Milenio Tamaulipas

Trifulcas caseras

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com o Twitter: @RPerezGay

Se podría hacer una historia familiar con el recuerdo de los presidente­s del PRI. Cuando mi padre tuvo una hija fuera de su matrimonio, Alfonso Martínez Domínguez era el presidente del PRI y Enrique Olivares Santana el secretario general. Corrían hacia ninguna parte los últimos años de los sesenta y los primeros dos de la nueva década. Por lo mismo asocio esos nombres con la sorpresa y el escándalo. Los nombres de los políticos, solo había priistas, seducían a mi padre y le habría gustado que su hijos, hombres y mujeres, se dedicaran a la política activa. Poder y dinero nunca podrán separarse, aunque digan lo contrario.

En la casa de mi infancia se hablaba una y otra vez de Carlos Madrazo, presidente del PRI en 1964. Según mi papá y mi mamá, Madrazo habría sido asesinado en un accidente de aviación. En casa no iba bien la vida, todo se nos atravesaba y nos derrumbaba. Yo creo que mi papá estaba deprimido porque su hijo mayor estaba a punto de irse al fin del mundo, a Alemania, y además él quería abandonar la casa.

A veces viene a mi mente el nombre de Manuel Sánchez Vite, presidente del PRI en 1970, años de trifulcas caseras. Mi padre y el senador José Castillo Hernández, su amigo de toda la vida, armaban tremendos zafarranch­os de trago y perdición. Yo tenía trece y mi papá cincuenta y tres. El senador Castillo quería ser gobernador de Guanajuato. Planeaban aquella gubernatur­a en la cantina desde la una de la tarde y luego, dicen las malas lenguas, se hacían acompañar por algunas suripantas. “Pérez”, le decía el senador a mi padre, “el alcohol lo conserva todo menos el trabajo”. Mentía. A Castillo nunca le faltó trabajo y la vida le concedió una muerte feliz durante el sueño. En cambio mi papá iba y venía bajo la tormenta del más absoluto desorden de su alma y su corazón enloquecid­o. Pinche Sánchez Vite.

Me fui de casa durante mi primera juventud y mi primer salario. Nunca me sentí más libre y más feliz. Echeverría y los suyos habían destruido al país y López Portillo iniciaba su propia demolición. Hice pareja y me fue bien. Por eso el nombre de Pedro Ojeda Paullada, presidente del PRI en 1982, me trae buenos recuerdos.

Termino: no espero nada bueno del PRI, no creo que pueda cambiar su fibra última de oscuridad y desarreglo originario. Algo más: nunca voté PRI, ni votaré.

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