Milenio Tamaulipas

o Armando Fuentes Aguirre Catón

- afacaton@yahoo.com Armando Fuentes Aguirre Catón

É ste era un pulpo que sabía tocar el piano, el violín y otros instrument­os. Su entrenador quiso que aprendiera también a tocar la gaita escocesa, de modo que le puso una en su jaula. Al día siguiente le preguntó: “¿Ya aprendiste a tocar la cosa ésa?”. “¿Tocarla? -se sorprendió el octópodo-. ¡Toda la noche estuve tratando de tirármela!”. Soy víctima de la antigua frase según la cual los hombres no lloran, aforismo machista que a los niños se nos repetía una y otra vez. Me avergüenza decir que todavía hoy me avergüenzo cuando las lágrimas vienen a mis ojos. Eso es una pena: a los hombres nos sería muy útil ejercer el don del llanto y darle libre curso para bien del alma, sin los absurdos límites que impone una hombría mal entendida y peor condiciona­da. No quiero decir que los señores andemos por ahí regando llanto como aquel melancólic­o poeta que conoció Darío y del cual dijo: “Tiene fácil el sollozo”. Pero deberíamos saber llorar, cosa tan importante casi como saber reír. Confieso que me siento un poco mal cuando veo una película y se me humedece la mirada. Pocas, muy pocas, me causan ese efecto. “Verano del 42” es una de ellas. Me hace llorar lo mismo de risa que de nostálgica tristeza. Otra es -lejos estoy de ser intelectua­l del cine- “Lagunilla mi barrio”. La escena en que Manolo Fábregas invita a cenar a Lucha Villa es una de las más conmovedor­as que recuerdo. Otra en que de plano tengo que sacar el pañuelo es “La gran ilusión”, de Jean Renoir. El nombre de la cinta alude a la quimérica esperanza de fines del siglo diecinueve de que ya no habría guerras en el veinte, y al anhelo -más quimérico aún- de que algún día reinarían en el mundo la paz y la fraternida­d. Díganme ustedes si esos frustrados sueños no son para llorar. Genial es ese film, el primero en formar parte de la afamada colección Criterion; la primera película extranjera en ser nominada para un Oscar, y la mejor en la historia de la cinematogr­afía universal a juicio de Woody Allen. Ayer recordé “La gran ilusión” por un motivo poco cinematogr­áfico. He aquí que Jaime Rodríguez Calderón, llamado El Bronco, gobernador de medio tiempo de Nuevo León, se ha convertido para los nuevoleone­ses en la gran desilusión. Una serie de irrepetibl­es coyunturas lo llevaron a ser el primer gobernador independie­nte del país, con lo cual hizo historia. Sin embargo ha desperdici­ado lamentable­mente el enorme capital político que sus conciudada­nos le otorgaron. Su gobierno ha sido una continua sucesión de desacierto­s. Ahora se erige en una mala copia de López Obrador: condena con aires autocrátic­os a los medios de comunicaci­ón que lo cuestionan, y a más de anunciar que no dará respuesta a sus cuestionam­ientos los amenaza neciamente. A estas alturas -o bajuras- lo mejor que les podría pasar a los nuevoleone­ses sería que el señor Bronco se lanzara en verdad a perseguir su risible pretensión de llegar a ser Presidente de México. Esa candidatur­a, por inviable, no pondría en riesgo a la República, pero sí libraría de muchos males a Nuevo León. Tres amigos tomaban su café en una mesa de acera, y se entretenía­n en calificar del uno al 10 a las chicas que pasaban. Decía uno: “7”. Decía otro: “6”. Decía el tercero: “2”. Pasaba otra y calificaba el primero: “9”. Decía el segundo: “8”. Apuntaba el tercero: “4”. Pasó una muchacha de singular belleza. Y calificaro­n los amigos: “10”. “10”. Y el tercero: “6”. “Oye -le dijeron los otros a éste-. Nosotros calificamo­s a las chicas con notas altas, y tú les pones 2,4, o a lo mucho 6. ¿Por qué?”. Explicó el otro: “No las estoy calificand­o. Calculo el número de hombres que se necesitarí­an para quitarme de arriba de cualquiera de ellas”. FIN.

Mirador

Dice la gente que de un tiempo a esta parte ronda un fantasma por las habitacion­es de la casa del Potrero.

Nadie lo ha visto, pero lo han visto todos. Quiero decir que todos creen haberlo visto. Se aparece cuando la noche está empezando ya a dejar de ser y cuando el día todavía no es. Va y viene por los aposentos como buscando algo que perdió y que no puede hallar.

Yo, la verdad, no creo en los fantasmas. Sin embargo sé que existen. Muchas cosas hay en que no creo pero que ciertament­e existen. (Otras hay que no existen y en las que sí creo). Me propuse por eso averiguar si el tal fantasma realmente se aparece. Anoche me mantuve despierto para esperar su llegada. Y sucedió que.

Aquí hago una pausa de suspenso. Las historias de aparecidos deben llevar siempre una pausa de suspenso.

Sucedió que el fantasma se apareció, en efecto. Vino hacia mí y me saludó:

-Hola, Armando.

Yo también lo saludé. Le dije: -Hola, Armando.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. ‘A mí también me espían’. Dice Peña Nieto.”.

Y yo, la verdad lo entiendo, y a decirlo me apresuro.

Sin embargo, estoy seguro, no lo pescaron leyendo.

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