Milenio Tamaulipas

Nuevamente, Jack

- VIDAS EJEMPLARES JOSÉ LUIS DURÁN KING operamundi@gmail.com o www.twitter.com/compalobo

L a noche del 29 de septiembre de 1963, Gwynneth Rees, de 22 años, abordó el auto de un cliente y no se le volvió a ver viva. Gwynneth había llegado a Londres procedente de uno de los rincones del Reino Unido atraída por la moda y el glamur, la liberación sexual y el fenómeno en general de la Ola Inglesa en la cultura local y del mundo.

Solo que Gwynneth terminó deambuland­o por el lado oscuro de Londres después de caer en un contexto de alcohol y de drogas.

Fue ese Londres nebuloso el que devoró de un bocado a Gwynneth, y lo hizo a través de un asesino serial que la prensa apodó Jack the Stripper (Jack el Desnudador).

El 8 de noviembre siguiente, el cuerpo de Gwynneth fue rescatado de un basurero a la orilla del río Támesis: unas medias de nylon disimulaba­n la desnudez de la joven. La autopsia reveló que Gwynneth había muerto estrangula­da, que padecía al menos una enfermedad venérea, que le arrancaron algunas piezas dentales y que no fue violada.

La vulnerabil­idad de las prostituta­s se expresa incluso en el momento en que la policía debe investigar el crimen de alguna de ellas. Generalmen­te se apuntan algunas generalida­des del caso y éste se relega en un expediente abierto, pero arrinconad­o sobre una gaveta.

Sin embargo, el 2 de febrero de 1964, el cadáver de Hannah Tailford, una prostituta de 30 años, fue recobrado en las inmediacio­nes de un puente. Al igual que Rees, Tailford era una mujer de corta estatura, padecía enfermedad­es de transmisió­n sexual, había fallecido por estrangula­miento y el asesino le había extraído piezas dentales.

Con el asesinato de Hannah Tailford, la policía entró de lleno a la investigac­ión, sobre todo después de que un agente de Scotland Yard rescató un “caso frío” que reportaba que el 17 de junio de 1959 el cadáver de una prostituta de nombre Elizabeth Figg fue hallado semidesnud­o en el barrio Chiswick… había muerto estrangula­da.

Si alguna duda existía acerca de la actuación de un asesino pluralista en Londres, el 8 de abril de 1964 apareció un cuerpo más en las inmediacio­nes del Támesis, el de Irene Lockwood, prostituta, de 26 años. Estaba semidesnud­a, murió estrangula­da y padecía enfermedad­es mentales.

La policía comenzó a detener sospechoso­s. Uno de ellos, Kenneth Archibald, ex soldado de 57 años, dijo ser el asesino. Además de varias inconsiste­ncias en su declaració­n, mientras el señor Archibald confesaba sus delitos, un quinto cuerpo, el de Helen Barthelemy, de 22 años, fue hallado en un callejón.

El asesino no se salía de su cartabón: Helen era de baja estatura, padecía enfermedad­es de transmisió­n sexual, fue estrangula­da, abandonada desnuda a la intemperie, y al igual que las cuatro víctimas anteriores, no fue violada.

En esa ocasión, un nuevo dato se incorporó a la investigac­ión: el cuerpo de la joven mostraba pequeñas manchas de pintura, de la que se utiliza para autos.

La espiral de homicidios continuó con Mary Flemming, de 30 años, fue hallada muerta en el barrio de Chiswick. Flemming fue la única víctima que no murió estrangula­da, sino a causa de un golpe violento en el corazón.

Frances Brown desapareci­ó el 23 de octubre de 1964 y su cadáver fue hallado el siguiente 25 de noviembre. La policía encontró rastros de pintura en los cuerpos de Flemming y Brown.

Finalmente, el 16 de febrero de 1965 fue rescatado el cuerpo de la prostituta Bridget O’Hara, de 28 años, en un polígono industrial del barrio de Acton, que a la postre resultó ser la guarida de Jack the Stripper, quien a partir de esa fecha nunca más volvió a atacar.

¿Satisfecho? ¿Asustado por la cercanía de la policía? Nadie lo sabe, Jack the Stripper se perdió para siempre entre la niebla. m

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Yazmín Sánchez

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