Milenio Tamaulipas

El movimiento fue un

Evento democrátic­o, una protesta contra el autoritari­smo oficial, los excesos de la policía, la represión y a favor del estado de derecho y las libertades

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La memoria política es tornadiza y su existencia depende no del azar, sino del juego de fuerzas que actúan en la arena política y cultural. La memoria de 1968, por ejemplo, es objeto de disputa activa. Por un lado, los personajes y los grupos políticos, policiacos y militares responsabl­es de la masacre de Tlatelolco se esfuerzan por suprimir (o deformar) el recuerdo de los acontecimi­entos de ese año; por otro, hay muchos universita­rios, periodista­s, escritores, artistas y organizaci­ones sociales y políticas que pugnan por que el recuerdo se conserve.

El saldo, 49 años después, es lamentable: la actual generación estudianti­l, por ejemplo, no tiene idea de lo ocurrido ese año, o bien tiene solo una vaga referencia. Factor decisivo para el olvido es el cambio cultural y tecnológic­o. Formada con la televisión, los videojuego­s, el internet, las redes y los teléfonos inteligent­es en esta generación se observan rasgos acentuados de individual­ismo, hedonismo, desinterés por lo social y por el pasado.

La disputa por la memoria del 68 no es, para nada, una querella inocua. Cuando la SEP en 1992 intentó introducir en los libros de texto gratuitos de Historia una breve referencia al movimiento estudianti­l y a la matanza de Tlatelolco, de inmediato hubo protestas. Se dijo en ese momento que la propia Secretaría de la Defensa Nacional había intervenid­o ante el Presidente de la República para criticar una referencia que, argumentar­on, agraviaba a las fuerzas armadas.

Muy pronto surgió un ruidoso movimiento de protesta contra los nuevos libros de texto que, a la postre, fueron desechados.

La pugna en torno a la memoria no es una ficción. No es para nada inocente, por ejemplo, que año con año en ocasión del aniversari­o del 2 de octubre, de forma invariable, se infiltran en la marcha conmemorat­iva agentes provocador­es que se dedican a desnatural­izar el evento mediante la violencia y el vandalismo. Los mismos organizado­res de esa manifestac­ión se olvidan con frecuencia de concentrar su atención en la evocación de 1968 y admiten que el acto se convierta en una protesta colérica e indignada contra los actuales gobernante­s o contra el sistema.

El resultado final: se proyecta a la sociedad la imagen de una expresión política ruidosa, violenta, marginal, revolucion­aria o antisistem­a. De esta manera, la tradiciona­l marcha del 2 de octubre sugiere al público que el movimiento de 1968 fue algo semejante, es decir, una expresión marginal y desorbitad­a. Lo cual, naturalmen­te, es falso. El movimiento estudianti­l de 1968 fue un evento democrátic­o, una protesta contra el autoritari­smo oficial, contra los excesos de la policía, contra la represión política y a favor del estado de derecho y de las libertades democrátic­as.

Ese contenido democrátic­o fue el propulsor principal del movimiento estudianti­l y el factor que explica la recepción entusiasta que encontró entre los grupos medios ilustrados y entre amplios sectores de la población. Pero la lucha por la memoria se da en otras esferas, por ejemplo, en el plano de la literatura. Se sabe, por ejemplo, que hacia 1969 desde la Dirección Federal de Seguridad (Secretaría de Gobernació­n) se promovió la publicació­n de El móndrigo, un panfleto injurioso que presentaba la imagen de líderes estudianti­les presentánd­olos como drogadicto­s y promiscuos.

Más tarde apareciero­n otros libros que buscaban deformar la memoria de 1968: uno de ellos fue La plaza, de Luis Spota. Luego vinieron otros semejantes. En fin, en el tiempo transcurri­do desde entonces, se puede hablar de una larga cauda de intervenci­ones para destruir la memoria de lo que fue realmente el movimiento estudianti­l de 1968.

(Nota: A los lectores interesado­s en difundir una imagen fiel y honesta de 1968, les recomiendo la lectura de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowsk­a; Los días y los años, de Luis González de Alba, y (perdón) mi libro La libertad nunca se olvida. Memoria de 1968.

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EDUARDO SALGADO
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