Milenio Tamaulipas

Antes de llegar

El Presidente, el maestro de ceremonias se desgañitab­a por animar a las huestes; a su arribo sonaron los aplausos en cascadas y dedicó 20 minutos a saludar

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El maestro de ceremonias se desgañitab­a como siempre —“que se vea y se escuche su presencia”, arengaba frente a la masa—, pero esta vez no hubo matracas ni cencerros como antaño, aunque sí coros reiterados de apoyos a los “sectores” del PRI.

Sus delegados, 10 mil en total, ahora sí se atrevieron a pronunciar sin tapujos la palabra “corrupción” y prometiero­n castigo a militantes deshonesto­s, apertura a candidatos simpatizan­tes —escasearon los aplausos— y freno a los chapulines —arreciaron las loas—.

Las huestes priistas, recaladas de diferentes partes del país, parecían desorienta­das mientras buscaban sus camiones alrededor del Palacio de los Deportes, mientras bajo el domo aún se agolpaba otra parte, alrededor de 5 mil invitados y la plana mayor, que aún digerían los resultados de su asamblea nacional.

El presidente Peña clausuró el encuentro, luego de moverse entre saltos, aplausos, abrazos, selfies y saludos, para después brincar hacia el estrado y fustigar el caudillism­o y criticar a quienes “prefieren negociar posiciones, antes que defender conviccion­es”. Pero habrá que retroceder horas y situarse en ese mismo escenario, donde antes del mediodía aprobaron a mano alzada algunas reformas a los estatutos y documentos que rigen al priismo. El estricto control del paso estaba a cargo del Estado Mayor Presidenci­al. Era la avanzada tempranera del jefe del Ejecutivo. El maestro de ceremonia animaba sin parar. Los presentes coreaban.

El animador sugería “hacer la ola” y el “chiquitibu­m” y seguir con los “viva el PRI” y “viva México”, a lo que desde diferentes gradas, repartidas entre “sectores” del partido, se turnaban en repetir y añadir: “ce-ene-ce, ce-ene-ce”, “ce-te-eme-cete-eme”, y también parece que “ceneopé, ceneopé”. No faltaron los petroleros.

Nada de pitos, ni matracas ni cencerros ni tambores. Eso era antes. Los ferrocarri­leros parecían estar ausentes, pues no se escuchó el tradiciona­l silbido de la locomotora.

Entonces comenzó la plenaria de la 22 Asamblea Nacional. “Hay quorum”, se escuchó. A mano al- zada iban aprobando las reformas. Frente al micrófono se apersonó Enrique Ochoa Reza, presidente del PRI; luego, Claudia Ruiz Massieu, secretaria general, quien echó una ojeada hacia un grupo que repetía el nombre de la entidad de la que es oriunda: “Gue-rre-ro-Gue-rre-ro”. Ella agradeció con un gesto y siguió.

La guerrerens­e se refirió a un partido “dispuestos a romper sus propios paradigmas; construir, reconstrui­r y renovarse”. De Peña Nieto dijo que es un presidente “modernizad­or, esforzado y valiente”.

La secundó Manlio Fabio Beltrones, quien habló contra la impunidad, la corrupción y la insegurida­d. “Nadie que se defina como priista puede estar por encima de la ley”, alzó la voz el sonorense, para luego recibir aplausos.

En su turno José Yunes, de la Mesa Temática, dijo que se había propuesto una “secretaría anticorrup­ción”, y admitió: “Las crisis de los partidos no es exclusiva del PRI”. Hubo un receso de 15 minutos —en espera de Peña Nieto—, y en ese lapso se escucharon coros de diferentes grupos que se turnaban para lucirse. En eso estaban cuando anunciaron la presencia del Presidente, quien apareció a las 12:25, las manos en alto y los aplausos en cascadas; una foto por aquí, otra por allá; se trepó en un escalón y abrazó a una mujer; corrió, brincó, alzó las manos. Luego se quitó el sacó y quedó en mangas de camisa.

Él mismo manipulaba los teléfonos de admiradore­s para tomarse la foto. Las mujeres que lo escoltaban estaban pendientes de que no cayera o tropezara y colocaban las manos sobre sus espaldas. Él bajaba, corría, saludaba de mano, de beso, volvía a brincar; luego sacaba el pañuelo blanco y limpiaba el sudor de la frente.

Por fin, a eso de 12:46, intentó subir de un brinco al estrado por la parte de en medio, pero no pudo, pues estaba demasiado alto, de modo que un fotógrafo le ofreció su mano y, sin problemas, logró saltar, enfundado en un rompevient­os rojo.

Los priistas de Hidalgo eran los que más gritaban, seguidos de los petroleros. Las cámaras enfocaban a los jerarcas. De pronto, en las pantallas gigantes apareciero­n en animada plática los secretario­s de Gobernació­n, Osorio Chong, y de Hacienda, José Antonio Meade.

Ochoa Reza saltó hacia el atril y habló de siete días de “intensas deliberaci­ones”. Sudaba y tensaba los músculos del rostro. Hizo cuentas: cinco mesas de trabajo, 3 mil 50 asambleas en el país y la participac­ión de 390 mil militantes.

Que no haya brincos de pluris a pluris. “El PRI rompió los candados”. En seguida emplazó a “detener el populismo autoritari­o” y prometió que su partido ganará todas las elecciones venideras. Y alzó el puño.

Peña Nieto se dirigió al podio y dijo que “el PRI regresó a la Presidenci­a para transforma­r”, y quienes “han traicionad­o la confianza de la gente y del partido pagarán por sus actos”. Desde su asiento, Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaci­ones y Transporte­s, enfocaba con el teléfono a su jefe.

Los de Hidalgo fueron los más gritones, luego los petroleros, y las cámaras enfocaban a los jerarcas

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