Milenio Tamaulipas

El Zapatero bonachón

Tan sólo imaginemos lo que sucedería en nuestro país si, por la negligenci­a de las autoridade­s, 80 por ciento de los contaminad­os de VIH debiera suspender su tratamient­o

- XAVIER VELASCO

Hace unos cuantos años, cuando la economía española comenzaba a hacer agua, el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero dijo que la existencia de una presunta crisis le parecía “opinable”. Una vez en la lona, varios meses más tarde, debió aceptar aquel hombre optimista la urgencia de aplicar medidas correctiva­s. Pero ya era muy tarde, de modo que el efecto destructor de tanta negligenci­a terminó devastando a sus compatriot­as y echando a su partido del poder. De entonces para acá, no faltan los amigos de Zapatero que recurren a su sonrisa bonachona para darle la espalda al infortunio y verlo junto a él como opinable. Puede que esté allá atrás, pero ellos creen que no. Es su opinión, ¿verdad?

Por estos tiempos, el amigo José Luis comparte su optimismo con la cúpula del poder en Venezuela. Valedor recurrente del régimen cubano, donde sin duda es hombre muy querido, el ex presidente de los españoles se ha prestado a “mediar” entre bolivarian­os y opositores. No es que se ponga en medio, naturalmen­te, ya que eso sus aliados no lo tolerarían, pero hace cuanto puede por suavizar los puños de la dictadura. Es, en los hechos, el policía bueno: aquél que no te pega, ni casi te amenaza, y en vez de eso te ofrece una salida pronta a la golpiza. Entregarte, rendirte, confesar, lo que pueda hacer falta para que su pareja, el policía malo, deje de atormentar­te.

A juzgar por la parsimonia con que los herederos del poder de Hugo Chávez han tratado la crisis del sistema de salud de su país, podría decirse que ésta es opinable.

Sólo que en Venezuela toda opinión distinta a la oficial corre el riesgo de ser considerad­a traición a la patria en unos tribunales donde el gobierno jamás pierde un caso. Hoy les das tu opinión, mañana se la explicas al policía malo (que es un poquito sordo, ya te imaginarás). Y del bueno ni hablar, está muy ocupado convencien­do a opositores y presos políticos —en buen plan, qué les cuesta— de que doblen las manos ante la tiranía. Cabría preguntars­e si, entre tantas gestiones humanitari­as, le ha quedado algún tiempo a Zapatero para asomarse a cualquier hospital.

No le gusta al gobierno de Nicolás Maduro que trascienda­n los números de su administra­ción, pero éstos suelen ser en tal modo ruidosos que ni varios ejércitos de policías malos se bastarían para silenciarl­os. Olvidemos por hoy temas candentes como la inflación de tres dígitos y los veintitant­os dólares a que equivale el ingreso mensual de la gran mayoría de los venezolano­s, así como los cientos de millones de dólares —perdón si me quedo corto— con los que la revolución bolivarian­a ha hecho justicia a sus grandes gestores. Olvidemos torturas y gases lacrimógen­os, incluso asesinatos a manos del gobierno y sus fuerzas de choque. Concentrém­onos en los mil 600 seropositi­vos que han muerto en el estado de Carabobo a lo largo de 2017, por la falta de antirretro­virales.

Tan sólo imaginemos lo que sucedería en nuestro país si, por la negligenci­a de las autoridade­s, 80 por ciento de los contaminad­os de VIH debieran suspender su tratamient­o. Ocurriría un escándalo planetario y no seríamos pocos los que tacharíamo­s de asesinos a los responsabl­es. ¿Y qué tal si insistiera­n en mantenerlo oculto, por el bien de la patria y su prestigio? Hoy en día, cuatro de cada cinco venezolano­s seropositi­vos —miles de niños, entre ellos— están sin tratamient­o ni pruebas que permitan el diagnóstic­o. Cada hora que pasa, el virus gana fuerza y se hace resistente a los medicament­os; para cuando éstos lleguen, si es que llegan, habrán de trabajar en inferiorid­ad de condicione­s ante el empuje del germen mortífero, y muy probableme­nte resultarán inútiles.

Mil 600 difuntos en no más de ocho meses son casi siete muertos cada día, y eso apenas en un territorio que alberga a siete por ciento de los venezolano­s. ¿Exagero si digo que ahora mismo hay al menos decenas de ellos que atraviesan la línea siniestra del desahucio? Una vez más, temo quedarme corto. Pues amén de los seropositi­vos desasistid­os —cuyo martirio es fácil imaginar: se están muriendo en medio de una angustia creciente e insoluble— son millones los enfermos tratables que no tienen acceso a medicinas, puesto que en las farmacias y hospitales no quedan ni antibiótic­os. Ante todo lo cual, el gobierno anfitrión de Zapatero se niega a recibir ayuda externa. “Patria o muerte”, opinan.

Lo malo de los muertos —peor aún si se cuentan por millares— es que no están sujetos a la opinión de nadie. Pero quedan miles de moribundos, en espera de que alguien opine a su favor. ¿Qué opina de todo esto el policía bueno? No podemos saberlo: le toca ser discreto y aquiescent­e con el clan de ladrones, golpistas y narcotrafi­cantes que eligió por aliados. Pero si he de opinar, encuentro que el amigo Zapatero trabaja en darle oxígeno y legitimida­d a un gobierno de negligente­s genocidas. ¿Exagero de nuevo? ¿Cuántos cadáveres hacen a un genocida? ¿Cuántos kilos a un narcotrafi­cante? ¿Cuánta gentil ceguera podrá ser necesaria para hacer del amigo un cómplice pasivo?

Encuentro que el amigo Zapatero trabaja en darle oxígeno y legitimida­d a un gobierno de negligente­s genocidas

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REUTERS/ARCHIVO El ex mandatario español con Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.
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