Torrentes
El cielo se había encapotado como si fuera el fin del mundo. Leí que tormentas considerables impactarían Ciudad de México ocasionando inundaciones. Si comprar un penthouse no está de momento entre sus planes, a usted le queda la tlapalería: sacos de arena, linternas, botas de hule, una compresora para dragar la sala y el comedor si fuera el caso. No sé si deben ustedes hacer un esfuerzo económico y comprar en una tienda deportiva una lancha inflable, como las que usan los náufragos para salvar su vida y trasladarse a la cocina cuando los aguazales desborden. Estaba a punto de olvidarme de los remos, sin ellos vagaríamos a la deriva cerca del litoral de la sala. He recordado un párrafo de Manuel Gutiérrez Nájera escrito en 1881 en el cual se refiere a la lluvia en la ciudad. Lo voy a transcribir antes de que el agua y la humedad destruyan mi ejemplar de las crónicas del Duque Job: “Nunca he podido comprender la conveniencia de que llueva en las ciudades. Debe ser esto nada más un medio de la Providencia para abatir el orgullo del Ayuntamiento. Que llueva en las ciudades populosas es verdaderamente incomprensible, a menos que en los altos juicios de la Providencia entrase el que brotasen flores en los sombreros de copa y fructificasen tropicalmente las levitas”.
Resulta que el sistema de desagüe de la ciudad acusa debilidad extrema, no está tapado, pero las paredes del drenaje profundo se han adelgazado. Con la presión del agua podrían romperse y provocar inundaciones. El gran canal del desagüe ha perdido inclinación por asentamientos del suelo y las presas están azolvadas. Añada usted de inmediato a su lista ocho sacos de arena, dos lanchas más y seis linternas extras.
No quisiera alarmar a nadie, pero algo parecido consideró Enrico Martínez en 1629 cuando construía el primer desagüe de la ciudad, en Nochistongo, y la capital quedó bajo el agua durante cinco años. Me adelantaré a los hechos y escribiré el principio de una crónica futura: En julio de 2017 un torrencial aguacero descargó sobre el Valle de México la más copiosa precipitación pluvial convirtiendo a la capital en un inmenso lago. La inundación, una de las más desastrosas que han ocurrido en Ciudad de México, causó pérdidas incalculables. Muchos habitantes de la ciudad se fueron a vivir a Alpuyeca, la producción de cecina de ese pequeño poblado resultó insuficiente para alimentar a los migrantes. Así empieza mi texto del porvenir.