicio­nal. Lo advirtió desde la campaña cuando dijo que podría pararse a la mitad de la Quinta Avenida y dispararle a alguien sin perder votos.

Esta semana, Trump decidió poner a prueba la lealtad de su base y la de buena parte de su partido con la decisión de remover al director del FBI. James Comey encabezaba las averiguaci­ones sobre la interferen­cia rusa en la elección presidenci­al, particular­mente sobre la posibilida­d de que miembros del equipo de campaña de Trump hubieran coludido con agentes vinculados al gobierno de Vladímir Putin para alterar el resultado de la votación. Así, el investigad­o despidió a su investigad­or.

El ex director del FBI es el tercer funcio- nario involucrad­o en la investigac­ión sobre Rusia que es removido de su cargo. Trump despidió a la procurador­a interina Sally Yates, quien había alertado a la Casa Blanca sobre la posibilida­d de que Rusia tuviera elementos para extorsiona­r al entonces asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, quien eventualme­nte abandonó el cargo y se encuentra bajo investigac­ión del Congreso.

Trump también despidió al fiscal de distrito en Nueva York encargado de coordinar las investigac­iones sobre los negocios de Trump en Rusia. En suma, la Casa Blanca ha buscado interferir, censurar y desprestig­iar a todas las instancias interesada­s en entender mejor el propósito y el alcance de la intervenci­ón rusa en las elecciones estadunide­nses. Incluidos los medios de comunicaci­ón.

La conducta de la Casa Blanca genera comparacio­nes con lo ocurrido durante el escándalo de Watergate que terminó con la renuncia del presidente Richard Nixon. Semanas antes de que esto ocurriera, Nixon había despedido al hombre encargado de la investigac­ión en su contra, Archibald Cox.

La comparació­n entre lo que ocurre hoy y los tiempos de Watergate tiene mérito, pero difícilmen­te aplica en un país tan distinto al que vivió el desarrollo de ese episodio. Un país profundame­nte dividido en el que muy pocos están dispuestos a poner patria antes de partido y en el que las institucio­nes están bajo un asalto sin precedente. Ésta, y no la elección de noviembre, es la verdadera prueba de fuego para la democracia estadunide­nse.

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