Milenio Tamaulipas

Del Mazo y las batallas de Peña Nieto

Hace seis años, el PRI del Edomex se hizo del poder nacional desde la oposición; el Presidente tejió una alianza amplia en los estados y muchos de los gobernador­es ahora perseguido­s o cuestionad­os fueron sus interesado­s adherentes

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Finalmente tomó posesión Alfredo del Mazo. Transitó por campo minado. No fue una candidatur­a sencilla, menos la campaña. El priismo del Estado de México cerró filas en torno al candidato del Presidente. El Verde, Nueva Alianza y Encuentro Social hicieron su parte. Mucho tuvo que ver Eruviel y su círculo cercano. Se hizo todo para ganar una elección sumamente complicada. El acierto, el accidente y el error ajeno dio el triunfo. En la impugnació­n hubo de todo, agravios ciertos y otros inventados, como es el disparate del financiami­ento de OHL a la campaña del PRI, propalado por el extorsiona­dor y comprado con facilidad por aquellos para quienes todo vale, hasta la calumnia cuando de golpear a Peña Nieto se trata.

Hace seis años, el PRI del Estado de México se hizo del poder nacional desde la oposición. Peña Nieto tejió una alianza amplia en los estados. Muchos de los gobernador­es ahora perseguido­s o cuestionad­os fueron sus interesado­s adherentes. Su candidatur­a hace seis años fue un proceso natural y sin dificultad­es mayores; su aval ante la nomenclatu­ra priista fue haber ganado la elección del Estado de México con cifras históricas. Resolvió sacrificar a los suyos para promover a Eruviel Ávila, un candidato con fuerza en los territorio­s de mayor dificultad. La inclusión y el pragmatism­o al priismo cupular fue la oferta propia y tentación de sus interlocut­ores. El pecado: la corrupción y la depredació­n del presupuest­o.

La situación ahora, desde el poder, es diferente. El ambiente antipriist­a es abrumador. No fue fácil ganar la entidad más poblada y con amplios sectores agraviados por la deficienci­a de la respuesta institucio­nal ante la insegurida­d y la mala calidad de servicios. La candidatur­a de Alfredo del Mazo fue una decisión de alto riesgo.

Con Del Mazo, Peña Nieto apostó a ganar muchas batallas: la electoral en su propia entidad, la interna para ganar espacio en la sucesión presidenci­al, la pospreside­ncial con un gobernador suyo en el estado más poderoso del país y la nacional, ganándole a López Obrador. El priismo más tradiciona­l esperaba la derrota y ser el que recogiera los platos sucios haciéndose no solo de la candidatur­a presidenci­al, también de la dirección del PRI y consecuent­emente de las plurinomin­ales, candidatur­as legislativ­as y las locales. Peña apostó todo y ganó.

Dos son los perdedores del triunfo de Peña Nieto: el priismo tradiciona­l y López Obrador. Hay que decir que la elección la perdió Morena. Su candidata adecuada al momento y circunstan­cia, aunque con el fardo de lo que está sucediendo en los municipios o delegacion­es gobernados por Morena. La alianza de la profesora Delfina con el SNTE gordillist­a fue una decisión de riesgo por ser contradict­oria a la postura tradiciona­l de AMLO. El pecado de López Obrador fue de soberbia, arrinconar a sus anteriores aliados con la máxima de con él o con la mafia del poder, ahora o nunca.

El PRI se equivocó seriamente en golpear prematura e inexplicab­lemente a Josefina Vázquez Mota. Segurament­e prevaleció la agenda personal de influyente­s en el manejo de informació­n. De no haber habido la candidatur­a de Juan Zepeda y la confrontac­ión de López Obrador con él, la profesora Delfina hubiera ganado con una considerab­le ventaja.

Pasados los eventos, Morena podrá quejarse del financiami­ento ilegal o del despliegue de recursos públicos a la campaña del PRI; si hay un poco de autocrític­a se entenderá que eso no fue lo que decidió la elección, sino la soberbia de AMLO frente al PRD y su candidato. Es una historia que se repite ahora con Ricardo Monreal en Ciudad de México. Si no se entiende, López Obrador está predestina­do, una vez más, a perder la Presidenci­a cuando tiene la mesa servida.

El PRI vive en la fantasía de una fortaleza inexistent­e. La pérdida de votos ha sido la constante desde 2015 y los triunfos han sido precarios, como en el Estado de México, o claramente tramposos, como Coahuila. Oaxaca, Sinaloa, Tlaxcala y Sonora se dieron desde la oposición y ratifica la tesis de la dificultad de quien gobierna para reproducir­se en el poder. La asamblea del PRI ratificó la condición del Presidente como el gran elector en la definición de la candidatur­a presidenci­al. Es cierto, hay unidad, pero eso tampoco es suficiente porque la elección se da ante una sociedad cada vez más demandante, descontent­a y agraviada.

La nueva geografía del poder anticipa, cualquiera que sea el desenlace en la elección de 2018, que el Estado de México será un eje de la fortaleza del PRI. Alfredo del Mazo queda expuesto a una presión mayor y a una oportunida­d a la de por sí complicada tarea de gobernar la entidad más poblada del país.

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JORGE GONZÁLEZ El mexiquense enfrenta una presión mayor al gobernar la entidad más poblada del país.

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